Revista Historia
Durante mis ya pasadas vacaciones estivales, tuve el privilegio de visitar varios lugares santos. Entre ellos, la cámara santa en la que se encuentra el lienzo que recubrió el rostro de Jesús de Nazareth, en la catedral de Oviedo.
Al acceder a la catedral, como suele sucederme siempre que entro a un lugar sagrado, es decir, a una réplica de las entrañas de la Gran Madre, o bien, una manifestación microcósmica del macrocosmos, tuve una experiencia que me conmovió. Algo dentro de mí, justo cuando iba a acceder a la cámara santa, me dijo: medita y escribe acerca de la figura de Judas Iscariote.
Tras abandonar aquel lugar santo, me quedé un tiempo meditando acerca de lo que podrían significar aquellas palabras, que resonaban en mi interior, justo en el momento y durante la entrada en la cámara santa. Al principio, pensé que Judas había sido vilipendiado por la corriente ortodoxa o literalista, como el traidor que había entregado a Jesús, conduciéndolo a su muerte en la Cruz. Tuvieron que transcurrir unos días para que me percatara de la sincronicidad de mi vivencia y la visita a la catedral de Oviedo.
El lienzo que recubrió el rostro de Jesús tras su muerte en la Cruz, es una reliquia venerada por los fieles cristianos y visitada por multitud de peregrinos, desde todos los rincones del orbe. Se considera, en cierta medida, una prueba de la existencia histórica de un hombre que sufrió el tormento de la crucifixión, en la misma época y del mismo modo en que, según los documentos históricos y bíblicos, tuvo lugar la muerte en la cruz de Jesús. Ahora bien, en ningún caso puede decirse, científicamente hablando, que aquel lienzo, manchado por la sangre de un crucificado, sea el de Jesús de Nazareth.
Sin embargo, para mí, mi experiencia en la catedral de Oviedo me confirma que, en efecto, aquel lienzo pudo pertenecer a Jesús de Nazareth. Y, además, no sólo eso, sino que, en efecto, sufrió las mortificaciones de la crucifixión. Sin embargo, mi voz interior me decía que debía indagar y escribir sobre aquél que, según la ortodoxia cristiana, había sido el artífice de ese acontecimiento, aparentemente brutal.
Pues bien, dado a conocer públicamente en abril del 2006, El evangelio (gnóstico) de Judas, forma parte del Códice de Tchacos (nombre éste que proviene de la persona que intervino, finalmente, en la operación de compra del antiguo códice, la anticuaria de origen egipcio-suizo Frieda Nussberger-Tchacos) y nos desvela una faceta desconocida y opuesta a la defendida por la ortodoxia cristiana, desde los tiempos de Ireneo de Lyon, según la cual Judas es el apóstol malvado que traicionó a su maestro y amigo. Según este documento escrito en copto, fechado en torno al siglo III, aunque mencionado por Ireneo en su obra antignóstica Contra los herejes, en torno al año 178, el que ha sido un "villano traidor en la tradición canónico-apostólica y apócrifa -en oposición a Pedro- pasa a ser siervo sufriente; "la piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular" (Hch 4, 11-Sal 118, 22)", escribe el catedrático de Filosofía e Historia de las religiones en la Escuela de Graduados de la Universidad argentina J. F. Kennedy.
Seguramente, las mentes sencillas no estén preparadas para digerir semejante hallazgo. Para ellas, éste ensayo puede darles un golpe mental demasiado brusco. No obstante, aún es peor para aquellos que están formados, y empapados, por siglos de exégesis unilateral. A pesar de ello, tanto los primeros, como los segundos, pertenecen al conjunto de quienes entienden las escrituras, así como el mensaje evangélico, sólo en su aspecto aparente o literal. El contenido esotérico, o sea, simbólico les es completamente ajeno, por lo que no verán en ello sino cierta clase de conocimiento totalmente verbal que constituye, para los segundos, la erudición simple, sin que a ello se agregue la mayor comprensión real de la verdad subyacente a lo allí expresado.
¿Qué tiene que ver, por tanto, la figura de Judas, con mi experiencia en la cámara santa? Pues que Jesús y Judas son, en un sentido simbólico, Uno y el Mismo. O sea, que Judas Iscariote es, en realidad, la sombra de Jesús, su alterego, su hermano oscuro. En cierto sentido, Judas es el adversario de Jesús, en tanto que es quien lo cruza, es decir, el artífice de su crucifixión. En realidad, desde mi punto de vista, Judas y Jesús, como digo, forman una Unidad. Pero es que, quien cruza a Jesús, quien lo conduce a la cruz, es, también, quien lo conduce a su muerte a la existencia mundana o material, para favorecer el tránsito a la otra vida, al más allá. O sea, que gracias a Judas, tiene lugar su renacimiento al ámbito del Espíritu o Pleroma, como lo denominan los gnósticos cristianos.
De esta suerte, leemos en el evangelio de judas que Jesús le dice a Judas lo siguiente:
"Apártate de los demás y te diré los misterios del reino."
