Editorial Random House. 199 páginas. 1ª edición
de 2011.
Cuando comenté hace poco en mi
blog No
derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles, la última
novela de Patricio Pron (Rosario,
Argentina, 1975) dije que me apetecía seguir con sus novelas. En la biblioteca
de Móstoles tienen las otras que ha publicado en Random House: El
comienzo de la primavera, El espíritu de mis padres sigue subiendo en
la lluvia y Nosotros caminamos en sueños. Estos tres libros están –el día
que escribo esta reseña‒ en mi casa. Terminé No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles y, en
dos horas, de una sentada como ya conté, me leí El Trino del diablo del
también argentino Daniel Moyano. Al
día siguiente empecé con El espíritu de
mis padres sigue subiendo en la lluvia, novela que fue publicada en 2011 y
de la que leí reseñas muy positivas en su momento.
En El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia Pron juega a
la autoficción: el narrador es una autor argentino, nacido en 1975 como él, que
vive en Alemania, y que procede de una ciudad del interior de Argentina a la
que denomina *osario (por Rosario); además tiene problemas de memoria debido a
los medicamentos que tomó, durante un momento de su vida, en Alemania (algo que
Pron ha declarado sobre sí mismo en alguna ocasión). Desde hace semanas, el
narrador duerme en Alemania en casas de amigos, cuando recibe una llamada desde
Argentina: su padre está en el hospital. Después de mucho tiempo, ha de
regresar a la casa familiar y enfrentarse a la relación que dejo allí con su
familia, pero también, y puede que principalmente, con su país. En la página 12
leemos: «Un día, supongo, en algún momento, los hijos tienen necesidad de saber
quiénes fueron sus padres y se lanzan a averiguarlo. Los hijos son los
detectives de los padres, que los arrojan al mundo para que un día regresen a
ellos para contarles su historia y, de esta manera, puedan comprenderla». Como
en No derrames tus lágrimas por nadie que
viva en estas calles, también esta novela se articula en torno a un hijo
que busca información sobre su padre.
Si al comienzo de esta reseña
apuntaba que Pron jugaba a la autoficción, el límite entre ficción y realidad
queda más desdibujado al llamar a su padre en la página 95 «Chacho» Pron, que
es su verdadero nombre, o al menos el nombre familiar con el que lo trataban.
El libro, se nos comenta en el epílogo, ha sido repasado por el padre, quien ha
reparado algunos errores. De hecho, Pron publicó en su blog una carta con los
comentarios que el padre hizo de la novela que se puede leer pinchando AQUÍ. Curiosamente, poco después de leer este libro, acudí a la presentación del
ensayo La España vacía de Sergio
del Molino y allí coincidí con Pron, con el que pude hablar de la reciente
lectura que había hecho de sus dos novelas, y quien me confirmó que lo narrado
en El espíritu de mis padres... era
real; también me habló del impacto que el texto tuvo en su familia.
En su casa de *osario, Pron se
enfrenta a los fantasmas de su pasado y al material que su padre ha dejado en
unas carpetas. En un momento dado, a media novela parece comenzar otra
historia: el narrador abre una de las carpetas de su padre (que ha sido
periodista) y encuentra ordenados los recortes de prensa sobre la desaparición
de una persona en la localidad de El Trébol, cuyo cadáver aparecerá en un pozo
semanas después. El narrador nos dice en la página 91: «Pensé que el misterio
era doble: el de las particulares circunstancias en que Burdisso había muerto y
el de las motivaciones que habían llevado a mi padre a buscarlo, como si esa
búsqueda fuese a aclarar un misterio mayor más profundamente hundido en la
realidad». He buscado información en internet sobre la desaparición y muerte de
Alberto José Burdisso, y el caso es real, tal y como lo cuenta Pron en su
novela. Acabaremos sabiendo que el padre se sentía vinculado a la hermana de
Burdisso, desaparecida durante la dictadura de Videla.
