Entre aquellas cortes de chicas de portada de “Vogue” echadas sobre otomanas que tuvo Zapatero como consejos de ministros, sólo presentaban cierto poso Pedro Solbes, que dimitió, César Antonio Molina, despedido por carecer “de glamour”, y Alfredo Pérez Rubalcaba, que perdió las elecciones ante Rajoy, y que es el actual líder del PSOE al que acosan los ambiciosos segundones/segundonas de su partido.
“¡Dios, que buen vassalo/Si oviesse buen señor!” dice el Cantar del Mío Cid en el verso 20, aplicable a Rubalcaba, que fue de todo en los gobiernos de Felipe González y Zapatero.
Con el primero su papel es negativo y positivo en Educación, establezca usted en qué medidas, y muy polémico como fiel portavoz que ocultaba lo peor de sus gobiernos.
Con el segundo recuerda al Joseph Fouché el revolucionario que tras fraguar el golpe de estado de Thermidor que envió a Robespierre a la guillotina, fue el ministro de Interior de Napoleón, y después de la restauración borbónica.
Rubalcaba, como Fouché, fue un servidor obediente, a veces en contra de sus propias convicciones, como demostró con Zapatero intentando frenar los mayores males de su inconsistencia disfrazada de optimismo patológico.
Por eso posiblemente se verá implicado en el “caso Faisán”.
Hecho a mandar cuando alguien le mandaba a él, pero no a tomar el mando absoluto, el aparato socialista le paga su entrega denunciando indirectamente su actual debilidad ante toda España.
Le pasa por haberse rodeado de ayudantes inconsistentes: Elena Valenciano y Óscar López, que rigen un partido para gobernar este país, pero que tropiezan como pánfilos por una alcaldía como la de Ponferrada.
Ahora, quien aprovechó el 11M de 2004 para elevar a Zapatero, tiene tras sí las mismas manadas de tiburones que “foucheó” enviándolas a acosar las sedes del PP tras los atentados.
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SALAS Hoy, Dia Internacional de Libro, su tira en El Correo Gallego