El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, acredita el tópico sobre los gallegos que exaspera a sus paisanos sin sentido del humor: no se sabe si sube o baja la escalera, y su tranquilidad aparente podría deberse a que espera los primeros dineros europeos, que fluirán en septiembre y que empezaremos a ver tímidamente en octubre.
“El que resiste gana”, dijo siendo joven el también gallego Camilo José Cela, quien resistió hasta ganar con 87 años el Nobel de Literatura en 1989.
Rajoy se mueve con una lentitud exasperante, que sus fieles comparan con la virtud cazadora del perro pachón.
Característica que mantiene desde que empezó como diputado autonómico, luego como candidato a primer ministro impuesto por Aznar sobre sus rivales del PP, pero derrotado por las bombas islamistas.
Siete años después logró ganar las elecciones habiendo sorteado hábilmente las trampas tendidas en su propio partido por personajes bastante más brillantes que él.
Con una España en medio de una terrorífica crisis económica no tembló, como tampoco Zapatero, reduciéndole el sueldo a los trabajadores públicos, médicos, policías, bomberos, militares: valentía fácil.
Pero parece temer la disolución imprescindible de empresas y entramados públicos y el despido de sus menestrales políticos, nacionales, autonómicos y municipales.
Cientos de miles de puestos inútiles, redundantes, que sostienen las estructuras del PP y de los demás partidos, PSOE, nacionalistas y neocomunistas de Cayo Lara y del caradura chupador de subvenciones que pagamos todos, Sánchez Gordillo, alcalde de la estafa general que es Marinaleda.
Ahí no entra, de momento, mientras un anónimo militante del PP le dice al Financial Times que Rajoy es “el hombre equivocado en el momento equivocado”.
José María Aznar es consejero del grupo propietario del periódico, presidido por Rupert Murdoch.
Rajoy desconcierta, no se sabe si sube o baja. Y, o nos evita la miseria heredada o nos sumerge más en ella a velocidad suicida: no habrá término medio.
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SALAS