El espectáculo del tiempo, por Juan José Becerra.
Editorial Candaya. 525 páginas. 1ª edición de
2015; esta de 2016.
En mayo y junio de este año, los editores de Candaya, Paco y Olga, empezaron a mostrar mucho entusiasmo en las redes sociales
por la publicación de esta novela de Juan
José Becerra (1965, Junín, provincia de Buenos Aires). Son editores que
miman mucho lo que publican, pero por este libro (y también por Anatomía
de la memoria del mexicano Eduardo
Ruiz Sosa) parecen sentir una predilección especial.
Empecé a buscar información sobre El
espectáculo del tiempo y vi que el libro lo publicó el año pasado la editorial Seix Barral de Argentina. En
la prensa argentina se han escrito entusiastas reseñas sobre él. Así, por
ejemplo (cita recogida en la contraportada), Daniel Guebel, de Clarín, escribe: «El espectáculo del tiempo es
un gran libro, una obra maestra; le damos de antemano el premio escalafonario
de libro del año, y diría también que su autor, Juan José Becerra, es “el” gran
novelista argentino». Quien siga mi blog sabrá que siento una especial
predilección por la literatura argentina, y, por tanto, después de leer las
reseñas que encontré de la novela, me apeteció leerla. Me puse en contacto con
los editores de Candaya para que me la enviaran. Me comentaron también que
Becerra quería que el libro apareciera en España en su editorial porque el
autor ya había publicado con ellos otra novela en 2012: La interpretación de un libro.
Olga y Paco, tan amables como siempre, me enviaron el libro, que llegó justo un
día antes de que me fuera a pasar dos semanas al norte de Mallorca. Me pareció
una señal y decidí llevarme la novela conmigo. Al estar de vacaciones he podido
dedicar bastantes horas del día a leer y, a pesar de sus 525 páginas, lo acabé
en ocho días, un tiempo impensable si llego a tomar el libro en época de
trabajo.
El otro libro que me llevé a Mallorca fue Los hombres topo quieren tus ojos,
la antología de relatos de la era dorada del pulp que Jesús Palacios
seleccionó para la editorial Valdemar.
Esta antología, sobre el submundo pulp
del Weird Menace, era muy divertida y
loca, y el propio Palacios afirmaba que los cuentos incluidos no habían sido
seleccionados por su calidad literaria, sino porque cumplían una serie de
requisitos formales y eran representativos de un tipo de narración que se dio
en Norteamérica en la década de 1930. Me lo pasé muy bien con este libro, pero
recuerdo perfectamente la sensación que tuve la mañana que empecé a leer El
espectáculo del tiempo después de haber acabado el último relato de la
antología de Jesús Palacios: bien, me he divertido en la hamburguesería, he
recordado la sensación adolescente de comerme un whopper y de disfrutar de una película de Spielberg, pero ahora
toca volver a hacerse mayor y recordar el camino recorrido sobre el
refinamiento del gusto, y el disfrute del delicatesen
de la gran prosa.
El protagonista de El
espectáculo del tiempo ha nacido en 1965, como el autor, y se llama Juan
Guerra (un nombre que parece una contracción de Juan José Becerra). Durante el
tiempo principal de la novela (luego hablaré del tiempo, tal vez el gran
protagonista de este libro), Guerra regenta en su ciudad natal, Junín (al norte
de la provincia de Buenos Aires) los cines Lumière, que parecieron abrirse para
languidecer lentamente.
La novela está organizada en capítulos (aunque sería casi más adecuado
hablar de fragmentos narrativos) encabezados por una fecha, que marca el tiempo
narrativo del capítulo o fragmento. La voz narrativa es la de Juan Guerra y los
fragmentos recogen principalmente algunos de los momentos más destacados (o más
recordables) de su vida, que se extiende hasta algunos episodios de la vida de
sus padres o de sus amigos.
