Capítulo 2. Un consultorio inesperado
BRASIL. Belo Horizonte. 01 abril 2005
(Clínica del Doctor Catriel Da Costa)
Una bella melodía comenzó a escucharse en aquel cubículo. Una, que jamás habían oído, pero que en una parte de su ser la reconocían familiar. Siena, Donato y Amaranta se quedaron como petrificados ante tal hermoso sonido. Era tan agradable; que los tres cerraron los ojos para disfrutar nota por nota de aquella majestuosa obra de arte.
Aquella bonita composición duró diez minutos. Luego de ese tiempo se quedaron en silencio por un minuto más. Pensaron que quizás escucharían otra melodía, pero no fue así. Lo que, si lograron oír, fue el sonido del ascensor que llegaba al pasillo. Lo que los trajo de nuevo a la realidad.
— ¿Qué música era esa? — dijo Donato.
— ¡Oh Mamma mia! No lo sé, pero era muy hermosa — respondió Amaranta.
— Tíos. ¿No les dio la sensación de haberla escuchado antes?
— Si. Pero ¿En dónde? Ustedes saben que a los hombres guapos como yo no les agrada este tipo de música. Bueno, no me gustaba hasta ahora.
— Sabes Sobrina. Apenas llegue a casa, la voy a buscar en Internet.
— Pero Tía. Pidámosle la canción al Dr. Recuerda que él dijo que cuando el ascensor arrancara sonaría una canción.
— Pero, nunca imaginé que fuera tan agradable — agregó Donato.
Donato tomó lápiz y cuaderno del bolso de Amaranta sin pedirle permiso y comenzó a escribir. Siena y Amaranta lo miraban con curiosidad. Pero no le decían nada. Cuando terminó, puso todo en su lugar de origen y le hizo señas con las manos pidiendo explicación del porque lo miraban de esa manera.
— Tío. ¿Tú de verdad estás escribiendo una lista de todas tus interrogantes?
Donato sonrió y dijo:
— Claro. Deberías hacer lo mismo. Y tú también Amaranta.
— Donato. Esperaba que fuera mentira lo que le dijiste al Dr. Rinaldi.
— Para nada. Este sitio es muy extraño ¿Vieron el símbolo de esa puerta?
— Si — respondió Amaranta — Mi pastor dijo que la estrella de David la utilizan para hacer pactos con el diablo.
— ¿Cuál estrella de David? — dijo Donato.
— Tío. El símbolo que está en esa puerta, se llama la estrella de David.
— Ah. No sabía que se llamaba así. Pero este lugar me suena a secta satánica. Aunque tengo mis dudas, porque habló de Jesús de Nazareth y esa música que escuchamos era casi celestial.
— ¡Oh Mamma mia! Eso es para que creamos y bajemos. Es muy probable que abajo, sea donde hacen los sacrificios. Creo que deberíamos irnos.
En ese momento, El Dr. Rinaldi, habló por un intercomunicador desde donde se encontraba:
— Bajen. No tengan miedo. Cuando lleguen al fondo, Paulo Da Sousa, el hijo adoptivo del Dr. Catriel los estará esperando.
— Está bien. Estábamos hablando algo. Ahí vamos — gritó Siena.
— Ok.
Después que Siena gritó se mareó un poco; por lo que se sentó en el suelo y se recostó en la pared que estaba cerca con mucha discreción, para que Amaranta y Donato no se dieran cuenta. Minutos después comenzó a tener dificultad para respirar y no pudo ocultar más su malestar; más bien empezó a hacer señas para que le consiguieran el inhalador. Amaranta buscó con rapidez en su bolso lo que ella solicitaba, y después de conseguirlo, se sentó a su lado y se lo colocó.
— No te esfuerces mucho, recuerda que estás enferma — dijo Amaranta, mientras acariciaba su cabello.
«Esa maldita enfermedad no la deja descansar ni un día», pensó Donato y luego dio un puñetazo en la pared.