Las reflexiones sobre los
desaparecidos de la dictadura militar de 1976-1981 y la implicación en ella de
los padres de la generación de Patricio Pron me han recordado, por las
intenciones narrativas y también porque se trataba de una novela de
autoficción, a Formas de volver a casa del chileno Alejandro Zambra, nacido en Santiago de Chile en 1975, el mismo año
que Pron, y que también indaga en la relación de sus padres con la dictadura,
en este caso la de Pinochet. La novela de Zambra se publicó también en 2011, el
mismo año que la de Pron. Las dos novelas también tienen otro rasgo en común:
son metaliterarias. En El espíritu de mis
padres sigue subiendo en la lluvia el narrador informa al lector del
material que está recogiendo para componer su novela y del modo en que va a
escribirla. En la página 144 leemos: «Me dije que yo tenía los materiales para
escribir un libro y que esos materiales me habían sido dados por mi padre».
Entre las páginas 142 y 143
encontramos unas reflexiones sobre la construcción de la novela que me resultan
particularmente interesantes:
«Comprendí
por primera vez que todos los jóvenes de la década de 1970 íbamos a tener que
dilucidar el pasado de nuestros padres como si fuéramos detectives y que lo que
averiguaríamos se iba a parecer demasiado a una novela policíaca que no
quisiéramos haber comprado nunca, pero también me di cuenta de que no había
forma de contar su historia a la manera del género policiaco o, mejor aún, que
hacerlo de esa forma sería traicionar sus intenciones y sus luchas, puesto que
narrar su historia a la manera de un relato policíaco apenas contribuiría a
ratificar la existencia de un sistema de géneros, es decir, de una convención,
y que esto sería traicionar sus esfuerzos, que estuvieron dirigidos a poner en
cuestión esas convenciones, las sociales y su reflejo pálido en la literatura.
Además, y yo había visto suficientes obras así ya e iba a ver muchas
más en el futuro, el relato de lo sucedido por entonces desde la perspectiva
del género tenía algo de espurio, por cuanto, por una parte, el crimen
individual tenía menos importancia que el crimen social, pero éste no podía ser
contado mediante los artificios del género policíaco sino a través de una
narrativa que adquiriese la forma de un enorme friso o la apariencia de una
historia personal e íntima que evitase la tentación de contarlo todo, una pieza
de un puzle inacabado que obligase al lector a buscar las piezas contiguas y
después continuar buscando piezas hasta desentrañar la imagen; y, por otra,
porque la resolución de la mayor parte de las historias policíacas es
condescendiente con el lector, no importa la dureza que haya exhibido en sus
argumentos, para que el lector, atados los cabos sueltos y castigados
finalmente los culpables de los hechos narrados, pueda devolverse a sí mismo al
mundo real con la convicción de que los crímenes están resueltos y permanecen
encerrados entre las cubiertas de un libro, y que el mundo de fuera del libro
se orienta por los mismos principios de justicia de la obra narrada y no debe
ser cuestionado».
Me ha apetecido reproducir aquí
este extenso párrafo porque, además de explicar la construcción de esta novela,
también puede aclararnos parte de las intenciones narrativas de No derrames tus lágrimas...: en esta
última novela no se acababan de desentrañar las claves de la muerte de Luca
Borrello; y este crimen individual actúa como la pieza de un puzle inacabado
dentro del friso de la literatura fascista de la que se nos hablaba en este
libro.
Comentaba al hablar de No derrames tus lágrimas... que destacar
la influencia de Roberto Bolaño en
sus páginas me parecía difícil de eludir. Esto también ocurre en El espíritu de mis padres...
Principalmente he observado aquí dos elementos estructurales que usaba mucho
Bolaño: comentar las películas que ven los protagonistas de la novela o cuento,
o comentar los sueños que tienen. Estas historias que surgen de la televisión o
de los sueños crean un clima en torno a los personajes de las novelas o
cuentos, y aquí se convierten en otra pieza fundamental del puzle propuesto e
inacabado.
Ya comenté que algunas páginas de
No derrames tus lágrimas..., pese a
lo bien escritas que estaban, me habían resultado algo distantes; quizás El espíritu de mis padres... sea una
novela de construcción más sencilla (aunque no desdeñable en absoluto) que la
última, pero yo la he disfrutado más: El
espíritu de mis padres... ha tenido más capacidad para emocionarme como
lector, porque cuenta una historia en apariencia más pequeña, pero mucho más
cercana.