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Se atribuye al maestro de maestros la definición de que la política es el arte de lo posible.
Pero actualmente esta definición que, como todas las suyas, se basa en el estudio más profundo de la realidad, es acerbamente criticada por los falsos revolucionarios que hacen como que no saben que la única manera de hacer realmente algo es aceptar las limitaciones que en cada momento histórico imponen las circunstancia políticas.
Y todo esto a propósito de Pablo Iglesias y su Podemos.
Creo que no soy, en modo alguno, sospechoso de acomodaticio.
Todo lo que pienso es absolutamente revolucionario tanto que he sobrepasado por la izquierda todas las posiciones políticas españolas de los últimos años. Todas. Y no voy a exponerlas nominativamente porque no quiero recibir la visita de la policía.
Pero una cosa es eso y otra muy distinta creer que lo que yo propugno, una revolución integral que no dejara títere con cabeza, sea posible en este momento histórico.
¿Qué es lo posible hoy?
También he dicho ya muchas veces por aquí que soy un relativista radical.
El Ché Guevara, uno de los pocos hombres que admito más revolucionarios que yo, murió de mala manera intentando llevar adonde no era posible una revolución como la cubana.
Y si ésta no fue posible en las montañas bolivianas tal como él la intentó, ahora se está imponiendo a la manera chavista con el inefable Evo Morales, un tipo tan grande que duerme en un jergón en el que no nos atreveríamos a acostarnos ninguno de nosotros y que va jugar en el fútbol profesional encuadrado en un equipo de aquella nación.
O sea que sí, coño, sí, la definición de Aristóteles sigue siendo válida veintitantos siglos después de que él la formulara: dónde no fue posible una revolución clásica, con fusiles y machetes, sí que ha sido posible a través de las urnas como esa otra, también bolivariana, que llevó a cabo Chávez en esa mártir nación venezolana.
Y todo esto a propósito del nuevo Pablo Iglesias y su Podemos.
Decía mi mujer, cuando todavía podía decir cosas con sentido, que yo no era sincero sino simplemente grosero. Y seguramente tenía razón, no en balde casi siempre he sido un proscrito al que se perseguía con el ostracismo u otorgándole el premio limón todos los años en las comidas de Navidad en todos los juzgado de Cartagena.
He de confesar paladinamente que a mí, al principio, no me gustaba nada este nuevo Pablo Iglesias porque me recordaba demasiado a aquellos jesuitas que practicaban a rajatabla el proverbio “suaviter in modo, fortiter in re”, suave en la forma, duro en el fondo, pero, después de consultarlo 4 o 5 noches con la almohada no tengo más remedio que darle la razón: si quiere realmente, como él afirma continuamente, que ha creado su grupo con vocación de gobierno, llegar al poder por las urnas, tal como lo hizo su admirado, nuestro admirado, porque a mi me parece que yo lo admiro más que él, Hugo Chávez, no tiene más remedio que seguir la jesuítica fórmula antes citada porque, si no, no tiene la más mínima probabilidad, porque el suyo va a ser mucho más duro que el trabajo de Sísifo, llegando incluso a no descartar por mi parte, que, un día de estos, alguno de esos jóvenes airados y tan consentidos de la extrema derecha vaya a por él y se lo cargue.
Ojalá me equivoque, pero no sé, tengo una corazonada, como aquélla otra que me impulsó a pronosticar el ataque suicida a las torres gemelas de Manhattan.