Una casa representa una forma de entender la intimidad de la existencia en común. Un lugar al que se incorporan los utensilios acumulados a lo largo de nuestras vidas; ahí se disponen esos aparejos que nos facilitan el transcurso de los días. Entonces, ese recinto formado por paredes y techo, se acaba transformando en un hogar, un espacio para la rutina y la introspección consuetudinaria.
Es sintomático que las fotografías de casas que se exhiben habitualmente en los medios de comunicación y especialmente en aquellos dedicados a los profesionales de la construcción y el interiorismo, rara vez muestran a sus habitantes. Es muy probable que los que dictan las tendencias y la moda consideren la arquitectura como un mero juego estético entre las formas, los espacios y el mobiliario. Sin embargo, la casa considerada como hogar es una experiencia íntima. Decía Gaston Bachelard en su Poética del Espacio -aquella indagación profunda sobre las razones y fenómenos ligados a la arquitectura- que “La casa vivida no es una caja inerte. El espacio habitado trasciende el espacio geométrico”. Vivienda personal en Tacoronte. Interior. Al fondo a la derecha, Replanteo 1985 de Ernesto ValcarcelCuando se proyecta y construye una casa deberíamos buscar y entender aquellas ideas banales y profundas sobre las formas de vivir, esas costumbres especiales que tienen sus futuros habitantes sobre como discurrir en el mundo. El arquitecto trataría así de encauzar los imágenes de ese grupo que va a disfrutar el espacio futuro, aconsejándoles dentro de unos esquemas mentales para, finalmente y si es posible, construir una imagen poética singular, en la que resonarían tanto los ecos familiares como también una experiencia humana ligada al propio autor. Con ello, el proyectista de las viviendas aisladas intentaría comprender y trasladar al proyecto esos deseos inconscientes que son difíciles de expresar en palabras, y por los que su cliente acabaría convirtiéndose casi en un amigo, si ya no lo era previamente. Así la arquitectura de la pequeña escala residencial es el esfuerzo de alguien que ayuda a plasmar una especial forma de vivir en espacios adaptados al día a día de unas personas concretas. Conocer la idiosincrasia e inquietudes de una familia requiere un esfuerzo por entender su psicología y su contexto personal concreto. Es una experiencia que nos va adentrando en esa intimidad que se guarda celosamente tras las mascaras de la etiqueta social en un atrevimiento que no se puede valorar económicamente.El resultado de este esfuerzo común es una arquitectura familiar para vivir que no es claramente reproductible. También ahí el artista que se funde con el profesional debe valorar otras cuestiones más prosaicas. Es preciso analizar el proyecto que servirá de base a la futura obra desde otras perspectivas que también pueden dar lugar a una expresión particular. Por ejemplo, en relación al control y despliegue de una energía dispensada al servicio de individuos concretos; también en el reconocimiento del contexto geográfico y topográfico en que se situará el edificio; o la influencia cultural específica derivada de la historia local; y, finalmente, la idiosincrasia de las personas involucradas que harán cada obra diferente. Alvar Aalto expresaría esta voluntad humana de forjar un espacio específico en relación a la villa Mairea cuando dice, “la forma de la arquitectura expresa el deseo de la vida para perdurar en el tiempo”. En mi trayectoria, he experimentado realmente esas sensaciones en contadas ocasiones. Una de ellas, fue cuando lleve a cabo el proceso de construir mi propia casa. Una experiencia que se dilató un lustro y se hizo en varias fases, hace ya varias décadas. Fue un proyecto que trataba de revivir contemporáneamente una idea romántica y arquetípica de las viviendas campesinas tradicionales de la región en la que vivo. Fue también el resultado de un momento histórico en el cual el archipiélago canario atravesaba una fase de redescubrimiento de su pasado agrario como base para afirmar una identidad cultural propia. Allí nacieron y crecieron mis hijos y luego hemos pasado juntos una parte muy importante de nuestras vidas en ese entorno calido y hogareño que es nuestra casa. Hoy ya no resido allí normalmente aunque sigue siendo un lugar querido en el que paso largas temporadas y voy con frecuencia y. Después de 25 años, ya empiezo a reconocer en ese espacio personal una manera específica de escribir el lenguaje de una época que ya es casi historia.Otra de esas ocasiones ocurrió cuando unos buenos amigos me pidieron que les ayudara a rehabilitar una casa para que fuera su hogar. Esa historia comienza cuando todos visitamos un edificio abandonado para calibrar las posibilidades de una transformación y ampliación. El lugar situado en la periferia del área metropolitana de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, se caracterizaba por estar al borde de una extensa área agrícola, cuyo paisaje preside un enorme cono volcánico, la caldera de Bandama. El terreno -y grandes extensiones de los alrededores- está recubierto por los restos de antiguas erupciones; grandes superficies de picón, ese material oscuro, lígero y poroso, que es el resultado de las efusiones calientes y que conocen como lapilli en otros lugares.La construcción existente estaba formada por dos volúmenes cúbicos iguales entrelazados y ligeramente desplazados que se incrustaban en una ladera con una cierta pendiente, orientados hacia el imponente monumento volcánico. Mi primer consejo fue la compra inmediata de aquella construcción ya que era una gran oportunidad. Solo si considerábamos el entorno de la propiedad merecía la pena, al situarse en un paraje excepcional, que permanecería intocado dada su posición en el límite más externo del área urbana. Meses de después nos dispondríamos a plantear que hacer con aquel espacio construido y su entorno rústico privado. Después de múltiples reuniones y comidas me dispuse a preparar una idea para la readecuación del edificio que se ajustara a las necesidades de mis amigos.
