Revista Historia

El extraordinario caso de los herrerillos ladrones de nata

Por Ireneu @ireneuc

El ser humano, en su infinita soberbia, ha acabado por creerse que la Tierra le pertenece por derecho divino. Esta falta de humildad del hombre, fruto de la estupidez congénita de la especie y el egoísmo enfermizo que demuestra continuamente, le ha llevado a pensarse que el único ser que piensa sobre la faz del planeta es él, y que ello le da derecho de pernada para hacer absolutamente lo que le plazca con el resto de seres que comparten con él esta piedra flotante en el espacio. De hecho, si nos tapamos los ojos y no queremos ver nada de lo que nos rodea, posiblemente sea así, pero en cuanto los abramos, veremos cómo hay una infinidad de seres vivos que, tal vez, no hagan trascendentales tertulias deportivas, pero que de tontos no tienen ni un pelo ( ver El caso de los árboles asesinos). Y un ejemplo de ello lo conocen bien los ingleses, que durante el siglo XX se dieron cuenta que unos pequeños pajaritos habían aprendido a beberse la crema de la leche... ¡ abriendo ellos las botellas! Es el caso de los inteligentes herrerillos británicos.

En Inglaterra, a principios de siglo XX, en el periodo entre la primera y la segunda guerra mundial, había la costumbre de repartir diariamente la leche de puerta a puerta en botellas de vidrio de boca ancha sin ninguna tapa. Consideraciones higiénicas a parte ( ver La Gripe Española, la mortífera historia de la peor epidemia de la Humanidad) las cuales no estaban ni mucho menos generalizadas en aquellos días, el reparto puerta a puerta de este tipo de producto pronto llamó la atención de los pequeños pajarillos de jardín que, de una forma inesperada, se encontraban con un suplemento alimenticio con el que complementar los duros días invernales: la nata de la leche.

Ahora resulta muy raro poder obtener leche cruda, pero hasta bien entrado el siglo pasado, la leche de vaca se compraba y se consumía sin tratar (con el consiguiente peligro de contraer enfermedades potencialmente peligrosas) de tal forma que la leche llevaba intacto su contenido de materia grasa, es decir, la nata. Esto hacía que la grasa láctea formase una capa que flotaba en la superficie de la leche y que era susceptible de ser utilizada en infinidad de recetas de cocina. Hoy, en que la leche está pasteurizada, homogeneizada, uperisada y exprimida hasta que se extrae el último grumo de nata para su uso por la industria láctea, no podemos imaginar lo que era, pero los herrerillos y petirrojos británicos de los años 20 sí lo sabían bien, y aprovechaban las botellas dejadas en la puerta de las casas para tomarse una buena ración de nata por las mañanas.

Durante los años 30, las empresas repartidoras, ante las quejas de la gente y el desarrollo de los nuevos métodos de higiene, comenzaron a tapar las botellas con un precinto de aluminio que tendría que poner fin a los desmanes lácteos de aquellos pequeños pájaros. Sin embargo, algo falló: los petirrojos habían dejado de absorber la nata de las botellas como se esperaba, pero los herrerillos habían aprendido a romper el precinto metálico de las botellas y a seguir tomando la nata directamente de los envases depositados en la puerta de las casas. Pero no solo eso, sino que eran capaces de escoger las marcas que tenían más nata en función del color de la etiqueta. Diles tontos.

Este comportamiento, lejos de ser un hecho aislado, se extendió por la colonia de herrerillos británicos hasta pasar, a finales de década, a otras zonas del continente europeo en el que también se tenía la costumbre de servir la leche a domicilio y dejarla en las puertas de las casas, tal el caso de Holanda o los países escandinavos, aunque allí la "costumbre" se perdió al haberse suprimido el reparto puerta a puerta como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Por el contrario, a principios de los 50 la conducta de los herrerillos británicos se había expandido por todo el Reino Unido, hasta ser una pauta que dominaba el millón de individuos en que estaba estimada aquella colonia. Sin embargo... ¿qué era lo que había pasado para que todos los herrerillos ingleses supieran el truco del precinto, pero no los petirrojos? ¿Eran más listos unos que otros?

Cuando se estudió el problema se observó que este comportamiento había empezado en unos puntos concretos de la geografía británica, a partir de los cuales había ido expandiéndose conforme el tiempo pasaba. Así las cosas, los científicos llegaron a la conclusión que hubieron ciertos individuos que descubrieron el truco de horadar los precintos para beberse la nata y que los demás, por imitación, aprendieron de estos emprendedores, pasando el conocimiento a sus congéneres de generaciones y lugares alejados. No obstante, no solo fue el hecho de ser más o menos capaces de aprender de la experiencia ajena, sino que buena parte de culpa la tuvieron los hábitos sociales de los herrerillos los cuales, durante dos o tres meses al año, forman bandadas familiares de hasta una docena de ejemplares que se desplazan juntos por el territorio, dándoles la opción de aprender de sus padres y familiares ( ver El macaco japonés, el eslabón perdido de la inteligencia humana). El petirrojo, por el contrario, es muy territorial e individual (es agresivo con otros individuos) situación que le lleva a no formar bandadas, dificultando enormemente la transmisión de las conductas aprendidas.

En definitiva que un pequeño pájaro de 12 cm de largo y 11 gramos de peso es capaz de enfrentarse a un problema, reflexionar al respecto, desarrollar un comportamiento que le sea favorable y capaz de transmitir ese conocimiento aprendido a amigos y familiares, talmente como hace un ser humano. Tal vez los herrerillos no utilicen los mismos códigos que nosotros, pero su cerebro es mucho más complejo y eficaz de lo que llegamos a comprender, cosa que les permite adaptarse con facilidad a las nuevas situaciones que les proporciona su medio ambiente. De hecho, este truco de la nata se está perdiendo entre los herrerillos por la costumbre humana, cada vez más extendida, de comprar la leche en tetra-bricks en el supermercado, en vez del tradicional servicio puerta a puerta. En compensación, se han documentado casos en que atacan a murciélagos para comerles el cerebro como forma de obtener un aporte de materia grasa a su dieta. Detalle tonto por si alguien dudaba de su capacidad innovadora.

Sea como sea, sopesando la inteligencia de estos pequeños seres voladores y vistas las necedades que inundan cada vez más el comportamiento humano actual, estoy seguro que cualquier avispado herrerillo es capaz de dar sopas con honda a más de un energúmeno de dos patas que se cree tocado por la varita de Dios por haberlo puesto sobre la faz de la Tierra.

Y es que, aunque parezca mentira, los herrerillos, además de pensar, vuelan.

¿Es capaz de superarlo?



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