Es cierto que el fracaso de Rajoy, que despilfarró, envuelto en corrupción, desidia y torpeza, la mayoría absoluta que le regalaron los españoles para que regenerara el país, exige un cambio, pero ese cambio debe ser hacia la verdadera democracia y los valores, no hacia el totalitarismo, como pretende Sáncrez, hipnotizado por una alocada ambición de poder.
Si ese gobierno que sueña Sánchez, vinculado a la ideología que asesinó a más de cien millones de personas en el siglo XX y que llenó las fosas de muertos y las cárceles y los gulags de ciudadanos perseguidos y triturados por el Estado, tiene que pactar también, para lograr la mayoría que necesita, con los independentistas que odian a España, el país quedará despedazado y la vileza que fraguan los Picapiedras será tan supina y dañina que traerá, además, la ruina y el desplome de España como país occidental próximo a las libertades y derechos.
Disfrazar el atraso y la opresión de "Progreso" ha sido un truco empleado por las izquierdas e ideado para convencer a los débiles mentales, dispuestos a ignorar que el Estado, cuando consigue todo el poder y puede gobernar sin frenos, se convierte en el monstruo Leviatán, que devota a todos sus hijos.