Hace muy pocos días llegó a Madrid el tren de Shanghai, que inició la línea terrestre de mercancías más larga del mundo, con 70 contenedores cargados de 1.200 toneladas de productos chinos.
Recorrió ocho países y unos 13.000 kilómetros en 21 días tras salir de Yiwu, centro industrial y logístico bajo la influencia de Shanghai, 300 kilómetros al sur.
Era un viaje de prueba. Posiblemente la línea se hará regular, por lo que cada convoy debería volver a China con las mismas 1.200 toneladas, pero de productos españoles.
El tren de Shanghai, aparte de un viejo-nuevo sistema de comunicación comercial, que competirá con barcos y aviones de ser rentable, insiste en el mensaje contemporáneo: los bienes útiles van y vienen con casi total libertad rodando de un lado al otro del mundo.
Hubo otro tren de Shanghai en España a partir de 1950 y hasta 2009. El Exprés Shanghai, cuyo nombre recordaba la película de 1932 de Josef von Sternberg, marcó la vida de cientos de miles de personas y sus descendientes.
Al principio tardaba 36 horas de aventuras como las del filme entre Galicia y Barcelona transportando trabajadores que se quedaban en Cataluña; volvía casi vacío.
La nueva línea no debería regresar igual a China, y hasta podría hacerse diaria si los españoles, tantas mentes despiertas para mirar lo cercano y no lo lejano, pensaran que algo pueden hacer ante ese mundo hoy casi tan próximo como Barcelona en 1950.
Y no para emigrar, sino para producir y vender allí cualquier bien que su mente pueda imaginar, útil en un país de 1.400 millones de habitantes, y ya con más millonarios y multimillonarios que toda Europa.
Es China, es la India, es el mundo entero. ¿Qué produzco o puedo crear que le interese a esa gente?
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SALAS