Además de la fecha de nacimiento y el parecido en el nombre, en un
momento de la novela (pág. 126) un personaje interpela al narrador: «¿Y vos sos
escritor?». Así que los paralelismos entre narrador y escritor parecen
aumentar. En otras páginas, la voz narrativa reflexiona sobre lo escrito: «No
me llama para nada la atención ver que no cumplí con lo que me juré –no citar
escritores en la novela‒ cuando hoy, 24 de septiembre de 2012, releo este
párrafo» (pág. 32) o «Silvia también es mi mujer de ahora, 5 de diciembre de
2014, cuando (eso espero) leo este libro por última vez» (pág. 154). También,
de forma irónica, en algún momento se interpela al posible lector extranjero de
la novela: «Cuatrocientos pesos. Para el lector internacional interesado en
economías emergentes, en esos días equivalían a cuatrocientos dólares» (pág.
17); o: «Esa última escena era el armisticio en versión cómic de la masacre de
indígenas que arrumbó a las comunidades más antiguas contra la cordillera de
Los Andes y les quitó la base vital de su cultura: la caza del ganado
silvestre, las orgías y las masacres de sobremesa (este comentario es exclusivo
para los lectores y turistas extranjeros que creen que el sujeto vernáculo de
la pampa es el gaucho)» (pág. 458).
En la página 73 encontramos un párrafo que puede ser una de las claves
compositivas del libro: «Pero querer dormir no fue dormir. Apareció el insomnio
y el terror de no poder salir de la nube negra en la que estaba, y en la que no
pasaba nada, salvo que el tiempo se iba, cayendo pesadamente al mismo abismo
del que había salido (esa noche me volví cronofóbico y, tal vez, nació este
libro). Era la angustia típica que produce el tiempo cuando se lo ve pasar en
vano, surgida de lo que todavía no llega, y de lo que aún no se va, y que
provoca un stress vago y específico, el de estar aquí, ahora, en la nada del
presente: una nada vivida».
Podría pensarse que Juan Guerra (al que Martín Prieto le dedica dos
líneas en el libro Breve historia de la
literatura argentina porque alguna vez escribió cuentos) juega a recordar
algunos momentos de su vida, pero en realidad, a lo que juega es a la
reconstrucción. En la página 432 leemos: «1976, 1979, 1987, 1988 No sé qué hice».
Sin embargo, en los fragmentos narrativos en los que sí desarrolla los
recuerdos, en ellos no parece haber fisuras. Salvo en una ocasión (en la que el
narrador constata que en un relectura ha detectado un error en el recuerdo, y
por tanto en lo escrito sobre él), al lector le llega siempre una información
precisa de un momento de la vida del narrador en 2004 o 1992, por ejemplo. Se
recrean los hechos y las sensaciones que provocan los hechos. Además, en más de
un fragmento la recreación de los hechos incluye el uso de un vocabulario
técnico de una precisión (por ejemplo, cuando se habla del club de aviación de
Junín) que escapa a la capacidad del recuerdo.
Además de la vida del protagonista, éste también recrea la vida de
otros personajes, principalmente de su padre y de algunos amigos (la de Lorenzo
Costa principalmente) con una precisión imposible para tratarse del recuerdo de
una narración oral sobre los hechos acaecidos a un tercero. Sobre este aspecto reflexiona
la propia novela: «La ilusión de remontar el tiempo solo podía cumplirse, en la
apariencia de los hechos –en los hechos, nunca‒, con un regreso al espacio
donde el espacio se conservaba muerto aunque pareciera vivo» (págs. 499-500).
Los fragmentos narrativos avanzan a saltos aparentemente sin orden,
aunque es cierto que en más de una ocasión se concatenan varios, encabezados
por la misma fecha. Juan Guerra recrea algunos hechos de su vida y parece
eludir otros; por ejemplo se habla mucho de sexo, y de la relación con algunas
de sus amantes (Mónica, Bárbara y Silvia, principalmente), pero no de la
relación con sus hijos. De refilón, el lector recibe la información de que en
2014, el narrador tiene ya cuatro hijos.
Aunque el narrador decide no hablar de sus hijos, sí que se explaya,
sin embargo, al desgranar la relación que mantiene con su padre, un hombre tan
contradictorio como imprevisible. El padre es una de las grandes creaciones de
la novela. También me ha gustado mucho el desarrollo de la historia de amor
enfermizo del amigo del narrador, Lorenzo Costa, con su amante Laura Vázquez.
Si se reunieran todos los fragmentos en los que se desarrolla esta subtrama
podríamos obtener una gran novela corta.
