Esto de las redes sociales me resulta −resumiendo mucho− curioso. Aunque generalizar sea la asignatura favorita de muchos de nosotros −entono el mea culpa, lo hago con frecuencia a sabiendas de que no está del todo bien−, lo cierto es que más allá de esos males globales con los que la opinión pública −siempre he querido saber quién es esa elementa− culpa a las redes sociales, a mí solo me aportan beneficios. Y un solo perjuicio: el tiempo que me roban.
Leo y escucho a diario a gente que llega a un hartazgo de las redes muy cansada de insultos, dicen unos; mentiras, apuntan otros; frivolidades, comentan muchos... Yo no niego ninguna de esas afirmaciones, pero también planteo que todo eso depende del uso que les des, el caso que les hagas y tu capacidad para seleccionar lo que es interesante de lo que es pura bazofia, que también la hay y mucha. Cuando uno tiene claro en cierta forma los contenidos y los perfiles que considera que le aportan vas directos a ellos. Lo demás, ni caso.
Junto a esa extracción de lo interesante está después lo que yo denomino "curioso". Me pasó en Linkedin, una de las redes donde considero hay menos bazofia, y es de esas cosas que te dan vueltas en la cabeza para encontrarle una justificación. Lo que me gusta de esta red es que veo en ella un uso altamente profesional, con contenidos de interés y contactos que pueden serte muy útiles en tu entorno laboral. También de reencuentro de compañeros de carrera con los que, quién sabe, podrías colaborar en algún momento; con gente que quiere venderte servicios, quienes están en búsqueda activa de empleo −#opentowork, que etiquetan ahora en sus fotos de perfil− y otros tantos que te piden 'cafés virtuales'. ¿Será esa la nueva forma de relacionarse? Todos los casos de quienes me han pedido conexión han tenido cierta lógica en mi ámbito laboral.
Pero de pronto ayer me tropiezo con una petición de conexión a mi red de un estanquero de Oviedo. Obviamente, lo primero que hice es ver su perfil y comprobar en qué parte de su trayectoria había podido cruzarse por el sector turístico, el periodístico, el de la comunicación o el de vecinos de Bajamar, ¿por qué no? Pero no, no hay ningún elemento que me indique el posible interés de ese estanquero de Oviedo. Y claro, o está muy despistado o se ha confundido de red. Pero trastear en Google te lleva a aprender algo que no sabía: existe una Unión de Estanqueros de España y ya me ha podido más la curiosidad.
Me queda ahora la duda de si aceptarlo y averiguar si existe algún interés profesional o realmente ha sido un error. Por lo general acepto a casi todo el mundo; luego me arrepiento en muchos casos porque me invaden a propuestas para venderme cosas y a mí −soy así− me cuesta no responder. Tengo ahora que perfeccionar mis respuestas para que sean a la vez que sinceras, efectivas para evitar los bombardeos sucesivos.