“Pertenezco a una generación que heredó el descreimiento en la fe cristiana y que creó en sí un descreimiento en todas las demás fes (…) Quedamos, pues, entregados cada uno a sí mismo, en la desolación de sentirse vivir. Un barco puede ser un objeto cuyo fin es navegar; pero su fin no es navegar, sino llegar a puerto. Nosotros nos hallamos navegando, sin la idea del puerto al que deberíamos acogernos. Reproducimos así, en su forma dolorosa, la fórmula aventurera de los argonautas: navegar es preciso, vivir no.
“Sin ilusiones vivimos apenas del sueño, que es la ilusión de quien no puede tener ilusiones. Viviendo de nosotros mismos, nos disminuimos (…) Sin fe, no tenemos esperanza, y sin esperanza no tenemos propiamente vida. No teniendo una idea del futuro, no tenemos tampoco una idea del hoy, porque el hoy, para el hombre de acción, no es sino un prólogo del futuro. La energía para luchar nació muerta en nosotros, porque hemos nacido sin el entusiasmo de la lucha” (Fernando Pessoa[1]).[1] Fernando Pessoa: “El libro del desasosiego”, Barcelona, El Acantilado, 2002, pp. 322-323.