El fascismo no ha desaparecido; se ha metamorfoseado. Lejos de las figuras monolíticas de Hitler o Mussolini, hoy se dispersa en formas sutiles y descentralizadas que impregnan la política, la tecnología y la cultura, desafiando las categorías tradicionales de izquierda y derecha. Esta evolución lo hace más sutil y peligroso, ocultando su esencia en discursos que promueven la intolerancia y el miedo. No se limitan a gobiernos autoritarios, sino que se infiltran en corporaciones, universidades y medios de comunicación.
Esta es la tesis central del análisis del académico Isaac Enríquez Pérez, que advierte sobre los nuevos ropajes del totalitarismo en nuestras sociedades.
De la personificación a la dispersión: un cambio de piel
El fascismo clásico se caracterizó por la concentración extrema del poder en un líder carismático, el culto a la violencia, el ultranacionalismo y la supresión brutal del disenso. Su representación era clara y personalizada. Hoy, sin embargo, opera de forma fragmentada y sutil, infiltrándose en múltiples ámbitos sin necesidad de un dictador único.
La crisis de identidad de las élites políticas y el vacío ideológico han creado un caldo de cultivo donde florecen el pragmatismo corrupto y la disolución del espacio público, fenómenos que trascienden las etiquetas de conservador o progresista.
Los cinco rostros del fascismo contemporáneo
El análisis identifica cinco manifestaciones clave donde se expresa esta nueva lógica totalitaria:
1. El sectarismo maniqueo como política
La democracia liberal es frecuentemente un disfraz para un enfrentamiento visceral donde el «otro» se convierte en enemigo. El debate público se reduce a una arena de emociones pulsivas, desacreditación y odio, como se ha visto en la polarización de Estados Unidos desde 2015. La política deja de ser sobre argumentos para convertirse en una guerra tribal.
2. La oligarquía tecnológica y el cibercrático global
Gigantes tecnológicos concentran un poder sin precedentes: riqueza, datos y capacidad de vigilancia. Este capitalismo de vigilancia o tecno-feudalismo crea dependencia extrema, ensancha desigualdades y suplanta la discusión pública por discursos de odio y trivialidades. Las plataformas digitales se convierten en herramientas de control y homogeneización del pensamiento.
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3. La defenestración de la razón y los nuevos dogmas
El proyecto ilustrado y la razón crítica son desplazados por nuevos fundamentalismos presentados como incuestionables. Desde el fundamentalismo de mercado hasta fenómenos como el wokismo, se imponen consensos dogmáticos sobre clima, género o justicia social que no toleran el disenso. Se instaura una «cultura de la cancelación» que persigue al que piensa diferente, paralizando el pensamiento crítico bajo nuevas ortodoxias.
4. La política del miedo como dispositivo de control
El miedo, amplificado por gobiernos, corporaciones y medios, se usa para justificar estados de excepción y suspensión de libertades. La gestión de la pandemia de COVID-19 se señala como un «macro-experimento» de confinamiento global que normalizó la vigilancia y la obediencia bajo una narrativa de emergencia permanente.
5. Las tenazas del fascismo en sociedades periféricas: el caso de México
En países como México, el nuevo fascismo se expresa a través de cuatro pinzas: la simbiosis entre el crimen organizado y el Estado, la militarización creciente de la sociedad, un discurso populista que precariza en nombre del «pueblo», y la imposición de ideologías sectarias que atacan instituciones sociales básicas como la familia. Esto genera una economía clandestina de la muerte que alimenta la acumulación capitalista.
La urgencia del pensamiento crítico
El fascismo del siglo XXI es poliédrico y ubicuo. Puede emanar tanto de un gobierno autoproclamado progresista como de uno conservador; de una corporación tecnológica como de una universidad; de un movimiento social como de un medio de comunicación. Su peligro radica precisamente en su invisibilidad y su sutileza, en que se nos presenta disfrazado de progreso, seguridad o justicia social.
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Es crucial recuperar el pensamiento crítico y rechazar la simplificación de problemas complejos. Universidades y medios de comunicación deben reinventarse para desenmascarar estas tácticas. La lucha contra el fascismo contemporáneo requiere identificar sus manifestaciones sutiles, desde la estigmatización de minorías hasta la normalización de la violencia estatal.
Con información del análisis «Los nuevos ropajes del fascismo en el mundo contemporáneo» de Isaac Enríquez Pérez, académico de la Universidad Autónoma de Zacatecas, disponible en Rebelión.
