Revista Comunicación
De todos es bien sabido que el ser humano vive arraigado a su ambiente, en él se relaciona haciendo correspondencias entre su comportamiento y el entorno en el cual se circunscribe.
Persigue adaptarse manifestando la necesidad innata, no sólo de ser, sino de existir en su momento. Para ello, ha de indagar el rumbo de su existencia en cada encrucijada al amparo del bullicio social; litiga sobre emociones, gustos, razón, sensaciones y estímulos en un intento de respirar un espacio vital que desemboque en el germen de su individualidad.
Hablar del espacio vital es pensamiento, percepción, filosofía de vida, incluso, metafísica, todo ello, revela un componente creativo amplio, ya que al concebir espacios personales, la participación entre sentimientos, deseos o sensaciones, desempeñan un papel relevante como el atribuido a Arte, quien se rige por parámetros parecidos, interviniendo en los procesos mentales del acto creativo.
Tal es así, que podríamos preguntarnos si el espacio te hace, o si es uno quien lo crea.
Por otro lado, dependiendo de la pertenencia al lugar, a la sociedad y al tiempo histórico que habites, el espacio vital se estimará ceñido, restringido y acotado por uno mismo, acorde a las influencias que lo determinen.
El espacio vital es pues, un espacio de comunicación, donde la marca del que lo crea adopta y propone un código, en el cual, se traducen los deseos de su mensaje permitiendo a través de lenguajes lo suficientemente atrayentes el diálogo, o la no intromisión en dicho espacio.