Manoel de Oliveira es un caso aparte en la cinematografía mundial. Nacido en Oporto en 1908, es el único cineasta que comenzó en la época muda y todavía sigue rodando, presentando y dividiendo con sus obras a la crítica y al público, en los festivales y salas de cine de medio mundo. El guión de su último trabajo, escrito en 1952, jamás pensó llevarlo a la pantalla porque creía que la cámara no puede filmar un sueño. Pero 50 años después se puede, y a veces hasta es conveniente, cambiar de opinión.
Revista Cine
El Extraño Caso de Angélica (O Estranho Caso de Angélica), Portugal 2010
Publicado el 29 abril 2011 por Cineinvisible @cineinvisib
En una avanzada noche portuguesa, mientras la lluvia moja las calzadas y les da ese brillo tan especial, el mayordomo de una familia de notables busca, con desesperación, a un fotógrafo para inmortalizar el cuerpo de Angélica (Pilar López de Ayala, en un papel nada complicado de memorizar), fallecida justo después de casarse. Isaac, el inquilino de la singular pensión de Doña Rosa, será el único disponible. Cuando llega a la mansión de la difunta para tomar las últimas fotografías, la belleza de Angélica le obsesionará hasta un límite inimaginable.El realizador esmera sus planos, una perfecta simetría en sus encuadres y libera su imaginación, mezclando vestuario de los años 50 con conversaciones sobre la crisis o la materia y la antimateria. Como en los programas dobles de las, casi olvidadas, funciones matinales de los domingos, en la película cabe todo: un fondo misterioso, un pájaro que muere o las alucinaciones del Isaac (Ricardo Trepa) por las visitas nocturnas de la difunta Angélica, un cuadro de costumbres, las fotografías que celebran el trabajo de los agricultores a la antigua usanza, o la discusión filosófica de los inquilinos durante el desayuno, todo ello bañado por la música para piano de Chopin. Un desafío visual y narrativo que hace del guión de Código Fuente una sencilla receta del huevo frito.Pero sobre todo , este OCNI (Objeto Cinematográfico No Identificado) es un sentido homenaje al poder de la imagen, puesto que a través de la cámara todo tiene sentido, y la vida sólo tiene sentido si está repleta de imágenes. Más que una película de ficción se trata de un ejercicio de estilo, próximo a un testamento cinematográfico, que afirma la fuerza del amor y el amor infinito, sin límites ni condiciones, que Manoel de Oliveira siempre ha sentido por las imágenes en movimiento que algún día, por desgracia, se convertirán en fijas.