Espejo histórico ha sido el testigo inmóvil del desgaste sistémico de los siglos acontecidos. A través de sus intermitentes reflejos observamos con recelo las arrugas marcadas en el rostro envejecido de las épocas pasadas. Desde el vidrio de sus destellos miramos con perspectiva las imágenes grises de ayer; oímos las batallas a través de las voces tembladas de nuestros mayores y, leemos los testimonios de quienes tuvieron la oportunidad de escribir desde su campo de batalla.
Hoy el péndulo diacrónico ha vuelto a romper la quietud de las imágenes en las aguas irrepetibles de Heráclito. La Europa que se mira en el cristal del Mediterráneo, dibuja la misma silueta geográfica que reflejaba el Imperio Romano del Cesar en la bota cartográfica de Italia. Los sueños de Napoleón y los anhelos de Perón contrastan con las grietas políticas del presente en la imagen empañada de la integración fracasada.
Los “Estados Unidos de Europa”, en palabras de Bonaparte, han debilitando las estructuras ideológicas del sur. La tijera merkeliana como paradigma del “know how” europeo ha roto las arterias neurálgicas de la confianza que riegan la fidelidad entre las siglas políticas y sus representantes. La caída de Berlusconi, Papandreu y Zapatero ha resucitado las bases filosóficas al despotismo ilustrado en las democracias parlamentarias del presente. La ausencia de maniobra política y la traición ideológica en pro de los dictámenes monetarios de Europa está siendo la bacteria que lentamente está infectando los tejidos sanos de sus miembros.
La socialdemocracia como modelo político basado en la fórmula “más Estado y menos mercado” no tiene cabida en la americanización de la Unión Europea. El mensaje de la izquierda ha sido cortocircuitado por el mito de la utopía. La integración económica ha servido para sembrar la crisis sistémica de la izquierda. Gracias a Europa, el liderazgo socialdemócrata ha perdido toda su credibilidad. El tira y afloja de la costa Mediterránea para converger populismo y neoliberalismo ha terminado por cuadrar el círculo del fracaso ante las paredes infranqueables de la praxis de Bruselas.
Las grietas rojas en el espejo de Europa han roto el encanto del reflejo. Hoy ya no somos la imagen idílica de Argentina. El vampiro de los mercados ha hecho que nuestra imagen del bienestar sea borrada de nuestra lámina internacional. Ahora con el espejo empañado es momento de mirar en el cristal latinoamericano y comprender de una vez por todas, que tanto mercado se está cargando la esencia de nuestros estados. Las políticas sociales de Brasil y la receta Argentina deberían servir a los “Estados Unidos de occidente” para enderezar el tren descarrilado de Europa.
La autocracia, o dicho de otro modo, el gobierno designado por la soberanía de los mercados, es en estos momentos la imagen decadente de nuestro espejo. Sí Evita levantara la cabeza quizás daría un golpe en la mesa para reivindicar con su “discurso plebeyo” la imagen de aquella Europa que tanto emuló para mejorar las condiciones infrahumanas de sus ”descamisados y grasitas”. Mientras tanto, seguiremos siendo el espejo agrietado que tanto le gustó al vampiro americano.
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