Revista Cultura y Ocio
Vetusta Blues. -“El factor humano”
Lunes festivo. El día ideal para ponerse manos a la obra en una limpieza casera a fondo. Lo malo fue cuando quise utilizar los productos adecuados para llevarla a cabo. No me quedó otra que encomendarme al único hipermercado que abría en el día de fiesta y hacerme con lejía, fregasuelos y demás. El recinto presentaba una afluencia impresionante, quizás porque el largo fin de semana soleado quiso ser aprovechado hasta el último segundo y, al final, a muchos les ocurrió como a mí. Colas, prisas, los empujones y la gente que andaba como pollos sin cabeza, sin saber hacia dónde dirigirse, como en un extravío mental, entre la confusión y un objetivo indeciso.
Alcanzo, por fin, las cajas tras el slalom a través del gentío y me encuentro con un amable empleado que me dirige hacia una extraña instalación. Hay ocho y, gracias a un ordenador que lee el código de barras, te cobran con mayor celeridad que en las cajas tradicionales, siempre que uses tu tarjeta de crédito. Ansioso por huir del mogollón me voy a una de ellas donde dirijo -asesorado por el amable empleado- el código de barras de la botella de lejía y de los demás productos que he adquirido. Por el uso de tan vanguardista artilugio, me llevo la bolsa de regalo y salgo raudo evitándome una cola espectacular que contemplo, satisfecho, desde la cada vez mayor lejanía que me brinda la altura que van tomando las escaleras mecánicas.
No me deja de resultar curioso cómo nos encanta prescindir de los trabajadores a favor de las máquinas; cómo, progresivamente, nos vamos deshumanizando ante el entusiasmo de los empresarios, satisfechos de prescindir de cada vez más empleados. Uno trata de evitar todas esas maquinitas expendedoras, como esas donde se adquieren los billetes de tren. Siempre te puede ocurrir que al artefacto de marras no le dé por leer tu billete, como me sucedió en una ocasión, con el último tren del día esperando en el andén, mientras intentaba, una y otra vez, al borde de la desesperación, que leyese lo que fuera que tenía que leer para identificar el puñetero billete que me permitiría adquirir el ticket para regresar a casa. Al final, fue un ser humano quien se apiadó de mí y me cambió su billete de diez euros que, entonces sí, la infernal máquina se dignó a leer mientras avisaba a un empleado del ferrocarril para que el tren me esperase. Dos seres humanos me salvaron de la máquina y me brindaron esa posibilidad de no quedarme en tierra. Hombres y mujeres, al final. Los mismos a los que tanto olvidamos. Los mismos convertidos en números frente a las maravillosas máquinas que han venido a hacernos la vida más fácil. Algo falla cuando se deja escapar el factor humano en virtud de unos pocos beneficios. Algo perdemos en nuestra humanidad cada vez más esclava de la insensible máquina y de sus números maravillosos.
MANOLO D. ABADPublicado en el diario "El Comercio" el miércoles 4 de mayo de 2016