Jugaban con lumbre y podrían quemarse. A fin de cuentas los enamorados eran pirómanos.
Estoy hecho de retazos. El imbécil de Frankeisten no pensó que por mi fealdad nunca tendré amoríos. Espero me haga una novia, pero no tan fea.
El pajarito detuvo su vuelo y vio su propia imagen en los ojos de la niña. Igual, cual espejo, ella se vio reflejada en los ojos del colibrí. Después emprendieron el vuelo.
La álgida discusión conyugal concluyó con un epitafio: -¡Epifanio, estás muerto para mí! El señor se retiró gustoso, no sin antes sentenciar: -¡Excelente! Tus deudas no se las podrán cobrar a un difunto.
Se para, se acuesta. Gira a la izquierda y luego a la derecha. Piensa en todo y en nada. Se tapa y destapa. Se molesta y se serena. Mira el techo. Todo lo anterior y más se repite una vez, dos, tres, cien veces. Ya está cediendo el insomnio...
Juan Iriarte Méndez