Francisco Pacheco - El Juicio Final, 1611 - 1614.
Musée Goya, Castres, Francia.
Larga es, por lo tanto, la nómina de pinturas de primera categoría que Sevilla perdió durante la invasión francesa de las cuales enumeramos aquí las más importantes como El Descendimiento de Pedro de Campaña, que procedente del Monasterio de Santa María de Gracia se llevó a París el afrancesado José María Aguado, Marqués de las Marismas. También las dos mejores obras que Pacheco pintó en su vida fueron sacadas de la ciudad como Cristo servido por los ángeles en el desierto que pertenecía al refectorio del convento de monjas de San Clemente y El Juicio Final procedente de la iglesia del Convento de Santa Isabel. Ambas pinturas se conservan actualmente en el Museo de Castres en Francia. De Juan de Roelas se llevaron la espléndida Inmaculada con el retrato de Fernando de Mata, que ha terminado formando parte de la Gemaldegalerie de Berlín y de Herrera el Viejo y Zurbarán se apropiaron de la serie de pinturas que decoraban la nave principal del Convento de San Buenaventura dispersa actualmente en distintos museos extranjeros. También el espléndido conjunto pictórico de Alonso Cano dispuesto en el retablo de San Juan Evangelista en la iglesia del Convento de Santa Paula fue indignamente saqueado por Soult quien se la quedó en propiedad dispersándose posteriormente las obras por distintos museos del Mundo.
Pero fue Murillo el objetivo primordial del expolio de Soult y así salieron de Sevilla las primeras obras de la producción de este artista que era la serie de diez lienzos que decoraba el Claustro Chico del Convento de San Francisco y que hoy está repartida por distintas pinacotecas. También Soult obligó a los canónigos de la Catedral de Sevilla a que le entregasen la magnífica representación del Nacimiento de la Virgen que hoy figura en el Museo del Louvre. Después expolió las cuatro espléndidas pinturas, todas de Murillo, que decoraban el interior de la iglesia de Santa María la Blanca y tuvo especial empeño en sustraer La Inmaculada que figuraba en un altar de la iglesia del Hospital de los Venerables que es, sin duda, la obra más bella que sobre este tema realizó este artista. Pero la mayor complacencia que pudo sentir la rapacidad del ilustre Mariscal Soult fue llevarse cuatro hermosas pinturas de Murillo que decoraban la iglesia del Hospital de la Santa Caridad y que pasaron a decorar su lujosa mansión parisina.
Como dolorosas reflexiones a esta evocación final del despojo artístico sevillano acometido por los franceses he de señalar mi más enérgico rechazo ante la actitud que todavía mantienen en nuestros días algunos historiadores del arte extranjeros. En efecto, algunos hispanistas señalan que los españoles debemos de estar muy orgullosos y satisfechos del saqueo puesto que por esta causa pudo difundirse a escala universal la grandeza y la importancia de la pintura hispana ya que, como consecuencia del expolio, los pintores españoles alcanzaron fama mundial. Frágil y absurda excusa es ésta y por otra parte falaz ya que antes de que se produjese el robo de nuestras obras de arte los pintores de arte eran ya famosos y apreciados. En efecto, los expoliadores vinieron a Sevilla con una lista perfectamente configurada de aquellas obras que debían sustraer. Ciertamente, los individuos de la rapiña habían constituido previamente el Diccionario de Artistas Españoles realizado por Agustín Ceán Bermúdez en 1800. En este texto subrayaron las obras que eran de interés para el museo napoleónico y procedieron sistemáticamente a despojar los lugares donde se encontraban. Interesante es recordar aquí el poco conocido testimonio que de ello ofrece José María Asensio en 1886 en las páginas de su libro sobre Pacheco cuando recoge la narración de cómo en 1810 fue sustraído el cuadro del Jucio Final de dicho artista del convento sevillano de Santa Isabel en los siguientes término: “Este magnífico cuadro fue arrancado de su lugar, que era el altar de la iglesia del Convento de Santa Isabel durante la permanencia del Mariscal Soult en Sevilla. Informes de un testigo presencial permiten asegurar que el individuo encargado de recogerlo entró en la iglesia llevando en la mano un tomo del Diccionario Histórico de los más Ilustres Profesores de Bellas Artes de Ceán Bermádez y después de examinar el cuadro y leyendo a la vez la descripción, subió al altar y cortó el lienzo con una navajilla".
En numerosas ocasiones y en medios artísticos sevillanos se ha planteado una reclamación internacional para que los cuadros expoliados sean devueltos a Sevilla, tarea sin duda heroica que se estrellaría contra las normas que rigen este tipo de actuaciones en el pasado que señalan que todo tipo de actuación ilícita con respecto a las obras de arte caducan pasados cien años. Por lo tanto, es de lamentar que en nuestros días dicha reclamación no sea factible de ser realizada.
Nos queda tan solo la esperanza de que tales barbaridades culturales no se vuelvan a repetir y también la satisfacción de que Sevilla haya sido protagonista de un esplendor artístico cuya fama superó con mucho las fronteras de la urbe hispalense alcanzando renombre internacional. Mientras tanto, en el Inventario de los cuadros sustraídos por el gobierno intruso en Sevilla en 1810, que con tanto entusiasmo e indignación publicó Gómez Imaz, queda perpetua memoria del infame atropello que en nombre de Napoleón sufrió el patrimonio cultural de esta ciudad.Fuente: "El expolio artístico de Sevilla durante la invasión francesa". Enrique Valdivieso. Colección: M. B. vol. XXXVII. 2009; Pagina: pp. 261-267.