El espacio cotidiano del arquitecto Marrero regalado en su Vivienda Estudio de la calle de San Francisco. Santa Cruz de Tenerife, 1933Se me ocurrió que la adición de un tercer volumen idéntico solucionaría las demandas funcionales y al mismo tiempo permitiría expresar la conjunción entre lo antiguo y lo nuevo sin concesiones a una rememoración de un sensiblero pasado inexistente. Allí, la voluntad de contemporaneidad de los nuevos propietarios trataría de imponerse por encima de cualquier otra consideración. Así la composición que surgiría para el nuevo edificio reconstituido consistiría en tres cajas que se tratarían con acabados exteriores distintos. La caja central sería el alma de la casa que se expresaría esencialmente en un exterior metálico (que, finalmente fue pétreo) y un interior a doble altura, recubierto de aplacados de madera cálida. Ese estuche arquitectónico se destinaría a albergar la memorabilia de esa familia. Un conjunto de recuerdos y colecciones heredados de antepasados ilustres, como el arquitecto racionalista tinerfeño Marrero Regalado, del que mi amigo, el propietario, es sobrino.
Casa Saénz Álvarez en Bandama. Federico García Barba y Cristina González Vázquez, arquitectos. 1997
Más tarde, prepararíamos una maqueta para el desarrollo de aquella idea primaria. Ese prototipo expresaría embrionariamente la composición tripartita y su inserción en una topografía muy pronunciada en la que la forma del lugar implicaría una arquitectura de masas incrustadas en la geografía y junto a la que habría que construir artificialmente los espacios exteriores necesarios sobre unos potentes basamentos. Se propondría también una pérgola exterior -que rodearía todas las fachadas situadas al sur, formada por una malla cuadriculada- como artificio metafórico, casi cartográfico, para la articulación de la obra en el paisaje y la geografía.
Aquella maqueta identificaría la posibilidad de integrar tres nuevas piezas acristaladas que actuarían como incrustaciones, casi un sello de unión espacial entre lo preexistente y lo añadido. Se establecía así un mecanismo de dualidades contrapuestas que iría enriqueciendo el escueto origen espacial del edificio: Un diálogo de lo antiguo frente a lo contemporáneo; luminosidad versus oscuridad; ortogonal frente a irregular; frialdad y calidez, etc. Esos nuevos prismas de cristal señalarían distintos espacios de transición significativos, el acceso, la escalera de enlace entre las plantas y un lucernario en el pasillo de la planta alta, y pautarían así visualmente el recorrido interior principal de comunicación entre los espacios de la casa en dirección a la mayor intimidad de los dormitorios. Las grandes piezas volumétricas previstas quedarían de esa manera engarzadas en una nueva unidad las formas cúbicas y los prismas distorsionados de cristal en una composición tripartita doble.
El desarrollo del proyecto quedó desde aquel momento en manos de mi compañera y colega, Cristina González que prepararía la documentación para su ejecución específica. Con el tiempo, sería ella también la que dedicaría su tiempo y esfuerzo a la materialización de la obra debido a otro hecho fortuito. Su condición de profesora asistente temporal en la Escuela de Arquitectura de aquella isla la obligaba a un desplazamiento constante que le permitiría visitar y seguir con regularidad la obra. Los proyectos que se sitúan en otros lugares distintos al de tu residencia habitual originan algunas fricciones. Es necesario comprender que se necesita el apoyo y conocimiento de aquellos que ya están sobre el lugar, porque multitud de cuestiones se te escapan. En especial, aquellas derivadas de prácticas y costumbres locales en relación con la construcción y las formas tradicionales del trabajo artesanal.
La proyectación y dirección de las obras de pequeño tamaño son casi una prolongación del diseño de interiores. En ellas, es conveniente contar con artesanos de mucha confianza, que sepan interpretar correctamente las ideas del proyectista y ejecutarlas con la precisión puntual requerida. La intervención en la pequeña escala de múltiples oficios, carpinteros, fontaneros, electricistas, albañiles, etc. en un espacio reducido requiere de un esfuerzo extraordinario de coordinación artesanal de la arquitectura que no se suele producir y genera fricciones de todo tipo. Por eso, cuando observamos una obra bien terminada, y que además puede transmitir esa relación empática que es la emoción poética, no somos conscientes que casi estamos asistiendo a un pequeño milagro. Generalmente, esa sensación se produce debido a una intensificación de energía estética, que no se es capaz implícitamente de reconocer. Ese sentimiento de identificación personal se deriva, probablemente, del propio esfuerzo colectivo que se ha derrochado para que se pueda producir.Los hogares de cada cual y, especialmente, aquellos que aspiran a una concepción artística e integradora de la arquitectura, acaban siendo unas maquinarias delicadas y muy sofisticadas para el disfrute familiar. Una joya más que añadir a la colección de nuestras experiencias personales.
Interior con obra del pintor Fernando ÁlamoUna pequeña casa supone siempre la concentración de un gran esfuerzo de supervisión y la coordinación participada de numerosos oficios constructivos. Por ello, permiten una expresión más ajustada al deseo de los futuros habitantes, pero también una dedicación muy alta para lograr transmitir y conseguir producir los resultados y acabados formales que se buscan con un grado de calidad aceptable. El arquitecto y sus colaboradores se convierten en estos casos casi en unos asesores permanentes que ofrecen su experiencia al cliente y, en caso contrario, es muy fácil que la obra fracase. Son numerosísimas las cuestiones a considerar, en la selección final de los materiales; en el remate específico; en la discusión con el artesano que construye y ejecuta las piezas concretas; y, finalmente, en la defensa económica del producto acabado.