Cuando Siena se estaba recuperando, hacía señas con las manos de que había que bajar.
— ¿Qué intentas decir? — dijo Donato.
— Que bajemos Donato.
— ¿Qué puedo perder tía? Además, el Dr. me inspira mucha confianza.
— Tu no perderías nada. Pero yo sí. Me han dicho que aquí cobran una fortuna por los tratamientos. Y Amaranta sabe…
— ¡Donato! Deja la intensidad. Vamos a bajar. Si quieres te vas. Yo me quedaré con siena.
— Bajen ustedes. Necesito pensar.
— ¿Pensar qué? ¿En cuánto va a salir todo esto? Siena vale cada céntimo de euro que estás gastando. Eso y mucho más. Eso y mucho más.
— Por favor dejen de pelear.
— La culpa la tiene tu tía. Nunca me deja hablar y terminar las frases.
Amaranta se levantó y alzando la voz dijo:
— Mira Donato. Te voy a decir…
— Por favor, tía. No es hora de discutir.
— Está bien. Lo hago por ti sobrina. Sino le digo aquí mismo, todo lo que tengo atragantado desde hace tiempo.
Amaranta se sentó a la derecha de Siena, mientras que Donato al cabo de un tiempo decidió sentarse a su izquierda.
Cuando Donato se sentó a lado de Siena, ella lo tomó de la mano y también hizo lo mismo con Amaranta y les dijo que era hora de orar. Así que elevaron una súplica a Dios, una muy sentida. Tanto, que Donato no pudo refrenar más las lágrimas y comenzó a llorar.
Luego que terminaron la oración. Amaranta, puso su mano en el hombro de Donato y le pidió disculpas por no escuchar, mientras que Donato pidió perdón a todos, por ser un cascarrabias y a veces un tacaño.
Siena empezó a sonreír y les dijo:
— ¡Todo va a estar bien! Hay que tener confianza en Dios. Él sabe lo que hace.
Amaranta y Donato se levantaron. Luego Donato le ofreció la mano a Siena, para que hiciera lo mismo.
— Un momento Tío.
Donato, presentía que ella estaba sintiendo otro síntoma de su enfermedad y dijo:
— ¿Te duele el vientre?
Ella contesto que sí, haciendo el gesto con la cabeza y después señaló el consultorio subterráneo. Quedaba claro que el único deseo que tenía Siena era ver si este médico le daba una solución a su problema. No quería irse de Brasil, sin haber jugado esta carta. Así que, ellos la levantaron como pudieron. Después Amaranta buscó agua y le dio una pastilla para el dolor.
— Es hora de ir al consultorio subterráneo – dijo Donato, al bajar tres peldaños – Vamos Siena. Amaranta te va a ayudar y yo desde aquí te sostendré para que no te caigas. No temas.
Amaranta ayudó a Siena a bajar el primer peldaño. Sin embargo, cuando ella colocó sus pies allí, les dijo:
— ¡Guao! Siento como hormigas caminando sobre todo mi cuerpo. Es una sensación extraña. Además …
— Va a estar todo bien Siena – Dijo Amaranta — Debemos llegar hasta donde está el Dr. y después descansarás en el hotel. Tienes que calmar tus nervios.
— Si es verdad. Debemos saber la opinión del Dr. Rinaldi — añadió Donato — Por lo menos debemos intentarlo.
Cuando Siena llegó a donde estaba Donato dijo emocionada:
— ¡Tíos! No me duele nada. Fue como si esas hormigas, se llevaran los males. ¿Será que me sané?
Donato pensó que Siena estaba teniendo un ataque de demencia, como le había sucedido en el pasado. Y no prestó atención a sus palabras. Solo le siguió la corriente.
— Qué bueno Siena. De todas maneras, puedes preguntar sobre estas sensaciones en el consultorio — dijo Donato — Creo que es mejor que continuemos.
