A día de hoy, el Califato del Estado Islámico y su yihadismo radical podrían considerarse como una de las principales amenazas para el mundo occidental. Sus ambiciones territoriales y su estrategia terrorista han puesto en jaque la seguridad de naciones europeas y de los países árabes vecinos. Su menosprecio a las leyes internacionales y a los derechos humanos ha colocado a toda la comunidad internacional en su contra. Al menos, aparentemente.
Pese a todos estos factores, el Estado Islámico perdura hasta hoy, viéndose diezmado en algunos frentes, pero extendiendo su influencia en otros. Por lo general, y haciendo una breve revisión de la historia internacional, cada vez que un actor pequeño o mediano chocaba con los intereses hegemónicos y quedaba tan aislado de la comunidad internacional su existencia peligraba. Así fue como el régimen de Sadam Hussein acabó derribado, o como el movimiento talibán tuvo que recluirse en una eterna guerra de insurgencia en las zonas recónditas de Afganistán.
¿Por qué el Estado Islámico sigue existiendo? ¿Cuál es la estrategia o los factores que permiten que la mayor organización terrorista de todos los tiempos parezca no tener un final cercano?
Una guerra de Segunda Generación: la falta de recursos
Aunque desde la comunidad internacional se haya condenado en todos los sentidos las actividades del Estado Islámico, los que a día de hoy siguen liderando la lucha contra el yihadismo son actores regionales que se enfrentan a una severa falta de recursos y medios.
Trinchera kurda en el frente de Salah ad Din, Irak. Antonio Ponce (30 de Enero 2015)
En Irak, los peshmerga kurdos disponían en un primer momento de armamento exsoviético y de baja calidad. Tras la ofensiva de agosto, y sobre todo a lo largo de los últimos meses, el flujo de armamento ligero y pesado por parte de países como Estados Unidos o Alemania ha ido aumentando, con muchas limitaciones. La mayoría de las unidades que mantienen la larga línea del Gobierno Regional del Kurdistán han sufrido las disputas con Bagdad sobre los presupuestos y la distribución petrolífera. A parte, el envío de armamento directamente a los kurdos levanta temores y recelos en Bagdad, por lo que una de las zonas que más han sido embestidas por el Estado Islámico pervive con muchos obstáculos.
Numerosos peshmerga han recurrido directamente al mercado negro para comprar sus armas, aunque el precio de estas se ha disparado en el último año debido al crecimiento de la demanda. El gobierno kurdo, buscando nuevas formas de subvencionar el ejército, emprendió el pasado mes de abril una campaña de recaudación de fondos, llamada Ranji Shahidan, buscando las donaciones de las empresas petrolíferas que trabajan en la zona (ExxonMobile, Chebron, Gazprom y Total).
El ejército federal iraquí ha empezado a reorganizarse en torno a las milicias chiíes, dando una estructura de autodefensa a un Estado que había quedado totalmente desprotegido tras la ofensiva del verano pasado, en la que el ejército iraquí se disolvió en su huida del avance islamista. Estas milicias carecen del adiestramiento de un militar profesional, lo que limita mucho su efectividad.
En Siria, los actores vuelven a ser los kurdos al norte, dirigidos por las Unidades de Protección Popular (YPG) y Unidades de Protección de la Mujer (YPJ). Estas organizaciones, vinculadas al PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), siguen aún en las listas de organizaciones terroristas de muchos países. Debido a esto, su situación de recursos armamentísticos es más penosa que la de sus hermanos iraquíes, ya que están mucho menos respaldados por la comunidad internacional y cuyo apoyo supondría una ofensa para Turquía.
El régimen de Al Assad es el otro actor clave en la lucha contra el Estado Islámico, estando incluso más marginado del panorama internacional que los kurdos. Aunque cuenta con el apoyo incondicional de Irán y la simpatía de Rusia, el largo conflicto ha debilitado muchísimo al ejército nacional sirio, el cual sufrió deserciones masivas durante los primeros años de la revuelta.
