Por teletransporte entendemos el proceso de mover objetos, partículas o información de un lugar a otro de forma instantánea. Estamos familiarizados con él por los famosos teletransportadores de las películas de ciencia ficción. Sin embargo, la ciencia 'real' aún está muy lejos de conseguir algo remotamente parecido. Aunque no debemos dejar de lado el 'Experimento Philadelphia'... A los seres humanos nos encanta la velocidad. Y así, estamos constantemente ideando nuevas formas de transporte, cada vez más rápidas.
En un principio aprendimos a montar a lomo de burros, camellos y caballos, para poder viajar más cómodos y raudos.
Pero no nos parecían lo bastante veloces, así que inventamos los automóviles, las motocicletas, los barcos, los aviones y los cohetes.
A pesar de los 15.840 km. por hora que llegan a alcanzar éstos últimos, aún nos resultan insuficientes para satisfacer nuestros anhelos de celeridad. Por ello, parte de la investigación científica actual se centra en el teletransporte.
Por teletransporte entendemos el proceso de mover objetos, partículas o información de un lugar a otro de forma instantánea. Estamos familiarizados con él por los famosos teletransportadores de las películas de ciencia ficción.
Sin embargo, la ciencia 'real' aún está muy lejos de conseguir algo remotamente parecido. De momento, el único avance se ha realizado en el campo de la física cuántica. Se han llevado a cabo varios experimentos, de entre los cuales destaca uno que tuvo lugar en las Islas Canarias.
Allí, un equipo de investigadores consiguió teletransportar un par de fotones entrelazados y separados 144 kilómetros, entre las islas de La Palma y Tenerife.
Y en el 2009 se desplegó otro experimento en Canadá, donde se teletransportaron 5.000 átomos en una distancia de 23 km. Nada comparable a lo conseguido por los personajes de Star Trek. Aunque también habría que considerar los avances que se produjeron en Philadelphia, hace 70 años, sobre esta materia, fruto de la investigación de Tesla y Einstein.
Philadelphia es la quinta ciudad más populosa de los Estados Unidos. Su nombre procede de una antigua ciudad griega del Asia Menor. Ésta fue fundada en el año 189 a.C. por Eumenes II, conocido como el Filadelfo. Este apelativo lo recibió por el amor que profesaba a su hermano Átalo II, su predecesor en el trono de Pérgamo, ya que Filadelfo significa literalmente ‘el que ama a su hermano’ (philos = amor, adelphos = hermano).
La Philadelphia norteamericana cuenta con dos de los símbolos más valorados del país: la Campana de la Libertad, que sirvió para convocar a sus ciudadanos a la lectura de la Declaración de Independencia, y el Salón de la Independencia, lugar en el que se firmó en 1776 el citado manifiesto, redactado por Thomas Jefferson, y donde también se escribió la Constitución de los Estados Unidos en 1787.
Philadelphia, la ciudad del amor fraternal, fue la primera capital de los Estados Unidos, y hoy en día constituye un gran centro histórico, cultural y artístico, contando además con un magnífico puerto industrial sobre el río Delaware, que desemboca en el océano Atlántico.
Esta ciudad es asimismo escenario de dos maravillosas películas: Philadelphia, con Tom Hanks y Denzel Washington, y tema de Bruce Springsteen; e Historias de Philadelphia, con Cary Grant, Katherine Hepburn, James Stewart y John Howard.
Pero estábamos hablando de la teletransportación, y nos hemos desviado un poco del tema. El caso es que en esta ciudad se desarrolló un posible caso de teletransporte, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.
EEUU había entrado finalmente en la contienda, y sabía que parte del éxito de la guerra radicaba en el dominio del mar. Pero ahí se encontraban con los poderosos submarinos U-Boot de la armada alemana, que ya habían hundido a más de mil barcos aliados. Y por si fuera poco, también tenían que luchar contra las minas magnéticas que habían sembrado los alemanes por ciertas aguas.
Así es que, partiendo de la teoría de la relatividad de Einstein, y de la teoría dinámica de la gravedad desarrollada por Nikola Tesla, un grupo de científicos de las Universidades de Chicago y Princeton se puso a diseñar una nueva teoría que combinase ambas, y a la que denominaron la teoría del campo unificado. Con ello pretendían conseguir para las embarcaciones aliadas un recubrimiento electrónico-magnético que las hiciera invisibles e indetectables para los radares y sonares enemigos.