La familia Greco entró en el ascensor. Y cuando le dieron al botón bajar, comenzó a sonar otra canción distinta a la que habían escuchado, pero igual de cautivadora. Por lo que esta vez se sentaron en el suelo del elevador para escuchar esa maravillosa pieza musical.
Cuando llegaron a su destino. La puerta se abrió de manera automática y lo primero que vieron sus ojos fue a un joven que lo estaba esperando frente al Ascensor. Este era blanco de 1.70 m, de 20 años, pelo negro, sin barba, ni bigote, corte bajo y además usaba lentes y frenillo.
— Buenos Días amigos. Me llamo Paulo Da Sousa, el hijo adoptivo del Dr. Catriel Da Sousa. Yo voy a ser su anfitrión y el ayudante de turno del Dr. Zacarías Rinaldi – se presentó Paulo, estrechando sus manos.
— Mucho gusto. Amaranta Ricci.
— Mucho gusto. Siena Greco.
— Encantado de conocerte, Joven. Me llamo Donato Greco.
Donato, notó que Paulo, llevaba una biblia en la mano.
«¿Será cristiano como nosotros?», pensó Donato.
Cuando iba a preguntar, por este detalle. El joven dijo algo importante.
— El Dr. Rinaldi, pide disculpas a todos. Es que está atendiendo un paciente crítico que llegó hace días.
— Pero. ¿Por dónde Salió? — dijo Donato
— No ha salido. Esta aquí.
— Ah. ¿Está en uno de esos cuartos? — pregunto Amaranta.
El joven mostró una sonrisa. Y les pidió que lo acompañaran a un cubículo que estaba cerca para esperar al Dr. Rinaldi. Cuando abrió la puerta, pudieron observar un espacio que si parecía un consultorio. Tenía una camilla, cuatro sillas en frente de un escritorio, un sillón donde se sentaba el médico, una máquina para medir la masa corporal y la altura. En el escritorio estaba un vaso con paletas para examinar la garganta y un tensiómetro. Las paredes eran blancas y solo estaba colgada una pintura detrás del sillón del médico que era peculiar. Esta, era la de un hombre de piel morena clara, con bigote y barba tupida, corte de cabello bajo, con un ojo marrón y otro de color azul claro.
En este verdadero consultorio había dos máquinas negras que eran muy parecidas, pero muy llamativas. Una estaba cerca de la puerta y la otra al lado izquierdo del sillón del médico. Ambas tenían dibujadas en el centro de sus puertas la estrella de David con color blanco. Sin embargo, lo que las diferenciaba era el tamaño, ya que la que se encontraba en la entrada medía cuatro metros de ancho, cuatro de largo y cuatro de alto; pero la que estaba cerca del sillón del médico medía tres metros por cada lado.
Paulo, los invitó a sentarse en las sillas que estaban frente al escritorio, mientras que él tomó el sillón. No pasó mucho tiempo para que uno de ellos rompiera el silencio con las preguntas más lógicas para ese momento.
— ¿Quién es ese de la foto? — dijo Siena.
— ¿Para qué sirven esos cuarticos pequeños? — preguntó Donato, casi al mismo tiempo que preguntaba Siena.
Paulo comenzó a sonreír y dijo:
— Esperen. Una pregunta a la vez. Contestaré primero la pregunta de esta hermosa joven. El hombre de la foto es nuestro maestro ascendido Jesús de Nazareth.
— ¡Oh Mamma mia! ¿Jesús de Nazareth?
— Si. Es lamentable que muy pocos entendieron su misión en la tierra — respondió Paulo, mientras miraba la pintura de Jesús.
— Tíos. Eso lo predicaron el domingo pasado ¿Recuerdan? La misión era salvar a todos los seres humanos del infierno.
En ese momento se presentó el Dr. Zacarías Rinaldi.
— Espero que Paulo, haya sido un buen anfitrión.
— El mejor de todos — dijo Amaranta — Ya nos contestó una pregunta. Quedó una pendiente.
