Revista Opinión

El Estado como solución

Publicado el 30 octubre 2017 por Elturco @jl_montesinos

Publicado en DesdeElExilio.com

Si tuviera que definir de forma sencilla y directa como se aplica en el mundo actual el ideario que defiendo, la defensa de la Libertad Individual, diría que yo entiendo que el Estado es algo nocivo, perverso y que, si ha de existir, debe hacerlo con la calificación inequívoca de mal necesario. Pongamos como ejemplo el enfermo mental que debe atiborrarse toda su vida de pastillas que le permiten estar lúcido y que acaba muriendo con el hígado destrozado por el abuso necesario de esos medicamentos. Si la condición humana exige que nos reviente el hígado de la Libertad por el uso de las pastillas del Estado, sea, pero seamos plenamente conscientes de lo que nos estamos haciendo.

La horquilla de pensamiento y acción planteada bajo estas premisas podría, por tanto, variar entre un Estado controlado – que no podría ser, evidentemente, muy grande ni muy poderoso – hasta su ausencia total, en la forma que hoy se nos presenta. En cualquier caso, es necesaria una acción ciudadana de control o sometimiento o extinción y creación de nuevas estructuras frente a lo que al Estado representa hoy. Honestamente no creo que esta cosmovisión esté alejada de lo que piensan, al menos de boquilla, muchos de los habitantes de España ni de muchos otros países. El Estado está controlado por la política y sus partidos y éstos suelen aparecer en todas las listas y encuestas como uno de los problemas principales del país. Y si no lo pregunta usted en el bar de la esquina, y verá que no ando desencaminado.

Es razonable que los partidos políticos presenten soluciones que propugnan más Estado, al fin y al cabo, lo que desean es ostentar mayor parcela de poder. Lo que me resulta del todo chocante es que el grueso de los ciudadanos – o al menos una parte importante de los mismos – aplaudan tales ideas. Las arenguen. Llenen las redes sociales con memes apoyándolas.

La situación en Cataluña me ha llevado estos últimos días, de nuevo, sobre esta reflexión que ya me es recurrente. El adoctrinamiento en las aulas o la intervención del Estado español sobre (la parte del Estado que es) Cataluña me mueven a ello. Se pide un cambio en la dirección y gobierno de las instituciones, pasando de manos autonómicas a centrales, en lugar de reclamarlo para la sociedad, contraviniendo ese grito unánime en la barra del bar o en la encuesta del mes de que los políticos son parte del problema. El político pide mandar y todos aplauden.

Un inspector de educación tendrá un jefe, y éste otro jefe, y así hasta que llegue el jefe político. Ahora quizá manden los tuyos. Mañana puede que manden los malos. Pasar la competencia de educación de un gobierno a otro es un parche. Devolverla a la sociedad civil es una solución. Y blindarla para la ciudadanía, la única garantía.

Lo mismo ocurre con el control de los entes y empresas públicas, de las televisiones, fundaciones y chiringuitos catalanes varios. Controlarlos no es más que una forma de mandar y gastar presupuesto, cuando lo cierto es que esas instituciones jamás debieron ser creadas y por lo tanto la solución pasa por su enajenación a la sociedad civil, si es que alguien las quiere, o su disolución. Y por impedir que vuelvan a crearse legalmente.

Estas propuestas chocan de plano con cualquier solución que ponga sobre la mesa un partido político al uso. Que se esté poniendo ahora mismo. Sería pues obligación de la sociedad civil reclamarlas. Sin embargo, vamos al contrario. Volvemos a fiar nuestra suerte a las decisiones de un puñado de burócratas con sus propios deseos y anhelos.  Así se deduce de lo que publican los medios de comunicación o de lo que podemos encontrar en las redes sociales. No somos mayoría, más bien al contrario, los que actuamos, de uno u otro modo en coherencia con la defensa de nuestras libertades, como las he definido anteriormente. Son mayoría los que sólo reclaman un amo justo. Y si cambias Libertad Individual por un amo justo acabarás sin Libertad Individual y sin amo justo. Al fin y al cabo, cuando yo estudiaba Historia, con quince o dieciséis años, recuerdo que el libro de texto hablaba de esos héroes que fueron Don Pelayo o el Cid Campeador, mientras el profesor negaba con la cabeza, relatando su versión de la escaramuza que fue lo de Asturias o del proscrito que se vendía al mejor postor y su caballo Babieca, como un mercenario cualquiera. Al fin y al cabo, decía, a mí también me adoctrinaron. Nunca tuve amo justo, pues. Y ahora intento, por fin, hacer lo que me de la gana.

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