Revista Opinión

El fin del estado chileno

Publicado el 21 marzo 2012 por Jorge Gómez A.

Estamosviviendo justo en esa raya que divide una época con otra en las líneas detiempo, que se usan para enseñar historia en los colegios. En estos tiempos,esa idea de vivir un “transcurso histórico”, de estar en el ojo del huracán delos acontecimientos humanos, tiene más sentido que en otras épocas en quealgunos, intentaban forzar la porfiada historia según su voluntad personal.
Comoha ocurrido en todas las épocas de ruptura y transformación de las sociedades,lo que parecía algo perenne se vuelve una cuestión impredecible. Nada es eternoen ese sentido. Tampoco los Estados y sus estructuras.
Enel caso chileno, el Estado tal y como lo hemos percibido, y como nos lo hanenseñado desde pequeños en las escuelas, centralizado y unificador, hoy viveuna fase de ruptura en cuanto a la noción de unidad y soberanía. Losciudadanos, las personas, exigen mayor autonomía no sólo en sus decisionespersonales, sino también en cuanto a lo que compete a sus entornos más directos,sus hábitats. Y eso implica una rotura en la tradicionalmente asumida nocióndel Estado unitario centralizado, como principal y soberano agente rector yunificador de la sociedad “chilena”.  
Aysény Calama son en parte un reflejo de esa –hasta hace poco- imperceptibleruptura, entre una sociedad civil en pleno proceso de desarrollo y expansión, yun Estado que parece haberse quedado en el siglo XIX en muchos aspectos-incluida sus castas políticas-.
Comotodo proceso complejo, lo anterior no implica posiciones absolutas en cuanto alEstado mismo, sino más bien visiones contradictorias ante un proceso imposiblede manejar. Y eso se puede apreciar muy bien en el carácter de las demandasmismas de la sociedad civil desde las regiones, tan plurales y variadas, que fluyendesde tener mayor autonomía regional hasta las que plantean más presencia delEstado. De hecho, una ironía recurrente es que muchos de los que piden másEstado, al mismo tiempo rechazan la acción prepotente del mismo. Una paradoja.
Esmás, para muchos -incluso para personas que apoyan las demandas de lasregiones- parecería un absurdo plantear que el Estado central está en una fasede crisis como eje unificador de “la nación”, en relación a la ciudadanía, quees la que le concede legitimidad finalmente.
Perono hay que olvidar que ningún orden político es eterno. No lo fue el ordenfeudal, ni el absolutismo, no lo fue el comunismo, tampoco lo es el Estadocentral y unitario.

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