— No tenemos ninguna queja — añadió Donato — Pero si tenemos muchas preguntas para ustedes.
— No se preocupen. Eso es normal. Trataré junto a Paulo de ser un buen maestro.
El Dr. Rinaldi tomó una silla y se colocó al lado de Paulo y dijo:
— ¿Cuál es la siguiente pregunta?
— ¿Qué se hace en esos cuarticos? — dijo Donato.
— En primer lugar, son máquinas no cuarticos. Allí se hacen muchas cosas. Esa máquina, la de la entrada, tiene sensores energéticos que miden las características del ser humano, los signos vitales, el funcionamiento de los órganos y muchas cosas más. A esa joya de la tecnología se le llama el decodificador Energético o el D01. La otra máquina lee los resultados que genera el decodificador, además de programarla y asignar funciones para los escaneos. Esta se le denomina el Lector energético.
— Ok ¿Cuáles son esas características del ser humano?
— Te voy a responder esa pregunta cuando examine a Siena en ese cubículo. Por favor, Paulo. Abre la puerta del Decodificador Energético y asigna al escáner las funciones de los grupos uno, dos, y tres. Este va a ser el primer escaneo de varios. Tu Siena, debes entrar en el cubículo de la entrada, apenas se abra.
— Ok — Dijo Siena.
Paulo entró al cubículo que estaba cerca del Dr. y en pocos minutos se escuchó un sonido fuerte que salía del decodificador. Era como el sonido de una licuadora. La puerta del decodificador comenzó a moverse y cuando se abrió por completo, el sonido desapareció. Siena miró a Amaranta y a Donato, como esperando una señal de parte de ellos. Era claro que muchos de los miedos de estos, se habían impregnados en su mente. Donato no hizo esperar a Siena y señaló con su dedo al Decodificador energético, por lo que Siena se dispuso a entrar.
Cuando Siena estaba dentro, el Dr. Rinaldi miró a Paulo y asintió con la cabeza. Al rato, el sonido fuerte del decodificador se dejó escuchar otra vez. Esta vez para cerrar el sistema. Paulo a través de un micrófono le hablo a Siena.
— Siena. Necesitamos que te quites toda la ropa. Debes quedar desnuda. Puedes dejarla en el armario que está allí. Luego debes acostarte boca arriba en la camilla y apretar un botón que está en el lado derecho. Comenzará a sonar una hermosa melodía, que estamos seguros te tranquilizará. No debes bajarte antes que termine la canción, porque deberás repetir el procedimiento. ¿Alguna pregunta Siena?
— No.
— Desnúdate y por favor haz lo que te dije.
Siena se desnudó tal como dijo Paulo y cuando colocó su ropa en el armario notó que había un mueble muy extraño. Ella caminó hacia él y lo observó con mucho detalle.
«¿Cuál será la función de este mueble?», pensó Siena.
Después de satisfacer su curiosidad, comenzó a mirar para otros lados y comprobó que no existía manera de mirar para el exterior.
«¿Qué pasa si me da la asfixia? Es que todo está cerrado de una manera hermética», pensó Siena.
Por esa razón preguntó:
— ¿Me escuchas Paulo?
— Si. Perfectamente. Dime. ¿Qué se te ofrece?
— Sufro de ataques de Asma súbitos. ¿Qué pasaría si sufro uno en pleno examen?
— No te preocupes. Es muy improbable. Pero si llegara a pasar, el decodificador mandaría una alerta al lector y yo abriría la compuerta. Recuerda que va a sonar una canción muy deleitable Siena. Eso te relajará lo suficiente para que no pienses en esos escenarios. ¿Ya estás lista?
— Si.
— Por favor cuando lo desees, aprieta el botón.
Una música celestial comenzó a invadir aquel consultorio. No solo era Siena la que disfrutaba, sino todos los que estaban en él. De esta manera se daba inicio al primer escaneo.