Revista Arquitectura

El exclusivo hotel del Palacio de Versalles: lujo del siglo XVIII en versión 2.0

Por Pallares

En un mercado saturado de hoteles que prometen vivir como reyes, Le Grand Contrôle es uno de los pocos que realmente lo sostiene al pie de la letra. Con rigor histórico y sofisticación contemporánea, es el único alojamiento privado dentro de los terrenos del Palacio de Versalles, una pieza de diplomacia patrimonial que mezcla conservación, inversión privada y ese talento francés para convertir la historia en una experiencia viva.

El exclusivo hotel del Palacio de Versalles: lujo del siglo XVIII en versión 2.0

Ubicado en un edificio del siglo XVII que conserva el espíritu del reinado de Luis XIV, Le Grand Contrôle opera bajo un esquema público-privado afinado: el inmueble pertenece al Estado francés y la gestión está a cargo de Airelles, parte de LOV Hotel Collection. El resultado es un hotel ultrapremium que mantiene estándares internacionales de cinco estrellas con una potente genética patrimonial. Son trece habitaciones, más las suites Necker y Madame de Fouquet, que pueden integrarse con la Sala Turgot y la Gran Biblioteca para formar el Gran Apartamento, la joya del conjunto. Pasar una noche cuesta desde 1.700 euros.

La construcción fui diseñada por Jules Hardouin-Mansart, el arquitecto favorito de Luis XIV y figura clave del clasicismo francés. En su historia, Le Grand Contrôle funcionó como sede del ministerio de finanzas del reino, con figuras históricas como Jacques Necker entre sus últimos ocupantes antes de la Revolución. Con el paso de los siglos, el edificio pasó por distintos usos y terminó alcanzando un estado precario en 2004, cuando incluso se hundió parte del techo de la escalera principal.

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La reapertura como hotel en 2021 llega de la mano del grupo inversionista, que  impulsó la restauración de espacios, carpinterías, molduras y decoraciones, devolviendo a la estructura su espíritu original. Para lograrlo se apoyaron en inventarios históricos de 1788 y contrataron artesanos y especialistas en patrimonio, junto a al diseñador de interiores Christophe Tollemer. Los tapices, las telas, los colores, las texturas, todo fue recreado con fidelidad histórica, buscando reproducir la atmósfera del siglo XVIII. Incluso la iluminación moderna fue diseñada para imitar la suave luz de velas, preservando esa atmósfera al estilo de residencia aristocrática de época.

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La modernidad aparece donde corresponde. No hay televisores, sino iPads; no hay minibar alcohólico, sino una selección sobria y bien pensada; los parlantes Marshall conviven con muros del siglo XVII sin romper nada. El té de la tarde, incluido en la tarifa, llega todos los días con macarons de Ladurée y vajilla antigua, como un ritual doméstico más que como un servicio hotelero. En los patios interiores, sillas discretas, mármol antiguo y una pequeña fuente refuerzan la idea de casa privada más que de destino turístico.

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Cuando cae la noche, el hotel despliega su argumento más poderoso: el acceso exclusivo al palacio fuera del horario público. Los huéspedes recorren los apartamentos reales en grupos mínimos, acompañados por mayordomos con faroles. La dimensión intelectual aparece en la biblioteca privada del palacio, que abre excepcionalmente para los huéspedes y permite acceder a manuscritos, correspondencias y documentos vinculados a María Antonieta. Además, una ventaja especialmente exclusiva, es que pueden disfrutar de visitas guiadas privadas al Palacio de Versalles y al Gran o Pequeño Trianón, fuera del horario de apertura al público.

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Otro agregado que contribuye a esta puesta en escena es el restaurante, dueño de una estrella Michelin y firmado por Alain Ducasse. A la hora de la cena el spot propone su versión de banquete real: un menú de cinco tiempos servido como un pequeño ritual de corte y personal que ingresa vestido de época. Por la mañana, los desayunos mantienen el tono —panes calientes, pastelería delicada, platos salados a pedido y fruta perfecta—, mientras que el brunch dominical suma champagne, quesos, viennoiserie y los postres del chef pastelero Aymeric Pinard.

En el subsuelo, el spa Valmont continúa la narrativa. La piscina interior, hecha en mármol de Carrara en damero, tiene un aforo máximo de seis personas y funciona solo con reserva. Saunas, hammam y masajes completan un circuito que evita las estridencias habituales del wellness contemporáneo.

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Las experiencias terminan de definir la propuesta. Visitas privadas a los apartamentos reales, recorridos matinales por jardines vacíos, paseos en coche clásico o navegaciones por el Gran Canal conviven con opciones más teatrales como vestirse con trajes utilizados en la serie Versailles, participar del despertar del rey con música del siglo XVIII y leche de almendras, recrear rutinas de María Antonieta o pasar un día entero en el Trianon antes de su apertura al público.


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