Revista Opinión

El éxito de mañana

Publicado el 19 enero 2019 por Manuelsegura @manuelsegura

El éxito de mañana

No tuve compañeras en mi clase hasta los diez años de edad. Cursábamos quinto de lo que se llamó Educación General Básica (EGB). Desde párvulos, que era como se denominaba al curso inicial, mis compañeros de pupitre siempre habían sido chicos. Recuerdo que el patio de aquel colegio nacional en mi pueblo estaba dividido y que había una zona delimitada para ellas y otra para nosotros. Los más talluditos y avispados se acercaban al punto que nos separaba y hablaban (algunos más que hablar, vociferaban) con las moradoras de la otra parte. Era lo máximo a lo que se podía aspirar de puertas para adentro. Aquello era como el Muro de Berlín, infranqueable, con profesores al uno y otro lado para evitar que nadie traspasara la delgada línea que nos distanciaba.

En 1972 mi clase ya fue mixta. Sin embargo, a nosotros nos colocaron juntos. Y a ellas, también. Éramos, en total, una veintena de chicas y apenas una decena de chicos. Había unas tres o cuatro que destacaban en cuanto a su nivel académico. Nosotros resultábamos más discretos, diría yo. Entre las asignaturas figuraban trabajos en los que, por ejemplo, había que tener destreza manual. En más de una ocasión recurrí a ellas para que me auxiliaran, pues nunca destaqué en esos menesteres. Los siguientes cursos de EGB supusieron que la compenetración fuera total. Y ya había quien, incluso, compartía mesa. En aquellos años, lo reconozco, empezamos a mirarlas de otra manera. Y calificaría como emocionantes e irrepetibles aquellas sensaciones. En 1976 llegué al instituto de Enseñanza Media, en la capital, y aunque no hacía mucho que las aulas eran mixtas, la cosa implicó abrazar lo que yo estimé como normal.

Cuento todo esto ante la polémica que suscita lo de la educación diferenciada en algunos centros de enseñanza. Los chicos con los chicos y las chicas con las chicas, como rezaba aquella canción de los 70. He leído que hay quien argumenta que existen “ritmos diferentes de maduración y de aprendizaje de los niños y de las niñas” teniendo en cuenta distintas teorías científicas, como el dimorfismo sexual cerebral, esto es, la existencia de una diferente estructura y funcionamiento de los cerebros masculino y femenino desde, incluso, antes de nacer. No creo en ello. Y además me cuestiono si el Estado debe ser valedor de un sistema que se me antoja de todo punto discriminatorio. Una auténtica faena con la que no debiéramos privar a nuestros hijos a la hora de abrirse, desde los primeros instantes a la vida, de igual a igual.

Este mes entrevisté para la tele a Antonio García Arias, un polifacético profesor -maestro lo denominaría yo- de un colegio público de San Javier, al que han elegido como mejor docente de España en 2018. Una honrosa excepción para una comunidad autónoma que no destaca, precisamente, por encabezar las clasificaciones y los baremos educativos. Me contó que la burocracia administrativa está lastrando la enseñanza y que le revienta que haya políticos a los que se les llene la boca a la hora de decir que apuestan por la educación, cuando su mirada no va más allá del cortoplacismo. O aquellos padres que vuelcan la responsabilidad formativa de sus hijos en los profesores, eludiendo toda incumbencia. Y me habló también de los alumnos que hay en su centro con capacidades diferentes o limitadas y de la normalidad e integración con la que el resto de chavales los aceptan. Es evidente que a Toni le sigue enganchando la docencia, a pesar de los pesares, un cuarto de siglo después. Por eso, me confesaba que la mejor recompensa a su distinción acaso hayan sido los sentidos abrazos y los besos de sus discípulos de Primaria al conocer la noticia. Es por lo que, escuchándolo, reparé en aquello de abonar el sacrificio de hoy para convertirlo en el éxito de mañana.

[eldiario.es Murcia 19-1-2019]


Volver a la Portada de Logo Paperblog