Con ello deja traslucir cómo Judas es instruido en el conocimiento perfecto (gnosis espiritual o pneumática), revelándole un conocimiento profundo de la realidad. El mismo Judas, como se narra en el evangelio, tiene una visión profética de su futuro, tras de la cual Jesús le desvela su significado:
"Tú serás el trece y serás maldito para las otras generaciones y gobernarás sobre ellos. En el último día, maldecirán tu ascenso."
Con ello, Jesús da a entender que Judas es, en realidad, superior en conocimiento (gnosis) al resto de sus discípulos, encomendándole la tarea más difícil de todas: la de conducirle a su muerte, para que se produzca el milagro de la resurrección (y salvación de la humanidad). Por eso, Jesús le habla frontalmente:
"Pero tú los superarás a todos, porque sacrificarás al hombre que me reviste".
La misión gnóstica es trascendente, en tanto que persigue la liberación de los espirituales, mediante el misterio de la Eucaristía, la liberación de Cristo tras su muerte y resurrección. Judas es, por consiguiente, el agente de esa liberación, tanto de Cristo, cuanto del resto de los gnósticos. Y esto se comprende, si consideramos el sentido profundo de la muerte y la resurrección de Jesús. En un sentido simbólico, eso representa la superación de la condición de una existencia prosaica y profana, representada por el cuerpo -en tanto que identificación con el ámbito de la materia-, y el acceso a una realidad trascendente, a modo de un segundo nacimiento, o reintegración iniciática, en la que al gnóstico le son revelados los secretos del verdadero destino de la humanidad.
Lamentablemente para nuestra civilización, Judas se ha convertido en el foco de proyección de la sombra del occidental. Él ha sido el apóstol maldito, como sucedió con Jesús con los Romanos, y con los miembros del Sanedrín. Judas ha sido repudiado por los cristianos no gnósticos. Ambos, en cierto modo, han sufrido un destino semejante: chivos expiatorios, cabezas de turco sobre los que proyectar la sombra de la masa de loshílicos (aquellos incapaces de comprender el sentido oculto del mito cristiano). Así, el hecho de que el evangelio de judas aparezca justo en esta época, fíjense que no ha sido hasta el 2006 que ha aparecido en español, y, por tanto, no ha sido hasta prácticamente los inicios del siglo XXI, que ha salido a la luz pública..., todo esto puede entenderse como una señal, un presagio, de la necesidad de tomar consciencia e integrar la henchida sombra del cristianismo ortodoxo o literalista. Esa es, al menos, mi percepción, un poco grosso modo.
Al acceder a la catedral, como suele sucederme siempre que entro a un lugar sagrado, es decir, a una réplica de las entrañas de la Gran Madre, o bien, una manifestación microcósmica del macrocosmos, tuve una experiencia que me conmovió. Algo dentro de mí, justo cuando iba a acceder a la cámara santa, me dijo: medita y escribe acerca de la figura de Judas Iscariote.
Tras abandonar aquel lugar santo, me quedé un tiempo meditando acerca de lo que podrían significar aquellas palabras, que resonaban en mi interior, justo en el momento y durante la entrada en la cámara santa. Al principio, pensé que Judas había sido vilipendiado por la corriente ortodoxa o literalista, como el traidor que había entregado a Jesús, conduciéndolo a su muerte en la Cruz. Tuvieron que transcurrir unos días para que me percatara de la sincronicidad de mi vivencia y la visita a la catedral de Oviedo.
El lienzo que recubrió el rostro de Jesús tras su muerte en la Cruz, es una reliquia venerada por los fieles cristianos y visitada por multitud de peregrinos, desde todos los rincones del orbe. Se considera, en cierta medida, una prueba de la existencia histórica de un hombre que sufrió el tormento de la crucifixión, en la misma época y del mismo modo en que, según los documentos históricos y bíblicos, tuvo lugar la muerte en la cruz de Jesús. Ahora bien, en ningún caso puede decirse, científicamente hablando, que aquel lienzo, manchado por la sangre de un crucificado, sea el de Jesús de Nazareth.
Sin embargo, para mí, mi experiencia en la catedral de Oviedo me confirma que, en efecto, aquel lienzo pudo pertenecer a Jesús de Nazareth. Y, además, no sólo eso, sino que, en efecto, sufrió las mortificaciones de la crucifixión. Sin embargo, mi voz interior me decía que debía indagar y escribir sobre aquél que, según la ortodoxia cristiana, había sido el artífice de ese acontecimiento, aparentemente brutal.
