Del fin de la Segunda Guerra Mundial, lo que más recordamos es la alegría y la fiesta. Sin embargo, el fin del conflicto no puede resumirse en la inmensa euforia de la vitoria. Para millones de personas anónimas la paz trajo la decepción, la miseria y el exilio. Después de tanto horror la guerra no había terminado para ellos.
En 1945, los mandatarios de la potencia vencedoras decidieron la suerte de Europa. En la conferencia de Yalta, y después en la de Postdam, se repartieron el continente y decidieron el destino de millones de personas, provocando el mayor éxodo de población de la historia. Más de 15 millones de hombres mujeres y niños, fueron expulsados de su lugar de origen; arrancados de su hogar y sus raíces para siempre.
Cuando en 1944 el avance soviético se acercaba al corazón del III Reich, para muchos ciudadanos de los territorios ocupados, no era realmente una liberación. Que un tirano les liberara de otro no era una liberación. Para ellos era una ocupación.
En Yalta, Stalin logró convencer a Roosevelt y Churchill de su deseo de ampliar la Unión Soviética hacia el Oeste. Finalmente Polonia y los Países Bálticos fueron las victimas del expansionismo del líder soviético, con el beneplácito de los lideres occidentales.
Cuando las tropas soviéticas entraban en las ciudades liberadas no dejaban nada para la población civil de origen alemán. No importaba el sufrimiento de los perdedores. Otro problema fue cuando iban liberando los campos de concentración y de trabajo. La alegría inicial de la liberación y el deseo de volver a casa y reunirse con sus familias era tan solo una ilusión. Alemania estaba totalmente en ruinas. Carreteras, puentes y líneas de ferrocarril estaban destruidos. Era el caos.
En los campamentos de desplazados los originarios de los territorios tomados por Stalin, tenían miedo de volver a su tierra natal a pesar de que se les decía que sus países habían sido liberados. Había terminado el yugo de los nazis y ahora era el de los soviéticos.
El golpe final se dio en la conferencia de Postdam, cerca de Berlín, cuando se decidieron definitivamente las zonas de ocupación de las diferentes potencias que previamente se decidieron en Yalta. En el Este la línea Curzon, 300 km hacia el oeste, delimitaba las nuevas fronteras de Polonia y la Unión Soviética y en el Oeste el limite polaco con Alemania se situaba en los ríos Óder y Neisse, mas allá de las fronteras previas a la guerra.
Estas demarcaciones provocaron que territorios alemanes se convirtieran automáticamente en polacos, como Breslau, que paso a llamarse Wroclaw. Otras zonas antes polacas y alemanas pasaran a la URSS como Könisberg que fue rebautizada como Kaliningrado.
En la conferencia decidieron crear estados que fueran étnicamente homogéneos. Decidieron como y dónde debía vivir la gente. La solución era expulsar a los que no fueran originarios de los diferentes territorios. En Polonia y Checoslovaquia, fueron especialmente salvajes, en especial con los de origen alemán que en ocasiones fueron masacrados como venganza. Más de 12 millones de alemanes habían sido expulsados de Checoslovaquia, Polonia y Hungría. Lentamente los aliados fueron organizando transportes para llevar a los millones de familias desplazadas hasta las nuevas fronteras alemanas. En eso transportes murieron un importante número de personas. En el invierno de 1945 millones de desplazados alemanes se apiñaban en cientos de improvisados campos de refugiados, en las ruinas de una Alemania devastada.
La política acordada en Postdam no solo afectaba a los alemanes, también se aplico a otras poblaciones como las ucranianas y polacas. A partir del 19 de agosto de 1945, en que se estableció definitivamente la frontera ruso-polaca cerca de un millón y medio de polacos tuvieron que abandonar su tierra, que ahora formaba parte de la repúblicas soviéticas de Lituania, Ucrania o Bielorrusia. Para expulsarlos se creó el eufemisticamente llamado Comité Nacional de Repatriados. Mientras Polonia hacia lo mismo con los 800.000 ucranianos que vivían en sus territorios.
Territorios que durante siglos habían pertenecido a una nación, por culpa de una cruel guerra y el ansia de poder, ahora eran de otro país. Dónde generaciones de polacos habían vivido ahora son de Ucrania. Dónde familias alemanas, que se remontan a la edad media, tenían sus vidas y sus ilusiones de futuro ahora vivirán ciudadanos polacos. Muchos de esos territorios antes eran un crisol de nacionalidades y razas, donde había matrimonios entre ucranianas y polacos o checos y alemanas. En nombre de la paz cerca de 20 millones de hombres mujeres y niños fueron expulsados de su tierra natal perdiéndolo todo.
Para saber más:
Continente salvaje: Europa después de la Segunda Guerra Mundial, de Keith Lowe
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