Ya he comentado al principio que es posible que el gran personaje de
esta novela, más que Juan Guerra, sea el Tiempo, y la percepción que las
personas conseguimos tener de él, de su pérdida o su evolución, de la
conciencia, como dice un astronauta argentino en un discurso, de que el tiempo
humano es insignificante frente al tiempo del cosmos.
Juan José Becerra juega en esta novela a la destrucción de las
estructuras narrativas. Si El espectáculo
del tiempo lo hubiera escrito un autor que disfruta tanto de la precisión
matemático-narrativa de sus novelas como Mario
Vargas Llosa, el lector habría acabado percatándose de que los recuerdos alternados
(sobre el padre, sobre su amigo Lorenzo, sobre el trabajo en el cine…) habrían
acabado cumpliendo un patrón. No existe tan patrón en la novela, lo que podría
llegar a desesperar a algún lector amante del orden y las tramas que avanzan de
forma cronológica. Ésta es la novela de un cronófobo, como ya apuntamos, y el
tiempo fluye, se detiene, se expande…
La estructura, el juego reconstructivo de los recuerdos, también se
rompe de forma patente en alguna ocasión. El caso más claro creo que es éste:
en 2006 Juan ha quedado con Mónica (que fue su primera novia) y ven pasar por
la carretera una caravana de autos deportivos. El siguiente fragmento narrativo
también nos remite a 2006 y nos empieza diciendo que Juan y Mónica contaron los
autos, eran casi cien. Aquí dejamos de leer sobre Juan y Mónica y la voz
narrativa empieza a describirnos la historia del viaje de esos autos y se
acerca a la mirada de un periodista deportivo que ha de cubrir el evento.
Especulo sobre el significado narrativo de este tipo de fragmentos: Juan Guerra
es escritor e inventa historia sobre lo que ve, historias imaginadas que,
después de los años, acaban teniendo la categoría de recuerdos reales. En otra
ocasión se recrea también la historia de un asesino norteamericano tras la
lectura de una noticia en un periódico.
En otros momentos se reproducen hechos históricos de otros siglos: por
ejemplo, cuando Juan nos habla de los cines Lumière, la narración se va hasta
1895 para hablarnos de la relación entre los hermanos Lumière en el momento de
inventar el cinematógrafo. O cuando Juan nos habla en el 2002 de su madre y
dice que nació en el pueblo de Morse, en el fragmento siguiente nos vamos a
1844 para reproducir la historia del invento del código Morse.
Si bien el narrador es Juan Guerra y la mayoría de las páginas de la
novela reproducen su escritura, también hay otros acercamientos a la narración:
se reproducen las páginas de un diario, un poema gauchesco moderno, el discurso
de un astronauta, un email…
Creo que lo que menos me ha gustado de la novela son unas anotaciones
de los años 2000 y 2001, que se corresponden con las páginas 309-343 en las que
Guerra describe el contenido de unos vídeos de carácter sexual que ha grabado
en compañía de su amante. Lejos de resultar eróticas, estas páginas parecen,
más bien, una descripción forense. Quizás el autor quería hablarnos de la
relevancia, pero también de la repetición, de los momentos sexuales, pero creo
que lo hace durante un número excesivo de páginas.
Dentro de la tradición argentina, el Juan José Becerra de esta novela
tal vez podría entroncar con Juan José
Saer, el escritor de Santa Fe, al que siempre le gustó analizar cómo se
formaba la percepción de la realidad de sus personajes.
El tono narrativo de Juan Guerra es desapasionado, a veces levemente
irónico y a veces triste («La felicidad no es un tema de la literatura», nos
dice en la página 131 y esto explique quizás que el autor hable tanto de su
padre pero no de sus hijos). En muchas de sus páginas, la prosa de esta novela es
deslumbrante, y no por exuberancias coloristas ni barroquismos, sino por su
precisión e inteligencia a la hora de analizar el paso del tiempo y los motivos
conductuales de los personajes.
Juan José Becerra ha escrito con El
espectáculo del tiempo una novela muy ambiciosa, que tiende tanto a la
dispersión como al fragmento narrativo sublime, una novela que trata de emular
el flujo del tiempo, que nos habla de la condición humana y que, en su propia
propuesta, lleva implícita su refutación: el tiempo humano es insignificante.