Pues bien, dado a conocer públicamente en abril del 2006, El evangelio (gnóstico) de Judas, forma parte del Códice de Tchacos (nombre éste que proviene de la persona que intervino, finalmente, en la operación de compra del antiguo códice, la anticuaria de origen egipcio-suizo Frieda Nussberger-Tchacos) y nos desvela una faceta desconocida y opuesta a la defendida por la ortodoxia cristiana, desde los tiempos de Ireneo de Lyon, según la cual Judas es el apóstol malvado que traicionó a su maestro y amigo. Según este documento escrito en copto, fechado en torno al siglo III, aunque mencionado por Ireneo en su obra antignóstica Contra los herejes, en torno al año 178, el que ha sido un "villano traidor en la tradición canónico-apostólica y apócrifa -en oposición a Pedro- pasa a ser siervo sufriente; "la piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular" (Hch 4, 11-Sal 118, 22)", escribe el catedrático de Filosofía e Historia de las religiones en la Escuela de Graduados de la Universidad argentina J. F. Kennedy.
Seguramente, las mentes sencillas no estén preparadas para digerir semejante hallazgo. Para ellas, éste ensayo puede darles un golpe mental demasiado brusco. No obstante, aún es peor para aquellos que están formados, y empapados, por siglos de exégesis unilateral. A pesar de ello, tanto los primeros, como los segundos, pertenecen al conjunto de quienes entienden las escrituras, así como el mensaje evangélico, sólo en su aspecto aparente o literal. El contenido esotérico, o sea, simbólico les es completamente ajeno, por lo que no verán en ello sino cierta clase de conocimiento totalmente verbal que constituye, para los segundos, la erudición simple, sin que a ello se agregue la mayor comprensión real de la verdad subyacente a lo allí expresado.
¿Qué tiene que ver, por tanto, la figura de Judas, con mi experiencia en la cámara santa? Pues que Jesús y Judas son, en un sentido simbólico, Uno y el Mismo. O sea, que Judas Iscariote es, en realidad, la sombra de Jesús, su alterego, su hermano oscuro. En cierto sentido, Judas es el adversario de Jesús, en tanto que es quien lo cruza, es decir, el artífice de su crucifixión. En realidad, desde mi punto de vista, Judas y Jesús, como digo, forman una Unidad. Pero es que, quien cruza a Jesús, quien lo conduce a la cruz, es, también, quien lo conduce a su muerte a la existencia mundana o material, para favorecer el tránsito a la otra vida, al más allá. O sea, que gracias a Judas, tiene lugar su renacimiento al ámbito del Espíritu o Pleroma, como lo denominan los gnósticos cristianos.
De esta suerte, leemos en el evangelio de judas que Jesús le dice a Judas lo siguiente:
"Apártate de los demás y te diré los misterios del reino."
Con ello deja traslucir cómo Judas es instruido en el conocimiento perfecto (gnosis espiritual o pneumática), revelándole un conocimiento profundo de la realidad. El mismo Judas, como se narra en el evangelio, tiene una visión profética de su futuro, tras de la cual Jesús le desvela su significado:
"Tú serás el trece y serás maldito para las otras generaciones y gobernarás sobre ellos. En el último día, maldecirán tu ascenso."
Con ello, Jesús da a entender que Judas es, en realidad, superior en conocimiento (gnosis) al resto de sus discípulos, encomendándole la tarea más difícil de todas: la de conducirle a su muerte, para que se produzca el milagro de la resurrección (y salvación de la humanidad). Por eso, Jesús le habla frontalmente:
"Pero tú los superarás a todos, porque sacrificarás al hombre que me reviste".
La misión gnóstica es trascendente, en tanto que persigue la liberación de los espirituales, mediante el misterio de la Eucaristía, la liberación de Cristo tras su muerte y resurrección. Judas es, por consiguiente, el agente de esa liberación, tanto de Cristo, cuanto del resto de los gnósticos. Y esto se comprende, si consideramos el sentido profundo de la muerte y la resurrección de Jesús. En un sentido simbólico, eso representa la superación de la condición de una existencia prosaica y profana, representada por el cuerpo -en tanto que identificación con el ámbito de la materia-, y el acceso a una realidad trascendente, a modo de un segundo nacimiento, o reintegración iniciática, en la que al gnóstico le son revelados los secretos del verdadero destino de la humanidad.
Lamentablemente para nuestra civilización, Judas se ha convertido en el foco de proyección de la sombra del occidental. Él ha sido el apóstol maldito, como sucedió con Jesús con los Romanos, y con los miembros del Sanedrín. Judas ha sido repudiado por los cristianos no gnósticos. Ambos, en cierto modo, han sufrido un destino semejante: chivos expiatorios, cabezas de turco sobre los que proyectar la sombra de la masa de loshílicos (aquellos incapaces de comprender el sentido oculto del mito cristiano). Así, el hecho de que el evangelio de judas aparezca justo en esta época, fíjense que no ha sido hasta el 2006 que ha aparecido en español, y, por tanto, no ha sido hasta prácticamente los inicios del siglo XXI, que ha salido a la luz pública..., todo esto puede entenderse como una señal, un presagio, de la necesidad de tomar consciencia e integrar la henchida sombra del cristianismo ortodoxo o literalista. Esa es, al menos, mi percepción, un poco grosso modo.
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