De pronto, uno se queda de piedra porque ve cómo uno de sus ídolos patina estrepitosamente al analizar la realidad que nos rodea.
Hans Magnus Enzensberger no es un tipo cualquiera sino un escritor de cuerpo entero que ha ido desde las juventudes hitlerianas hasta Cuba y lo ha hecho sin despeinarse su alba caballera, tiene además, algo que me lo hace aún más simpático, nació el mismo año que yo, o sea, en 1.929.
Pues, bien, resulta que el bueno de Hans Magnus ha escrito uno o varios artículos, es creador y director de algunas revistas muy interesantes, en los que sostiene, ni más ni menos, que no tenemos de qué preocuparnos por mucho que lo parezca porque las cosas van por muy buen camino. O, por lo menos, eso es lo que he entendido yo leyendo muy por encima, eso sí, dichos artículos que nuestro gran eddie ha traido por aquí.
Y el motivo de su optimismo es la historia, sí, coño, como lo han leído, la puñetera historia, ésa gran puta que nos muestra cómo hemos pasado de convivir casi pacíficamente en la tribu a matarnos todos los días bajo el arbitrio de la Onu, o sea de la barbarie a la civilización.
A mí, que soy muy de pueblo, me gusta explicarlo todo a base de ejemplos.
Creo que ya les he contado que me hallo en plena marabunta de pleitos contra el Ayuntamiento de este maravillosa ciudad en la que habito, por mor de que me ponen todos los días, han leído muy bien, por lo menos, una de esas multas de tráfico que son el pan nuestro de cada uno de ellos.
Yo, que, después de 50 años de acudir diariamente a los tribunales, a pesar de que soy muy burro, he aprendido donde me aprieta el zapato, lo 1º que hago, cuando me llega la notificación de la sanción, es pagarla y, después, y aquí es donde comienzan mis estupideces, la recurro.
De modo que me hallo entre Escilla y Caribdis, de un lado el remolino absorbente de los guardias municipales a los que se les ha dado órdenes de imponer todos los días X denuncias y, de otro, los acantilados rugientes de los jueces, que han recibido también instrucciones, ellos nunca reciben órdenes de nadie ni siquiera de Gallardón, de sentenciar en contra de quienes demandan, sea cual fuere el motivo, imponiéndoles rigurosamente las carísimas costas judiciales, o sea, la ruina, de este modo, cuando cunda la alarma, se acabarán los pleitos porque nadie se atreverá a ponerlos y se habrá resuelto de la mejor manera nuestro endémico problema judicial.
Porque yo, que he estudiado Derecho con los mejores maestros, que he actuado ante todos los tribunales desde, el juzgado de paz de mi pueblo hasta el Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, si algo he aprendido es que todos ellos son iguales, o sea, que no buscan hacer justicia sino crear Derecho que, se lo aseguro a ustedes, es precisamente todo lo contrario, de modo que ya han comenzado a llegarme las resoluciones judiciales sobre las reclamaciones contencioso-administrativas que he planteado sobre ese montón de multas de tráfico que los municipales de Cartagena me han impuesto cumpliendo con su obligación, que no es otra que hacer lo que les ordenan sus superiores.
Y como los jueces se limitan a hacer lo mismo, me las están dando todas en el mismo carrillo, o sea que dicen los señores de las albas puñetas, que sí, que muy bien, que yo habré pagado religiosamente las tasas que me autorizan a estacionar mi vehículo en la zona adecuada para ello pero que cuando un agente de la autoridad me sanciona, como su actuación tiene la presunción jurídica de veracidad, es indudablemente porque yo, que soy malévolo por naturaleza, algo malo habré hecho. Aunque ello haya sido precisamente, como antes anticipé, pagar la multa, o sea, que me están condenando a pagar multas que ya he pagado, aunque ustedes no lo crean, que debieran de hacerlo porque también deberían de saber ya que no es que nos hallemos en un Estado policíaco, que eso hace ya mucho tiempo que lo hemos superado, ahora estamos en pleno Estado, “judiciaco”, término que yo acabo de inventar para designar esta nueva organización política en la que todo lo que hagan los que ocupan o detentan el poder está pero que muy bien hecho porque para eso ellos precisamente son el poder.
También he inventado una nueva palabra para este moderno Estado que nos aplasta hasta sacarnos las puñeteras tripas por la boca, y lo he llamado Estado lampedusiano, de Lampedusa, su auténtico creador cuando dijo que había que hacer las cosas de tal manera que pareciera que todo había cambiado cuando la realidad es que no sólo estaba peor sino que ya no fuera posible empeorarla más.
Y en eso estamos, diga lo que quiera el bueno de Hans Magnus Enzensberger.