Por segundo año consecutivo, la furia del monzón ha dejado tras de si un paisaje desolador en Pakistán. La meridional provincia de Sindh ha sido la región más afectada con más de 200 muertos, unos 5,3 millones de afectados, medio millón de desplazados, y cientos de miles de viviendas destruidas.
Las mismas historias que hace un año inundaban las pantallas internacionales de televisión pasaron al olvido, pero siguen repitiéndose con la misma dureza que en el pasado. Y al igual que Sísifo, los paquistaníes luchan por subir la pendiente. Una y otra vez. Y tal como se narraba en la antigüedad, si bien el monzón insiste en golpear con contundencia, al igual que la roca que se escapaba del hijo del dios del viento, los paquistaníes clavan su vista estoicamente hacia el cielo, emulando de una manera inconsciente la persistencia de Sísifo.
Las lluvias han devastado 1,7 millones de hectáreas de cultivo, ocasionando una pérdida económica de más de diez mil millones de dólares. Mientras el gobierno de Islamabad, incapaz de hacer frente a la crisis humanitaria, observa asustado la lenta respuesta internacional, condicionada en parte por la crisis económica mundial. Tan solo en parte, ya que la falta de confianza de los actores internacionales en la presente administración no pasa desapercibida.
Casas abnegadas, hospitales abandonados y muchas maletas que esperan retornar a lo que una vez fue su hogar. Decenas de miles de familias que lo han perdido todo, se cobijan bajo improvisadas lonas de plástico en los márgenes de las carreteras, vías de tren, o en cualquier terreno de tierra que no ha sido afectado por las inundaciones. La mayoría de estos desplazados vive en condiciones de insalubridad, expuestos a contraer enfermedades causadas por el agua como la malaria, el cólera, o la malnutrición.
'Estas inundaciones son peores que las del año pasado, porque las fuertes lluvias han dañado muchas infraestructuras como hospitales, centros de salud o dispensarios de medicamentos', advierte el doctor Soomar Khoso, de la Organización Mundial de la Salud. Y añade: 'Llevo varios meses sin poder estar con mi familia. Y todavía me queda mucho trabajo. El agua todavía permanecerá tiempo. Las enfermedades no dudarán en aprovechar la oportunidad'
Al igual que otros muchos centros hospitalarios, el hospital de Mirpur Khas no fue la excepción y quedó literalmente bajo las aguas, complicando el acceso a los pacientes que se acercaban como podían, con carros y burros, durante dos meses.
En la sala de pediatría, decenas de niños famélicos con el vientre hinchado luchan por sobrevivir, ante la mirada impotente de sus madres. 'El treinta por ciento de los niños afectados por las inundaciones padecen malnutrición', advierte una doctora del centro. 'Si no reciben pronto más ayuda morirán', añade preocupada.
Mientras continua el lento goteo de la ayuda, miles de personas buscan cobijo a la espera de que la tierra, poco a poco, vaya absorbiendo el agua que ha cubierto con un continuo manto toda la región.
Lejos de las instalaciones que resistieron el envite de la tormenta, los campamentos de desplazados se extienden como atalayas a lo largo de la provincia de Sindh. Unas 800 familias de los distritos de Badin, Yuda, Sangir, Nawadshah viven desde agosto en el campo de desplazados de Sabzi Mandi en Hyderabad, esperando regresar a sus hogares. Herba de Mir Pur khas, tiene cinco hijos, ahora está embarazada desde hace dos meses, concibió a su hijo en el campo de desplazados. 'Perdimos la casa, las tierras, todo. No tenemos nada con lo que sobrevivir' explica entre lágrimas mientras sujeta a su pequeño niño entre sus brazos. En seguida sale fuera de la tienda para contar su historia.Las inundaciones de este año han vuelto a poner de manifiesto las carencias que tiene Pakistán para poder gestionar las catástrofes naturales, al tiempo que han deteriorado aún más la credibilidad de un gobierno que afronta numerosos frentes abiertos. Unos frentes que salpican no sólo a los donantes internacionales, al encontrar muchos problemas a la hora de canalizar la ayuda humanitaria, sino a la cantidad ingente de población civil afectada que espera, estoicamente, el receso de las aguas.