Érase una vez una maga llamada Eloísa que ofrecía monólogos mágicos en teatros y festivales oníricos.
En sus monólogos, Eloísa combinaba sus artes de elfo con la comedia moderna y la política internacional del medioambiente.
Eloísa convertía sus extremidades en ramas de árbol, sus omóplatos en alas de murciélago y tras ahuyentar a los demonios e invocar las fuerzas de la naturaleza, emprendía un vuelo serpenteante sobre el patio de butacas.
Los espectadores se afanaban en alcanzarla. Extendían sus brazos tratando de sentir el contacto de sus aleaciones epidérmicas, mezcla de corteza, barro y distintas pieles del reino animal. Su rostro, humano en el lado izquierdo, estaba cubierto de purpurina azul cobalto e iridiscencias de nácar.
Tras su sinuoso vuelo, volvía al escenario y comenzaba un espectáculo de monólogos abrasivos colmados de críticas mordaces a la ineficacia política contra el cambio climático, la matanza de lobos, osos pardos y visones que sirven como abrigos jactanciosos a viejas infames, la sobreexplotación de los océanos, el infierno de los mataderos y el fin del universo de los elfos.
Sus discursos eran proferidos en lenguas aborígenes, sonidos de la naturaleza y graznidos de aves legendarias.
En las noches sin luna, Eloísa brillaba con luz propia y entonces se expresaba a través de música pagana, cantos de sirena y danzas mitológicas.
En un todo mágico y como colofón final, la maga desplegaba un hechizo cósmico sin igual. Con su saliva fabricaba un escupitajo de nieve que iba creciendo en su boca. Una vez la bola alcanzaba el tamaño planetario, lo lanzaba indignada contra su público.
Todos aquellos hombres y mujeres desaparecían bajo la esfera blanca hasta que la calefacción central de la sala derretía la nieve, convirtiendo el teatro en un gélido pantano de agua tan helada como agua de niebla.
Eloísa reprendía entonces su vuelo hacia un nuevo teatro y un nuevo sueño.
A veces miraba hacia atrás y, desde su altura cósmica, todos aquellos hombres y mujeres hundidos bajo un océano de brumas se le antojaban minúsculos puntos de luz, como insignificantes figuraciones astrales.
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El dibujo del público es mío (óleo en papel)