Salterio de San Alban.
Perteneció a Cristina.
A los tres años de casada y gracias a algunos amigos, como el arzobispo de Canterbury y una mística muy inflyente llamada Eadwine, pudo dejar a su marido y vivió escondida en algunos lugares, llevando una vida piadosa y de oración. Al fin, luego de siete años de matrimonio fallido, su marido la dejó en paz a cambio de una "recompensa" y Cristina pudo ser libre. El abad de San Albano, Geoffrey, le acondicionó una celdilla junto a la iglesia de Markyate, donde vivía en oración, penitencia constante y trabajo manual. La educación recibida en su casa no quedó en vano, y Cristina cultivó interesantes amistades con las que mantenía comunicación sobre teología, mística, historia o política. El arzobispo Thurstan de York era asiduo a sus sabias palabras, y la tenía por santa y sabia.
Sobre 1120 Cristina comenzó a recibir jóvenes interesadas en su estilo de vida, por lo que se trasladó a una casa que heredó de su marido al morir este, donde se estableció un beguinato. Es decir, mujeres que vivían juntas, en oración, trabajo y caridad, pero sin votos solemnes como las monjas. En 1130 aceptaron tomar el hábito monástico y convertirse en canonesas. En 1155 Cristina viajó a Roma para venerar las santas reliquias y conocer al papa Adriano IV, inglés como ella. Se dice que el papa no aceptaba regalos de nadie, para evitar los sobornos, pero al saber que tres metros de una hermosa tela brocada junto a unas sandalias que le presentaban eran hechos por Cristina y sus hermanas, los aceptó con gran gusto.
A 26 de diciembre además se celebra a
San Esteban, protomártir.
San Mawnan de Cornwall, eremita.