Restos de una mezquita chií, frente de Salah ad Din, Irak. Antonio Ponce (30 Enero 2015)
En otros conflictos como la Guerra de Irak de 2003, donde el gobierno iraquí fue derrocado en cuestión de dos meses, la disposición de las fuerzas era totalmente dispar, dando a lo que se conoce como una guerra asimétrica, o de cuarta generación. La resistencia iraquí se vio obligada a efectuar una lucha de insurgencia, donde no podía mantener bastiones estratégicos por mucho tiempo ni controlar grandes núcleos de población. No tenían medios para detener las ofensivas de Estados Unidos, por lo que la ocupación se resumió en una guerra de guerrillas.
La lucha hoy en día es muy distinta. La disparidad de fuerzas no es tal. Tanto el ejército del Estado Islámico como los de sus opositores están formados principalmente por unidades de infantería ligera, con escaso armamento y movilidad. Aunque ambos bandos disponen de algunos carros blindados, su uso es casi excepcional. Esta escasez de recursos en ambos bandos hace que sea tremendamente difícil romper las líneas defensivas. Sin un fuerte respaldo de artillería o de apoyo aéreo, tomar una ciudad o una zona de trincheras se convierte en una tarea casi imposible.
De este modo, la guerra contra el Estado Islámico encuentra similitudes con las guerras de segunda generación, tales como la Primera Guerra Mundial o la Guerra Civil Española. Una guerra de trincheras donde los frentes avanzan escasos kilómetros, o metros, como se ha visto en el caso de algunas ciudades sirias. Las batallas acaban convirtiéndose en un desgaste continuado para ambos bandos, que cada año aportan nuevos soldados al frente para mantener la línea. En el caso de Siria, el conflicto ha alcanzado ya los cuatro años de guerra civil encarnizada.
Convoy peshmerga cerca de Tuz Khurmatu, Irak. Antonio Ponce (30 de Enero 2015)
Intereses enfrentados
Actualmente, la ofensiva sobre Mosul está causando disputas entre el gobierno kurdo y Bagdad. Aunque el gobierno iraquí necesita a los peshmerga para atacar Mosul, la segunda ciudad más grande del país, teme que armarlos excesivamente los convierta en un rival demasiado poderoso. Dadas las vicisitudes que tiene el estado iraquí, si los kurdos tuviesen una gran ventaja militar podrían forzar más en su favor las negociaciones sobre la autonomía. Estas desconfianzas están poniendo impedimentos a la ya de por sí difícil operación de asaltar el principal bastión del Estado Islámico, algo que sin la unión de kurdos e iraquíes será totalmente imposible.
Desgraciadamente, las disputas internas no son las únicas que afectan al conflicto. Ambos bandos cuentan con el suficiente apoyo exterior para mantener el fuego de la guerra vivo.
En Siria, Estados Unidos mantiene su decisión de derrocar al régimen de Bashar al Assad. En sus ansias de conseguirlo, los norteamericanos armaron a toda clase de milicias sirias, muchas de las cuales posteriormente formarían el Estado Islámico. Con el Ejército Libre Sirio totalmente fragmentado, la única opción viable a los yihadistas parece ser el dictador. No obstante, la Casa Blanca parece negarse a tomar esta opción y sigue haciendo esfuerzos para minar la autoridad de al Assad, quien siendo alauita, una de las ramas del islam chií, tiene estrechos vínculos con el gobierno de Teherán, y se posiciona como un aliado clave de Rusia en el Mediterráneo oriental.
Lo mismo ocurre con Turquía y los kurdos del norte de Siria. El miedo a que sus demandas autonómicas se expandan por territorio turco ha hecho que el Presidente Erdogan haya mantenido una política de boicot hacia la lucha kurda. El bloqueo de la frontera por tropas turcas cortó las vías de suministros a ciudades kurdas bajo asedio como Kobane. Los kurdos empezaron a denunciar que agentes del Estado Islámico podían cruzar la misma frontera casi sin problemas, acusando al gobierno turco de estar alineado con los yihadistas. Aunque la idea de que Turquía mantenga una alianza con el Estado Islámico suena difícil de creer, el hecho de que exista un cierto contrabando y tolerancia con los radicales en la frontera es más que plausible. Hasta el momento, la política de Ankara ha intentado evitar el enfrentamiento con el nuevo Califato, sabiendo la influencia que este tiene en algunos sectores de la sociedad turca. Arabia Saudí, en cambio, sí parece estar manteniendo cierto flujo de dinero hacia el Estado Islámico, no desde el gobierno, sino desde algunos simpatizantes muy acaudalados que hacen donaciones “por la causa”. Esto choca con la influencia de Irán, el país vecino, de mayoría chií, que sí que apoya abiertamente a las milicias del gobierno de Bagdad. La guerra fría abierta entre Irán y Arabia Saudí dificulta aún más el conflicto, animando a los actores armados a chocar con las fuerzas y los arsenales repuestos.
