Daniel de Pablo Maroto, ocd
Convento de La Santa-Ávila
El feminismo está de moda en nuestras sociedades occidentales no siempre de modo pacífico y como expresión cultural, sino con sentido reivindicativo de los derechos de las mujeres en igualdad con los hombres y como protesta contra las agresiones de los varones. Está presente en las páginas de los periódicos, en las tertulias de radios y televisiones, existe un “ministerio de igualdad”, y se ha creado hasta un vocabulario propio forzando la estructura de la lengua como cuando se habla de niños, niñas y niñes (¡!) y así sucesivamente. Me cuesta creer que obedece al mismo proyecto la abolición del vocabulario de padre y madre por el de progenitor y progenitora; ¡Cómo se puede llegar tan lejos! O hablar de matria en lugar de patria. Y es de esperar que irán apareciendo otras novedades cada vez más ridículas.
Reivindicar la igualdad entre hombres y mujeres en las sociedades modernas para gozar de los mismos derechos sociales bajo las mismas circunstancias, es pertinente y vale la pena corregir comportamientos de épocas históricas pasadas. Y, como la historia demuestra, ha existido una mentalidad antifeminista declarando la supremacía del hombre sobre la mujer, acudo a la historia para demostrar que no siempre la mujer ha sido dominada por los varones como seres superiores. Recuerdo, por ejemplo, que en la Iglesia católica las mujeres místicas, conscientes de que Dios se les revela y actúa en sus vidas, han manifestado con libertad sus ideas de palabra o en escritos.
Y lo más sorprendente es que sus experiencias religiosas y sus enseñanzas fueron aprobadas y difundidas por los teólogos defensores de la ortodoxia, todos varones. Esta historia conviene recordarla para corregir ciertas opiniones sobre el supuesto antifeminismo en la Iglesia católica, ciertamente androcéntrica en sus ministerios, pero también respetuosa con las mujeres carismáticas cuya doctrina fue aprobada por los teólogos.
Por citar algunas de las grandes místicas del período medieval, recordemos a HIldegarda de Bingen (+ 1179), monja benedictina en Alemania, reconocida como sabia en muchos campos del saber, predicadora y escritora, que ha conseguido mucha fama en nuestro tiempo. Santa Clara de Asís (+ 1253), compañera de san Francisco y fundadora de las clarisas. Santa Gertrudis de Hefta (+ 1302), de espiritualidad benedictina y cisterciense. Santa Brígida de Suecia (+ 1373), casada y madre de muchos hijos, rica en fenómenos místicos, controvertida en su tiempo; y santa Catalina de Siena (+ 1380), activa protagonista para solucionar el Cisma de Occidente. Y otras varias de toda condición social, monjas, beguinas, casadas, y de diferente cultura, pero todas con fuertes experiencias religiosas acompañadas de “fenómenos” psicosomáticos, como visiones, revelaciones, locuciones divinas, éxtasis, profecías, estigmas, sentimientos de presencia de Dios, etc.
Todas ella, creyéndose especialmente elegidas e iluminadas por Dios, han ejercido en la Iglesia oficial de su tiempo un magisterio teológico y espiritual y lamentaron, de manera inteligente y subliminal, la discriminación de las mujeres en la Iglesia y en una sociedad androcéntrica y machista. Estaríamos, en esa hipótesis, concediendo a las mujeres con experiencias místicas un plus de significación que de hecho no tenían; una rebelión contra la costumbre tradicional de no permitir en la Iglesia la enseñanza a las mujeres. Dicho claramente: las místicas medievales, lo mismo que las de todos los tiempos, son conscientes de que el don de sabiduría que Dios les concede y las enseñanzas que de él proceden no son un mensaje para su uso personal, sino ofrecido a toda la Iglesia y la sociedad, paralelo a las enseñanzas de los grandes maestros teólogos.
De verificarse históricamente esta hipótesis, se resolvería el conflicto que a veces se ha planteado entre carisma e institución, que no seria tal, sino dos formas de entender y realizar el magisterio de la Iglesia: el oficial (el de los papas y los concilios con condiciones) y el de los teólogos; y el de los místicos, también las mujeres, con sus experiencias del Ser divino. Ayuda a entender y solucionar esta aparente contradicción el hecho de que, aunque muy tardíamente, han sido reconocidas oficialmente como “doctoras” de la Iglesia, algunas mujeres tenidas como místicas desde que el papa Pablo VI declaró a santa Teresa doctora de la Iglesia en septiembre del año 1970 a la que han seguido algunas otras, como santa Catalina de Siena, santa Teresa de Lisieux, gran mística sin aparentes fenómenos psicosomáticos. Espero que, con el tiempo, se irá enriqueciendo el catálogo de mujeres doctoras de la Iglesia.
Existe en este planteamiento una dificultad y es el discernimiento de la verdadera y de la falsa mística. La historia de la espiritualidad documenta la existencia de mujeres en la Iglesia que se presentaron como iluminadas por Dios con aparentes “fenómenos” místicos y fueron o enfermas mentales o simples falsarias que fueron juzgadas y castigadas por la Inquisición. Su luz siniestra ilumina con más claridad la presencia de las verdaderas místicas cristianas.
(Para clarificar el tema, remito a mis estudios precedentes, especialmente, Espiritualidad de la baja edad media (siglos XIII-XV), Madrid, Editorial de Espiritualidad, 2000, parte III, cap. 1, pp. 341-363. Y también, “Mística femenina y experiencia de Dios en la edad media”. En Revista de Espiritualidad, 60 (2001) pp. 529-576).