Revista Opinión

El falso Che

Publicado el 21 septiembre 2012 por Fragmentario

Nunca puedo pensar mi adolescencia sin las cartas y las anécdotas de mi abuelo. Si mis padres me enseñaron una actitud ante la vida, mi abuelo me enseñó la vida misma. A los catorce años transcribía sus diarios de la cárcel y bebía de sus historias como un aprendiz obediente. Una de ellas me hace reír y pensar por partes iguales.

Una noche anónima de 1967, alguien golpea a la puerta del zapatero comunista del pueblo. Todos saben que es comunista, hasta la policía, pero también lo consideran un hombre decente. Mi abuelo sale a atender dormido y cansado de la jornada de trabajo. El hombre es un antiguo miembro del Ejército Guerrillero del Pueblo y viene a pedirle un segundo favor. Unos años antes fueron unas cintas de cuero para sostener fusiles.

—Necesitamos combustible. Un amigo necesita combustible.

—Pero yo ni auto tengo. ¿Qué hora es?

—Es tarde, pero necesitamos mucho combustible.

Mi abuelo se viste y acompaña al hombre a la casa del dueño de la estación de servicio del pueblo. Es un gringo acaudalado y bruto que quiere seguir durmiendo. Su mujer se niega a despertarlo. Mi abuelo insiste en la importancia de que lo despierte.

El dueño se despierta enojado y putea a los dos hombres. Mi abuelo lo convence de prestar ayuda, y el gringo puede ser bruto pero no poco curioso, y los acompaña.

Los tres hombres esperan en la estación de servicio sin luces ni empleados. De la oscuridad sale un jeep destartalado con dos barbudos vestidos de fajina. Quieren comprar dos barriles de quinientos litros. El gringo, estupefacto, asiente y ayuda a cargarlos y, contra el asombro de su vecino, que conoce su tacañería, se niega a cobrarlos.

Cuando el jeep se marcha de regreso a Bolivia, mi abuelo pregunta al gringo por qué les regaló el combustible.

—¿Qué no viste, Quintana? ¡Es el Che Guevara!

—No, don. Uno es argentino, pero no es el Che Guevara.

—¡El Che Guevara! ¡Mis hijos se van a caer de culo cuando sepan que le di combustible al Che Guevara!

La anécdota todavía circula por mi pueblo y mi abuelo nunca la desmintió en público. Tal vez ese gringo tenía razón, y entonces cada guerrillero era también el Che Guevara. Tal vez ni siquiera importe, porque las buenas anécdotas nunca necesitan de la completa verdad para ser buenas.


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