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La caída de Tikrit y la toma de Derna
El Estado Islámico sufrió una gran pérdida tras ser expulsados de Tikrit, el lugar de nacimiento de Sadam Hussein y bastión de la resistencia. Una fuerza combinada de milicias chiíes y tribus suníes opositoras a los yihadistas consiguieron capturar la ciudad con apoyo de la aviación de la coalición internacional. Tras esto, el camino hacia Mosul queda libre, aunque la operación será muchísimo más arriesgada debido al número de habitantes, que superaba los 1,8 millones en 2008. Si la ciudad fuese capturada, el Califato perdería bastante influencia en Irak, aunque habría que ver si zonas como la provincia de al Anbar se pacificarían o mantendrían una eterna guerra de insurgencia contra Bagdad.
En Siria el panorama es más desalentador. Al Nusra y el Estado Islámico han cooperado en algunas operaciones conjuntas, como el asalto al campo de refugiados palestinos de Yarmouk. El campo fue invadido por escuadras del Estado Islámico, mientras los soldados de al Nusra los cubrían. El emplazamiento podía convertirse en una entrada para Damasco, pero los yihadistas tropezaron con la oposición de milicias palestinas, empezando una sangrienta batalla calle a calle.
TODO SOBRE ESTE TEMA: Cobertura especial sobre la lucha contra Estado Islámico
El frente del Estado Islámico en Siria parece mucho más sólido que el de Irak. Con un conflicto mucho más fragmentado, y donde la comunidad internacional no se decanta por apoyar a ningún opositor, el futuro de los yihadistas parece estar menos amenazado.
Con un continuo flujo de voluntarios extranjeros, los oficiales del Estado Islámico han sabido adaptarse a esta guerra de desgaste, lanzando cada vez operaciones menos ambiciosas pero más efectivas. Aunque el hecho de que no cuentan con apoyo de la aviación, al contrario que la Coalición, estos están muy limitados en efectividad en núcleos urbanos, donde la cobertura es mayor y donde los ataques aéreos pueden causar daños entre la población civil. Estos daños colaterales son usados en las campañas de reclutamiento del Estado Islámico.
Por otro lado, el flujo masivo de combatientes extranjeros les permite renovar la soldadesca, mandando a los nuevos integrantes sin experiencia para las misiones más arriesgadas o los combates perdidos, y reservándose los veteranos para dirigir la administración interna de la organización.
Para terminar, los yihadistas han compensado sus derrotas en Irak con su expansión en Libia. En un país donde el poder está igualmente dividido, entre el gobierno islamista de Tripoli y el gobierno liberal de Tobruk, el Estado Islámico consiguió abrir una punta de playa en la ciudad de Derna. Human Rights Watch ya ha alertado de las atrocidades que han empezado a cometerse en el lugar.
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El riesgo de un conflicto eterno
La crisis que está viviendo Oriente Medio empieza a guardar cada vez más similitudes con otros conflictos dramáticos y longevos. El hecho de que la lucha haya acabado a varios niveles (étnico, religioso, político…) y que esto esté ocurriendo en una zona con un fuerte potencial económico, que fomenta los intereses de potencias extranjeras que no dudan en apostar por sus simpatizantes, podría acabar prolongando en el tiempo la violencia. Es así el caso de otras regiones como la zona de los Grandes Lagos de África, donde los choques armados entre guerrillas y tropas gubernamentales llevan alargándose ya más de veinte años frente a la pasividad de las Naciones Unidas.
El destino de estos países sigue siendo a día de hoy una completa incógnita. La lucha armada corre el riesgo de no tener final, siendo por tanto la vía política quizás el único camino con algo de futuro. Una vía política que será imposible mientras las potencias exteriores sigan entretenidas en sus luchas de influencia.