Daniel de Pablo Maroto, ocd
Convento de La Santa-Ávila
Hablar y escribir de feminismo está de moda como reacción al antifeminismo de épocas anteriores, felizmente ya muy superadas en la civilización occidental, aunque quedan huellas muy profundas y arcaicas en alguna que otra civilización, por cierto muy extendida. Pues bien, tengo interés en recoger testimonios de la historia para demostrar que, en medio de la mentalidad antifeminista en boga, existió también, al menos en la civilización cristiana, una corriente de vida y pensamiento en defensa y respeto de las mujeres, especialmente las que se creían inspiradas por Dios para comunicar al mundo mensaje divinos. Y, como cristianas, pedían un quehacer en la Iglesia para enseñar y escribir sobre el Dios conocido por experiencia, los dogmas y la moral cristianos, etc. Sus escritos constituyen una capítulo de doctrina muy importante en la historia de la teología cristianas.
Recuerdo en este breve relato a una figura bastante desconocida para la mayoría de los lectores porque no es frecuente encontrarla en las historias de la espiritualidad: la que el pueblo conoce como “la Santa Juana”. Nació en Azaña, hoy Numancia de la Sagra (Toledo), Juana Vázquez en 1481. A la edad de 15 años ingresó en el beaterio de Santa María de la Cruz, en Cubas (Madrid), convertido en 1510 en un monasterio de monjas clarisas de la que fue nombrada “abadesa” y allí murió en 1534 con fama de santidad. El título de “santa” es de origen popular y no ha sido reconocido oficialmente por la Iglesia, aunque en tiempos del papa Francisco se ha reabierto el proceso para su beatificación que todavía no ha llegado.
Dejando aparte el derecho de la abadesa, nombrada “párroco” del pueblo (¡!) con el derecho de participar de los “beneficios” económicos adjuntos a la parroquia, centremos el tema en sus experiencias místicas, su libertad para predicar en la Iglesia como iluminada por Dios. Su personalidad como mujer mística resulta al menos curiosa para los investigadores de la historia de la espiritualidad y no digamos si nos atenemos a ciertos relatos sobre su vida.
Es autora de unos Sermones predicados en la iglesia mientras estaba en estado extático, inconsciente, y que fueron recogidos en el momento por una monja de la comunidad. Con esos 72 sermones sobre materias variadas al compás de las celebraciones litúrgicas, se formó un texto que ha sido publicado con el extraño título de El Conhorte. La autora tuvo conciencia de que era Cristo -y así lo expresa en sus predicaciones- quien le inspiraba en aquel momento lo que tenía que decir y le ordenaba que alguien recogiese por escrito lo hablado y oído. De hecho, la iluminada predicadora se autodefinía como guitarra, órgano o trompeta de Dios, casi un puro instrumento pasivo que Cristo y el Espíritu Santo utilizaban para comunicar verdades cristianas a los asombrados oyentes.
Lo más curioso del caso es que entre el auditorio no solo se encontraba la gente ignorante del pueblo, sino ilustres teólogos que admiraban su doctrina, y el mismo cardenal Cisneros, muy proclive a oír y favorecer esas manifestaciones extraordinarias, de manera especial de las mujeres místicas, como es sabido. No obstante ser un hombre de Estado y un guerrero, poseía su alma un fondo de piedad franciscana bajo la púrpura cardenalicia; participó del ambiente mesiánico y espiritual que se creó a finales del siglo XV y principios del XVI. Dicen que el mismo Carlos V y el Gran Capitán, y otras altas personalidades asistían también a aquellas predicaciones de la “Santa” Juana.
Si recuerdo este modelo de mujer mística es para confirmar la idea de que sus predicaciones favorecían, entre otras doctrinas, la defensa de las mujeres que, marginadas por la Iglesia católica de toda actividad docente y magisterial, la Santa Juana se presentaba ante el pueblo como instrumento de Dios que le “revelaba” doctrinas sobre los mismos dogmas del cristianismo. Tengo que decir que, como lector de El Conhorte, me quedo perplejo ante muchas de las enseñanzas que la extática autora proponía hablando, por ejemplo, del cielo donde había fiestas, corridas de toros, caballos al galope y fiestas populares. Es admirable que todo esto gustase no solo al pueblo ignorante, sino que lo admitiesen como normal los mismos teólogos, censores del manuscrito.
La defensa de la mujer en una época de mentalidad antifeminista y en una Iglesia católica que prohibía el magisterio a las mujeres, aparece clara en la predicación de una mujer mística, que enseña con la aprobación implícita y admiración no solo del pueblo, sino de los teólogos censores que aprobaron los escritos. Se fundaban en que Dios se revelaba en ella, una mujer sin especial formación cultural, sino iluminada por Cristo y el Espíritu Santo, como ella misma expresa con tanta convicción que llega a decir que los que no la creen “no dejan de pecar en ello y ofenderle a Él mismo” (Sermón 72, n. 18). Frases como éstas no dejan de admirar a los lectores modernos medianamente cultivados.
El hecho y la manera de predicar, de enseñar en la Iglesia sin especial delegación de la autoridad competente fue impugnada por algunos adversarios; pero sus amigos teólogos la defendieron oponiendo su sabiduría recibida de Dios a la autoridad de los teólogos como el famoso Melchor Cano, conocido antifeminista. Y la señal más clara de su inspiración divina, que justifica su función de maestra de la fe, es que, siendo “mujer ignorante e idiota”, al mismo tiempo, era una “sapientísima virgen”, “gran predicadora”, doctora de la Iglesia y “universal teóloga”. Y los que se oponen a ella es por envidia. Así la definía y la defendía el censor de El Conhorte al examinar el manuscrito el franciscano Francisco de Torres en San Juan de los Reyes, en Toledo hacia 1567-1568.
(Los que deseen ampliar conocimientos sobe este curioso caso, remito a mis estudios más completos. DANIEL DE PABLO MAROTO, “La “Santa Juana”. Mística franciscana del siglo XVI español. Significación histórica”, en Revista de Espiritualidad, 60 (2001) 577-601. Y también, Espiritualidad española del siglo XVI. Vol. I. Los Reyes Católicos, Madrid, Editorial de Espiritualidad, 2013, capítulo 8, pp. 249-274. “Mística femenina y ambiente mesiánico”).