Una vez creada la base teórica, había que ensayarla en la práctica. Para ello utilizarían el buque destructor USS Eldridge (DE-173), recién estrenado, y al que equiparon con dos enormes generadores de gran potencia, varias bobinas, transmisores, amplificadores y circuitos, con el fin de producir un gran campo electromagnético a su alrededor, que fuera capaz de curvar las ondas de luz y de radio alrededor del buque, haciéndolo invisible a los dispositivos alemanes.
El 22 de julio de 1943 se realizó una primera prueba en los astilleros navales de Philadelphia, con un pequeño grupo de marineros a bordo del buque. Desde la orilla, y fuera del radio de acción de la posible radiación, diversos científicos y militares observaban el experimento. Tras poner en marcha los generadores, el barco desapareció durante unos segundos de la vista de los presentes, pero no de los radares. Durante el experimento, algunos miembros de la tripulación sufrieron náuseas y cefaleas.
Hubo una segunda tentativa, para ver si esta vez conseguían hacerlo desaparecer de los radares, pero parece que tampoco tuvo éxito.
Finalmente, el 28 de octubre de 1943 tuvo lugar un tercer ensayo. Los generadores electromagnéticos se encendieron, una densa neblina verde cubrió el barco, del cual surgió un relámpago azul, y éste desapareció de la vista de los observadores y de las pantallas del radar. Lo único que delataba la presencia del barco era el hueco que dejaba en el agua por su peso.
Esta vez, los efectos de la radiación electromagnética en la tripulación sí fueron importantes: muchos sufrieron problemas mentales y físicos, otros presentaron fuertes convulsiones, alucinaciones, y horribles dolores, algunos perdieron la razón, varios sufrieron esquizofrenia y se volvieron locos, otros reaparecieron incrustados en la estructura de acero de la proa del buque, algunos desaparecieron o se desintegraron para siempre, bien de forma completa, o bien sólo algunas partes de sus cuerpos. E incluso dicen que, meses después, algunos marineros del barco que disputaban una pelea en un bar, desaparecían y aparecían intermitentemente a la vista de los espectadores de la reyerta.
Dados los tremendos efectos colaterales de la invisibilidad, los oficiales navales cancelaron el experimento inmediatamente. Los supervivientes nunca serían los mismos, y les inundó una especie de amnesia total sobre los hechos acaecidos aquel día.
Lo asombroso de este experimento es que mientras desaparecía de la vista en Philadelphia, el barco fue divisado en Norfolk, a 200 millas de distancia, durante unos 15 minutos, hasta que desapareció nuevamente, en lo que se cree un teletransporte del mismo. Hubo también quien aseguró verlo a la misma hora en las Bermudas, y en el puerto de Nueva York.
El barco, casi desmantelado por completo, fue vendido a la Armada griega en 1951, en la que siguió en activo durante otros 41 años, con el nombre de León D-54.
El caso es que el proyecto científico ‘Experimento Philadelphia’ o ‘Proyecto Rainbow/Arco Iris’ aún no ha sido descatalogado por el gobierno de los EEUU. El marinero Carlos Allende, o Carl Meredith Allen, el único testigo visual reconocido que se atrevió a contar lo que allí sucedió, fue declarado loco por la Marina. Se perdieron las cartas de navegación del barco, así como su bitácora. Son escasas las fotos del DE-173 en los archivos del Instituto Naval. No se conoce nada acerca de quiénes eran sus tripulantes, ya que las fichas de los marineros desaparecieron, ni existe ningún documento oficial relacionado con dicho proyecto.
Después de 70 años, todas las personas que tuvieron que ver con este suceso ya están muertas, tanto testigos como tripulantes, por lo que quizás nunca sabremos quienes fueron las primeras, y las únicas hasta la fecha, personas teletransportadas del mundo. En todo caso, parece que el experimento sí certificó el dicho de que las prisas nunca fueron buenas…
¡Feliz fin de semana! ¡Y tomadlo con calma, que el lunes llega enseguida!
Dedicatoria: A mi amigo Joan, que fue a Philadelphia y volvió sano y salvo.
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