Revista Educación

“El estado de alarma es el pasado”

Por Siempreenmedio @Siempreblog
“El estado de alarma es el pasado”

Desde primaria deberíamos empezar a familiarizarnos con el derecho y la economía, con nociones respecto a los poderes del Estado, el sistema tributario, o el funcionamiento del mercado laboral. Ganaría, creo, la conciencia general sobre la importancia de cumplir unas normas de convivencia, y sería más sencillo explicar por qué no es posible recortar derechos y libertades de cualquier manera. Cuando, incomprensiblemente, el presidente del Gobierno de la Nación decide no prolongar el estado de alarma y lo sitúa en "el pasado", hace algo más que sembrar la incertidumbre sobre un sistema jurídico que han tenido año y medio para reforzar. Enésimo retorno al argumento que llevamos oyendo desde el verano pasado: Las comunidades autónomas tienen herramientas suficientes para afrontar a la situación, dice, pero no aclara en qué consisten. Diecisiete gobiernos regionales parecen ignorar algo que para Sánchez resulta lógica pura, y hasta la fecha ningún periodista le ha hecho una única pregunta: "¿Cuáles?".

El artículo 116 de nuestra Constitución prevé los estados de alarma, excepción y sitio, que facultan la suspensión de determinados derechos y libertades en circunstancias que exceden de la capacidad de respuesta normal de una sociedad organizada democráticamente. La Ley Orgánica 4/1981, de 1 de junio, desarrolla estas tres fórmulas, de las cuales hemos usado la primera, el estado de alarma, esencialmente previsto ante calamidades públicas, como graves inundaciones y terremotos, o crisis sanitarias como la actual. ¿A qué herramientas se refiere el presidente? Obvio, a que Canarias, Andalucía o Navarra soliciten permiso para restringir derechos en su territorio o parte del mismo, esa expresión tan desafortunada de "estado de alarma a la carta". Parece aludir al artículo quinto de la ley, que permite que el ejecutivo autonómico de turno sea la Autoridad competente para, por ejemplo, impedir por decreto que la gente pasee de noche, que nos cambiemos de pueblo sin más o, en fin, que se reproduzcan los bochornosos fiestones callejeros del primer fin de semana de insolidario libertinaje.

Olvida el presidente que dicho artículo solo permite el estado de alarma en una región o en parte de la misma cuando la situación excepcional que lo causa afecta "exclusivamente a todo, o parte del ámbito territorial de una comunidad autónoma". Es decir, unas graves inundaciones, un terremoto o una erupción volcánica, en ningún caso una pandemia que, como su nombre indica, afecta a todo un planeta. Solo cabe, en mi opinión, y visto el estado actual de nuestro sistema jurídico, una declaración general para todo el país. Para sortear la declaración del estado de excepción, ya se realizó una interpretación muy elástica de la norma, que sólo prevé prórrogas sucesivas de quince días, y en octubre de 2020 se consintió la anomalía de sustraer a todo control parlamentario el poder omnímodo del Ejecutivo. Se habla ahora de apresuradas reformas de la legislación sanitaria para descargar en las comunidades autónomas la facultad de restringir la libre circulación de la ciudadanía, ante la insuficiencia de la actual regulación, puesta de relieve por los Tribunales Superiores de Justicia. Pero eso hubiese requerido algo en desuso hace años en esta Españita nuestra, gobernar con cabeza.

Mientras estamos ocupados en indignarnos con cuatro botellones masivos que, por cierto, podría parar la autoridad con y sin coronavirus, y en contar plazos de hipotéticos recursos de casación que hasta ahora no nos habían preocupado, la enésima cortina de humo oculta el estado de la economía, la prolongación de unos ERTE impagables, tasas en las autopistas, jubilación a los 68, y que las clases medias seremos sangrados con más impuestos, vendidos como "un cambio de conducta" medioambiental y de salud. El estado de alarma quedó en el pasado para Sánchez, dispuesto a no volver a dar malas noticias al votante: La vieja costumbre de tomar por tonto al que paga. Quién iba a decirme que, por una vez, iba a estar de acuerdo con Fernando Simón: "No sé ni yo, ni nadie en España, lo que va a pasar en los próximos días".


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