[Artículo publicado en el fanzine OuBaPo Los niños de Komodo, 2013]
Si nos atenemos a la historia, el movimiento OuBaPo (acrónimo de Ouvroir de Bande Dessinée Potentielle, Taller de Historieta Potencial) es descendiente directo del OuLiPo que fundaran el matemático François Le Lionnais y el escritor y poeta Raymond Queneau en 1960, un proyecto que pretendía espolear la creatividad estableciendo fronteras infranqueables, restricciones y condiciones que obligaban al autor a imaginar nuevas soluciones formales que abrieran nuevos caminos literarios. Aunque el concepto puede trasladarse a cualquier arte o forma creativa, no parece que exista mejor destinatario que el arte de la historieta para seguir el reto propuesto por las letras. Un arte invisible que tiene en la forma su elemento fundamental, su herramienta básica de construcción de la narración, podría extraer múltiples enseñanzas de la restricción formal, tanto como motivación creativa como por lo didáctico de que podría resultar la búsqueda de los elementos constitutivos básicos de su lenguaje. Dos autores, Lewis Trondheim y Jean-Christophe Menu, y un teórico, Thierry Groensteen, tomaron el guante de construir nuevas reglas para la creación a finales de los 80 y principios de los 90. El resultado forma parte ya de la historia: con L’Associaton como nexo de unión, un nutrido grupo de autores se lanzó a la experimentación oubapiana, a la deconstrucción del lenguaje en sus unidades mínimas para luego armar historias creadas desde un minimalismo compositivo. François Ayroles, Anne Barou, Patrice Killofer o Etienne Lecroart protagonizaron la explosión de un movimiento que tendría en la revista Oupus su portavoz y medio de expresión durante casi 20 años y que todavía hoy proyecta su influencia decisiva sobre autores como Ruppert y Mulot.
Sin embargo, ¿hasta qué punto el OuBaPo es realmente una expresión original en el noveno arte?¿Es realmente una innovación o tan sólo el reconocimiento de una línea preexistente innominada que toma por fin identidad y conciencia de sí misma? La pregunta no es ni capciosa ni baladí: la historieta ha sido un arte que ha nacido y se ha desarrollado desde la restricción formal exógena. El OuBaPo no deja de ser un juego autoimpuesto, unas reglas férreas pero consensuadas desde una libertad creativa absoluta, pero la emancipación de la historieta ha sido un proceso largo y complejo, que ha transitado un camino lleno de espinas. Baste ver las primeras expresiones de historieta en la prensa americana de finales del siglo XIX, que trasladaban la libertad formal de la experimentación fundacional de Töpffer a unas inflexibles condiciones de creación y producción, tanto en el contenido como sobre todo en un continente estrictamente limitado por el espacio que dejaba el periódico. Una restricción que, con el tiempo, se iría consolidando y endureciendo, llegando al límite total con la aparición de la tira diaria. Una línea, apenas un espacio de tres o cuatro viñetas que debían establecer una línea narrativa coherente que podría ser tanto autocontenida como parte de una narración extensa sobre la que debía expresar su independencia y sentido aislado. El lenguaje del cómic se configuró, desarrolló y expandió gracias precisamente a estas condiciones: en un espacio asfixiante, el creador debía contar una historia, establecer una estructura de presentación, nudo y desenlace coherente y sólida. Ante la carestía absoluta de medios narrativos, aquellos creadores tuvieron que establecer la elipsis como la base absoluta de la narración gráfica, la composición visual de las viñetas como una arquitectura narrativa básica que fuese compatible con la estética y con la funcionalidad.
La historia del cómic es, de momento, el relato de cómo han cambiado esas restricciones. Muchas veces impuestas por los usos sociales, otras simplemente por las limitaciones tecnológicas de la industria gráfica, pero siempre presentes: de la página al cómic-book, con un formato definido y un número de páginas establecido inamovible. De ahí, al álbum, 48 páginas a color con tamaño apenas modificable un par de centímetros. La revista con las restricciones de páginas a color y en blanco y negro, que limitaba a siete u ocho páginas la entrega periódica de la serie…. Cada época ha tenido un formato reinante, una condición de obligado cumplimiento para el autor, que poco a poco veía que su trabajo recibía un reconocimiento social que se traducía en una libertad autoral, pero que siempre tendría la frontera formal como barrera impracticable. Pero todo yugo tiene su fin: tras años de cautiverio, los autores se pudieron liberar de las cadenas de la imposición formal con el avance de una industria que, amparada en la tecnología, da por fin libertad absoluta al autor para controlar continente y contenido. Llega la novela gráfica, un formato liberador en las formas que dinamita tamaños, estilos y grosores. El autor ya no sólo puede contar lo que quiera, puedo hacerlo como quiera. En cierta medida, la historieta ha vivido un eterno OuBaPo, no consensuado ni aceptado, sino dictatorialmente impuesto por la industria y la tecnología, del que despierta por fin en el siglo XXI. Sin embargo, esta libertad lleva consigo retomar el espíritu OuBaPo: ¿puede la total y absoluta libertad creativa hacer que el necesario riesgo creativo se adocene? ¿Puede ser contraproducente el libertinaje creativo? La respuesta es, evidentemente, negativa. La creación precisa de la libertad para su expansión, no se le pueden poner cortapisas. Pero no menos cierto es que la inexistencia de límites en el arte no implica necesariamente la inexistencia de los individuales. Cada autor está marcado por su trabajo y vive y crea bajo los límites de su propia capacidad y esfuerzo. Aceptar y reconocer estos límites es necesario para poder rebasarlos, y la aceptación de retos desde esa libertad completa puede ser una catapulta para el autor, un estímulo infinito para encontrar nuevos caminos. Ahora que la libertad creativa es total, más que nunca, el OuBaPo renace como un instrumento de exploración y descubrimiento. Ya sea con las normas establecidas por Groensteen o, simplemente, como un ejercicio de estilo nacido como reto, la restricción formal es un poderoso motor de creación. Todo vale: desde la imposición temática a establecer que sólo se pueden utilizar determinado número de viñetas, desde jugar con dibujos preexistentes a sólo poder usar un tipo de trazo, desde cambiar el estilo constantemente a imitar otro, desde el juego individual al colectivo. Es un juego en el que los autores aceptan encerrarse ellos mismos en una mazmorra y tirar la llave: y ellos mismos deben descubrir cómo salir desde la constante experimentación. Los resultados pueden ser más o menos brillantes, divertidos o crípticos, conservadores o arriesgados, pero siempre serán sorprendentes, siempre establecerán la base de un nuevo camino a explorar. Y no sólo eso, enseñarán la esencia de un lenguaje, lo descompondrán para comprenderlo o para maravillarse ante una nueva lectura. Y, por eso, el OuBaPo debe seguir siendo eterno.
Más información sobre el movimiento OuBaPo:http://neuviemeart.citebd.org/spip.php?rubrique62