Revista Cine

'El espejo'- Andrei Tarkovsky

Publicado el 08 septiembre 2011 por Javierserrano

Publicado por Javier Serrano en La República Cultural:
http://www.larepublicacultural.es/article4632.html
Título original: "Zerkalo" (El Espejo) 1974
Dirección: Andrei Tarkovski
Guión: Aleksandr Misharin, Andrei Tarkovsky
Intérpretes: Margarita Terékhova, Philip Yankovski, Ignat Daniltsev, Oleg Yankovski, Nikolái Grinko, Alla Demidova, Yuri Nazarov, Anatoli Solonitsyn, Innokenti Smoktounovski, L. Tarkovskaia, Tamara Ogorodnikova, Y. Sventikov, Tatiana Rechetnikova, Ernesto del Bosque, A. Gutiérrez, D. García, T. Pames, Teresa del Bosque, Tamara del Bosque
Fotografía: Gueorgi Rerberg, color (Sovcolor) y blanco y negro (documentales)
Producción: Mosfilm.
Género: Drama
Idiomas: Ruso. Subtitulos: Español, Frances, Italiano
Duración: 106’

Abordar una reseña sobre El Espejo de Andrei Tarkovsky se me antoja una labor comprometida, pues es la del ruso una película extraña, en el sentido de que no obedece a la manera acostumbrada en que nos han enseñado a ver cine. Tarkovsky nos previene desde el principio de la pelicula, con esa secuencia entre un muchacho tartamudo y que a duras penas puede hablar, y su terapeuta, una mujer que recurre a la hipnosis para curar al muchacho. El mensaje es claro: sólo desde la magia, desde el subconsciente podemos comprender el alma humana y los misterios de la vida. Intentar entender El Espejo desde la razón se revela así como una tarea tan insensata como estéril. O quizá la explicación de El Espejo haya que buscarla en el rostro de su hermosa protagonista, Natalia (Margarita Terékhova), una belleza que llena la pantalla, que invita a la sensualidad, pero que al mismo tiempo esconde un alma atormentada.
El Espejo tiene poco de narrativo, más bien estamos ante fragmentos de algo que el espectador debe recomponer en su cerebro, y que por tanto tiene infinitas lecturas, tantas como espectadores y todas ellas lecturas posibles. El material del que están hechos los sueños, los recuerdos, las sensaciones, sean los nuestros o sean los de Andrei Tarkovsky, es una sustancia tan inasible como delicada, cuya interpretación muchas veces nos está velada de una manera total, o parcial en el mejor de los casos. Si resulta difícil entenderlo, más penoso es intentar expresarlo. Tal vez por ello, la película está llena de espejos, como puertas abiertas a otros mundos, a otras percepciones, a otros niveles de conciencia; espejos que no por ello renuncian a una función no menos perturbadora, la de devolvernos la imagen de nuestro yo. Los personajes de El Espejo a veces se dirigen a esos espejos, dialogan con ellos, como si hablasen consigo mismos o con los ausentes. En otras ocasiones, esos mismos personajes miran directamente a cámara, interrogándonos con su mirada, haciéndonos partícipes del drama.
En El Espejo escuchamos la voz de un hombre al que no vemos. Asistimos al recuerdo que los demás tienen de él o el que él tiene de sí mismo. Es un ausente, el marido de Natalia y padre de sus dos hijos. Ignoramos el motivo de su ausencia, el porqué del alejamiento de su familia. No menos turbadora resulta la presencia de otros personajes que el espectador no alcanza a adivinar si realmente son parte de la película, de carne y hueso, o son fantasmas que sólo son visibles a los ojos de otros personajes, contribuyendo aún más a difuminar los límites.
Gran parte de El Espejo transcurre en el interior de una casa, donde antes de la guerra los protagonistas acostumbraban a pasar el verano. A menudo la mirada de la cámara se posa, sin dejar de moverse, sobre objetos que hay dentro de la casa y que nos remiten al pasado. Otras veces, esa misma mirada deambula por los pasillos, como si ella misma (es decir, nosotros) fuera una aparición más, avanzando lentamente entre paredes despostilladas, atravesando uno tras otro diferentes umbrales, buscando penetrar en el interior de los personajes (o en nostros mismos), perderse en lo más profundo del misterio.
La casa está en mitad del bosque. La naturaleza tiene una importancia capital en la obra de Tarkovsky, contemplada desde dos puntos de vista: por un lado está la naturaleza como algo bello en sí mismo y digno de contemplación extática, y por otro lado la naturaleza como algo inquietante y salvaje, de poderosa fuerza y difícil comprensión, ésa del viento meciendo la hierba o sacudiendo los árboles y amenazando con abatirlos, ésa que aparece en la descomposición de los objetos. En relación con ello está ese cuidado por la banda sonora de la película, y no hablo ahora de la excelente música de Edouard Artemiev, Bach, Pergolesi o Purcell. Estoy hablando de los ruidos del bosque, de los sonidos que emiten los animales, del viento, de las llamas, del ruido desasosegante de máquinas anónimas.
El Espejo tiene una cuidada fotografía que, como en otras obras de Tarkovsky, alterna el color con el blanco y negro, incluso con el sepia. La cámara, como en el interior de un sueño, recorre los lugares en interminables travellings, acompañando a los personajes en sus tribulaciones (como cuando la protagonista acude corriendo a su lugar de trabajo creyendo que ha cometido un error en algo que ha escrito y que jamás sabremos qué es).
En ocasiones los recuerdos se hacen más tangibles, como cuando el director inserta fragmentos de documentales que nos hablan de Rusia, del dolor de guerras pasadas, una pena que en esencia no es diferente a la del narrador.
Olvidado ya cualquier intento de interpretar la película de manera racional, podemos sumergirnos en lo que me parece realmente la esencia de El Espejo: su poesía. La Poesía no sólo está presente en los poemas de Arseni Tarkovski, declamados por él mismo y cuya voz en off sobrevuela toda la película. También está en la naturaleza, ya sea bella o turbadora, si es que acaso puede haber una belleza que no sea perturbadora; en los preciosistas planos-secuencia, un tipo de plano sólo al alcance de los auténticos maestros: Tarkosvky, Theo Angelopoulos, Resnais …; en los diálogos evocadores (en un idioma, el ruso, que, al menos a mí, siempre me ha parecido de una sonoridad triste); en el rostro de Margarita Terékhova, en su mirada; en el incendio del principio de la película; en los paisajes nevados de la infancia; en la secuencia onírica en que la protagonista sumerge su pelo en un barreño de agua y luego el techo de la habitación comienza a desprenderse, o en ésa otra en que duerme sobre una cama que levita en el aire… También está en la pura contemplación estética de las imágenes, en las cosas apenas vislumbradas, en la fugacidad de la vida, tan efímera como ese poso dejado por una taza de té caliente y que luego desaparece. En definitiva, en todo aquello no vemos pero que intuimos que está al otro lado del espejo.


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