Revista Opinión
Toda su vida había deseado aprobar aquel examen, pero cuando lo suspendieron la primera vez nunca más se presentó a ninguna nueva convocatoria. Le había cogido miedo y no quería sufrir otra derrota. Esa actitud no le impidió, no obstante, aspirar a otros retos que también exigían pruebas que tendría que superar y que afrontó con resultados satisfactorios, aún siendo muchas de ellas más exigentes y difíciles que aquel primer examen. No lo olvidaría y quedaría grabado en su memoria como lo que era: un trauma que tarde o temprano tendría que vencer y superar. Por eso, alcanzada la edad de permitirse cumplir todos sus caprichos y hacer lo que le gustase, lo primero que hizo fue matricularse en un curso que le ayudase a volver enfrentarse a la prueba que nunca había superado. Aprobó sin dificultad la parte teórica, pero la práctica volvió a resistírsele. Era lo esperado aunque en un rincón remoto de su cerebro albergaba la posibilidad de conseguir, a la primera, salir victorioso del trance. Ahora debía repetir ese ejercicio práctico que hacía sin dificultad en los preparativos del curso. Sus nervios lo traicionaban cuando se enfrentaba a sí mismo. Eso era lo que tenía que vencer ya que él mismo era su mayor obstáculo. Pero estaba decidido a no cejar, esta vez, en el empeño. Como si el significado de toda su vida dependiera de una prueba de aptitud para conducir motocicletas.