Revista América Latina
José Vicente Rangel
1 Extraño, pero cierto. A la oposición venezolana que se formó después de la derrota que le propinó Hugo Chávez al puntofijismo en las urnas electorales -diciembre de 1998- siempre le ha ido mal practicando la violencia y, en cambio, le ha ido bien cuando transita la senda democrática. Fue esa la experiencia desoladora del 11-A de 2002, cuando decidió tomar el atajo del golpe contra la Constitución e incurrir en el error de paralizar la industria petrolera, o cuando desató el terrorismo monitoreado desde la plaza Altamira con participación de un grupo de oficiales. También incurrió en otro desliz cuando optó por no participar en las elecciones parlamentarias de 2005, porque de esta manera le daba soporte y argumentos a la conspiración que estaba en marcha.
2 Otra muestra de la irrefrenable atracción que la violencia ejerce sobre la oposición fue la guarimba de 2014 que mantuvo en zozobra a la población por más de tres meses y arrojó un saldo de muertos, heridos y destrucción de bienes públicos y privados. Ahora la oposición se empeña en reincidir en la violencia. Luego de desperdiciar la oportunidad que le brindaba el referendo revocatorio, que abandonó por el efecto letal que en ella produjo el pronóstico del presidente de la Asamblea Nacional, Ramos Allup -en la instalación de 2016-, de que Maduro saldría de Miraflores en un plazo de seis meses, y enredar de tal manera las cosas que las elecciones regionales y municipales quedaron en una especie de limbo, retorna a las prácticas violentas.
3 Pero con características muy particulares. Ejemplo: las diferencias internas en la MUD por la línea a seguir, que cada día se agudizan más, determinan creciente confusión y generan contradicciones en la política a aplicar; también ocurre un desplazamiento del centro de dirección del liderazgo tradicional, a uno nuevo que irrumpe con fuerza y con el propósito de ejercer lo que considera un mandato ineludible de carácter histórico. A esta complejidad de factores, que refuerza la tendencia dentro de la oposición a la violencia, se suma la aparición de un novedoso fenómeno: la conexión forjada -en el marco de la crisis social, económica y de valores que aqueja al país- entre un liderazgo político y elementos del mundo del delito, del paramilitarismo asentado en territorio nacional, en particular en áreas urbanas críticas. Repito, a la oposición siempre le ha ido mal cuando opta por la violencia, cuando escoge la vía extralegal; en tanto que le ha ido bien cuando no se sale del cauce democrático y asume la participación electoral. Prueba de esto último es lo que ocurrió el 6 de diciembre de 2015, cuando ganó las elecciones parlamentarias.
4 Definitivamente los líderes sensatos de la oposición ceden ante la presión de los radicales, fortalecidos con la incorporación de los más violentos, expertos en la creación de focos que provocan la falsa sensación de que en el país impera el caos. Hoy por hoy la oposición no tiene un plan democrático. Rechaza el diálogo y también la salida electoral, la cual invoca solo por razones publicitarias. Su objetivo es derrocar a Maduro como sea, mediante una insurrección popular que no cuaja, un golpe militar que no es viable por la firme actitud de la Fanb en defensa de la Constitución y del proceso bolivariano, o la intervención extranjera.
5 En este contexto se explica la decisión de Maduro de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente, de acuerdo a lo que consagra con toda claridad la Constitución en los artículos 347, 348 y 349. Jugada maestra del Jefe del Estado, a quien la oposición subestima. Porque coloca la situación en un nuevo contexto que abre las puertas al diálogo que se hallaba asfixiado; a la inclusión y participación ciudadana; a la incorporación a la Carta Magna de los avances sociales, políticos, económicos y culturales de los últimos 18 años y, además, al fortalecimiento de los mecanismos de defensa del Estado frente a la amenaza interna y externa. En otras palabras, la forma legítima de enfrentar la opción que manejan los delirantes de la violencia y los cipayos.
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