Revista Opinión

El espectáculo

Publicado el 25 febrero 2012 por Miguelmerino

Entró expectante en el pequeño local. Era temprano y buscó una mesa cerca del escenario. Sólo quedaba una, un poco angulada pero le pareció adecuada. Pidió un whisky de malta y se dedicó a observar las mesas de alrededor. Aun estaban vacías algunas de las más alejadas. El resto, estaban ocupadas casi todas por parejas. Variopintas: jóvenes, adultos, algunos incluso ancianos. Algunas parejas transparentemente gais,  y algún grupo de locas emplumadas. No en vano, el cómico-cantante que actuaba, apoyaba su arte en el transformismo y de alguna manera, se había convertido, en un símbolo del incipiente movimiento gay. Él ya lo había visto actuar en televisión y le había gustado mucho, por eso estaba allí para verlo en directo. Sabía por experiencia de espectador, que las actuaciones en pequeñas salas y en contacto directo con el público, si el artista es bueno, supera con creces cualquier programa televisivo.

Mientras pedía el segundo whisky salió el artista al pequeño escenario y la sala prorrumpió en aplausos.

- ¡Jesús, qué público tan bueno! Todavía no he hecho nada y ya está aplaudiendo. No sé si callar e irme. “Pa” no estropear este momento, digo.

El público soltó la carcajada y a partir de ahí todo fueron risas y emociones. Por supuesto que el artista lo utilizó a él como víctima propiciatoria de sus bromas. Un hombre sólo, no mal parecido y con cara de panoli cerca del escenario, era un bocado demasiado apetecible para dejarlo pasar. A él tampoco le importó e incluso participó, de buena gana, aportando algún que otro comentario gracioso que complementaba el chiste del artista, sin caer en el ridículo.

En el espectáculo intervenía también una joven cantante de copla, que puso el punto emotivo, por la calidad de su voz y estilo y por el sentimiento que ponía al cantar.

Al terminar la actuación, se levantó de su mesa y se dirigió al pequeño camerino donde estaban “desarreglándose” los dos artistas. Tocó en la puerta y una voz desde el interior le autorizó a entrar. Así lo hizo y se deshizo en elogios hacia los dos. Elogios que ellos aceptaron con una sonrisa mientras seguían delante del espejo desmaquillándose, retirando peluca, pestañas postizas; en definitiva: vistiéndose de calle.

Cuando terminaron con toda esa parafernalia, se dieron la vuelta y con cara sonriente y burlona encararon al espectador, que atónito se encontró frente a su propio rostro en el cuerpo de los dos artistas.

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