El gobierno de Hungría ha vaticinado el cercano fin del orden socialdemócrata que ha configurado el mundo actual. La socialdemocracia, que llegó a ser tan hogemónica que configuró el poder y la sociedad del mundo a su manera, retrocede en todos los frentes llena de fracaso y rechazada por los mismos ciudadanos a los que quería redimir. La derrota en las urnas y la pérdida de poder de los antiguos partidos comunistas y socialistas en Europa es un claro exponente de ese retroceso, como lo es también la pérdida de poder y el rechazo del pueblo a los partidos de derecha que se han contaminado con la socialdemocracia y apenas se distinguen de los socialistas, como ocurre, por ejemplo, en España con el Partido Popular, que ha renunciado a sus raíces liberales, cristianas y democráticas para abrazar casi todos los postulados socialdemócratas. El hundimiento de la Socialdemocracia no será tan estruendoso como el del comunismo, ocurrido en 1989 con el derribo del Muro de Berlín, pero si será más decisivo y sus cambios tendrán más efectos en el planeta de la política, la economía, la cultura y la convivencia humana. ---
La Socialdemocracia se está hundiendo. Lo vaticina el gobierno húngaro que preside Viktor Orbán, que se ha convertido en lider de los países de la antigua Europa comunista, hoy incorporados a la Unión Europea, a la que acusan de estar conduciendo Europa hacia su ruina económica, cultural y moral, por la via de la socialdemocracia, que es una especie de comunismo con disfraz democrático y donde el poder, como en la antigua URSS, reside en las élites burocráticas gobernantes, empeñadas en destruir la vieja cultura cristiana europea y las raíces humanista de la cultura occidental.
En la práctica, hoy existe un enfrentamiento ideológico y emociona entre la Europa Occidental, anticristiana, iconoclasta, adoradora del Estado y profundamente influida por el viejo comunismo, a rtravés de la socialdemocracia, y la Europa del Este, que conoce el monstruo comunista porque ha vivido en sus entrañas y quiere vivir acorde con las raices europeas cristianas, las mismas que quieren demoler los borócratas de Bruselas, apoyados por los paises dominantes de la Unión: Alemania, Francia, Italia, Holanda y España.
Desde hace años, el Gobierno húngaro constituye el principal quebradero de cabeza de la Unión Europea. El Ejecutivo del conservador Viktor Orbán se ha opuesto a determinadas medidas impelidas por la institución comunitaria, tales como el establecimiento de cuotas de refugiados, y ha acaudillado el ya famoso grupo de Visegrado, esa alianza de cuatro países centroeuropeos que hogaño centra sus esfuerzos en bloquear esas decisiones de la UE perniciosas para las naciones del Viejo Continente.
Pero las autoridades magiares, que no acostumbran a almibarar la realidad con palabras políticamente correctas, resultan especialmente molestas cuando condenan la invasión musulmana de Europa, protegida desde los gobiernos occidentales, el asesinato del cristianismo y el despliegue de un orden económico y político socialdemocrata que no es otra cosa que un comunismo hipócrita, disfrazado de democracia.
En este sentido acaba de pronunciarse el portavoz del Gobierno, Zoltán Kovács, quien ha vaticinado el fin del orden mundial socialdemócrata en una entrevista a la prensa, en la que afirma que ‘La realidad finalmente se ha abierto camino frente al muro del silencio y del sinsentido (…) Gracias a Hungría y al Gobierno húngaro – entre otros – hemos desmantelado el muro que esconde la realidad de la mirada de la opinión pública europea’, ha aseverado Kóvacs, que no duda en señalar a su Gobierno como líder de la rebelión contra el establishment.
Este derribo del muro del silencio y de la corrección política, argumenta el político magiar, ha permitido a las sociedades europeas expresar su rechazo al orden mundial izquierdista-liberal en las elecciones nacionales del pasado año: la pujanza del Frente Nacional, el resultado de los comicios austríacos o el declive de Merkel en Alemania prueban esta tendencia.
Pese a estas aseveraciones, Kovács estima que Europa occidental se halla en un proceso delicuescente difícilmente resoluble; un proceso que encuentra su origen en una fe ciega en el progreso y en una pérdida tanto de referentes como de afán de supervivencia: Europa occidental cree que la historia concede tiempo libre. Desea que todo se pueda enmarcar en una ola de progreso humano. Piensa que los organismos no mueren. Considera que el objetivo de la vida es adquirir más y más cosas y disfrutar de unas buenas vacaciones’.
Una realidad que contrasta con la de Europa oriental, un conjunto de pueblos que, después de sobrevivir a la tiranía comunista, no se resigna a morir: ‘Los europeos orientales han recordado que la historia no concede tiempo libre. Puede que te arrastren en una dirección y te alejen de otra y, por eso, deberías tener cuidado con tu sociedad’, ha concluido el portavoz del Gobierno húngaro.
Este afán de supervivencia de los pueblos centroeuropeos – y del húngaro, en concreto – se manifiesta en su respeto por lo sagrado y la tradición. Así, el primer ministro magiar, Viktor Orbán, no desperdicia oportunidad de reflexionar sobre el basamento cristiano de la civilización occidental.
En su discurso de Navidad, por ejemplo, expresó la necesidad de proteger la cultura cristiana: ‘El cristianismo es una cultura y una civilización. Vivimos en ella. No se trata de cuánta gente va a la iglesia o reza con devoción. La cultura es la realidad de la vida cotidiana. La cultura cristiana define nuestra moral, nuestra ética, diaria’ .
Detrás del conflicto entre el Oriente y el Occidente de Europa está el rechazo al orden construido en el mundo por la Socialdemocracia, una ideología surgida para poder introducir el marxismo dentro de los sistemas democráticos y libres de Occidente, cuyo gran efecto ha sido el de potenciar la fuerza del Estado y de los gobierno, a costa de aplastar el poder y la influencia de los ciudadanos. La "Europa de los ciudadanos no existe" porque en su lugar se ha construido una impresentable y miserable "Europa de los políticos", una estructura burocrática implacable que se dedica a cobrar impuestos y a construir un mundo frívolo y jerarquizado, donde el poder y la riqueza está en los políticos y sus empresarios y aliados, una Europa que en opinión de muchos observadores y analistas está arruinando el original proyecto de integración europea y que, según numerosos partidos y políticos de los países del Este de Europa conduce a lo mismo que conducía el comunismo, aunque por caminos más suaves e hipócritas.
Francisco Rubiales
Revista Opinión
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