Intelectuales tan variados como H.G. Wells, Albert Einstein, Carl Jung, Max Planck, Freeman Dyson y Stephen Jay Gould afirman que la guerra entre la razón y la fe acabó hace mucho. Según ellos, no hay necesidad de que lo que creemos sobre el universo sea coherente. Se puede ser cristiano temeroso de Dios un domingo y científico esforzado la mañana del lunes, sin tener que dar cuentas de la barrera que parece haberse creado en su mente mientras dormía [...] Tal y como ilustrarán los primeros capítulos de este libro, el que pase esto se debe a que la Iglesia occidental ha acabado tan maltrecha políticamente que cualquiera puede permitirse el pensar así. La idea de Gould de un «concordato amistoso» entre la fe y la razón resultaría delirante en lugares donde los intelectuales aún pueden ser lapidados por dudar de la veracidad del Corán [...] El único motivo por el que alguien puede ser «moderado» hoy día en asuntos de fe es porque ha asimilado alguno de los frutos de los últimos dos mil años de pensamiento humano (política democrática, progresos científicos en todos los frentes, preocupación por los derechos humanos, el fin del aislamiento cultural y geográfico, etc.).(*) Sam Harris, El fin de la fe, Paradigma, Madrid, 2007, pp. 16-19, p. 23, 14 y 26.
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Los moderados no quieren matar a nadie en nombre de Dios, pero quieren que sigamos empleando la palabra «Dios» como si supiéramos de lo que hablamos. Y no quieren que se diga nada excesivamente crítico de las personas que de verdad creen en el Dios de sus padres, porque la tolerancia es sagrada, quizá más que cualquier otra cosa. Puestos a hablar con claridad y sinceridad sobre el estado de nuestro mundo, el mero hecho de decir, por ejemplo, que la Biblia y el Corán contienen un montón de tonterías que incitan a destruir la vida resulta antitético a la tolerancia, tal y como la conciben los moderados. Pero ya no podemos permitirnos el lujo de seguir semejante corrección política. Debemos reconocer de una vez por todas cuál es el precio que estamos pagando para mantener la iconografía de nuestra ignorancia.
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Palabras como «Dios» y «Alá» deben seguir el camino de «Apolo» y «Baal», o acabarán con nuestro mundo.
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La fe religiosa supone un mal uso tan intransigente del poder de nuestra mente que es como una especie de perverso agujero negro cultural, con una frontera más allá de la cual se vuelve imposible cualquier discurso racional.
Revista Opinión
Leyendo a Sam Harris*: