Isaac Newton fue, como todos sabemos, el científico y matemático más importante de los siglos XVII y XVIII. Se le considera el padre de la Física y el descubridor de la ley de la gravedad. ¿Pero era realmente el hombre racional que hoy en día imaginamos? Ni por asomo.
Resulta que fue un fundamentalista religioso que se entregó al estudio de la Biblia y que escribió más de un millón de palabras sobre temás bíblicos.
El propósito de Newton era ni más ni menos que desentrañar los mensajes secretos de Dios. Según él, estaban escondidos en las Sagradas Escrituras. Por encima de todo, estaba decidido a descubrir cuándo se iba a acabar el mundo.
Entonces, creía él, Cristo volvería e instauraría un Reino de Dios en la Tierra durante mil años y él, el propio Isaac Newton, gobernaría el mundo como uno de los santos. Durante medio siglo, llenó miles de folios con divagaciones y cálculos sobre religión.
Trescientos años después, hacia finales de 2002, un historiador de la ciencia canadiense, Stephen Snobelen, del King’s College de Halifax, encontró un importante documento entre una desordenada colección de manuscritos que habían estado en casa del Duque de Portsmouth durante más de 200 años. El público no tuvo conocimiento de ellos hasta 1936, cuando se vendieron en una subasta en Sotheby’s.
El estudioso del judaísmo y coleccionista iraquí Abraham Yehuda, catedrático de lenguas semíticas, adquirió la colección y a su muerte la donó a la Biblioteca Nacional Judía del Estado de Israel. Desde entonces, acumula polvo en uno de los archivos de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Cuando Snobelen estudiaba los manuscritos, tropezó con un papel donde el famoso físico había calculado la fecha del Apocalipsis: el 2060. Newton dio con esta fecha basándose en agudísimas conclusiones. De sus lecturas del Libro de Daniel (capítulo 7, versículo 25) y del Libro de las Revelaciones, el físico llegó a la conclusión de que el periodo de tres años y medio era crítico.
Partiendo de un año de 360 días (¡ligera simplificación para un matemático!), este periodo corresponde a 1.260 días. Sustituyendo alegremente los días por años, el famoso estudioso de la Biblia llegó a la conclusión de que el mundo acabaría 1.260 años después de una fecha de comienzo determinada.
Así que ahora la pregunta clave era: ¿Qué fecha elegía como comienzo? Newton tenía varias donde elegir, todas relacionadas con el catolicismo, una fe que detestaba con toda su alma.
Richard Wesftall, autor de la biografía más completa sobre Newton, señala que eligió el 607 como fecha inicial. Hacía referencia al año en el que el emperador Focas otorgó a Bonifacio III el título de “Papa de todos los cristianos”.
Este edicto convirtió a Roma en “caput omnium ecclesarum” (cabeza de todas las iglesias), sin duda una buena referencia para señalar el comienzo del fin. De sumar 1.260 años al 607 resulta el año 1867, así que Newton predijo que el mundo acabaría en esa fecha. Pero hoy podemos asegurar con absoluta certeza que no fue así.
Newton se había preparado para esta eventualidad con una estrategia alternativa. Durante su investigación en Jerusalén, el profesor canadiense se topó además con el año 800. También es un año importante, porque el día de Navidad del mismo el papa León III coronó a Carlomagno en San Pedro de Roma. Era el comienzo del “Sacrosanto Imperio Romano Germánico”.
Y 800 más 1.260 es igual a 2.060. En otro medio siglo más o menos, en el año 2.060, el mundo tal y como lo conocemos se nos acaba. Quod erat demonstrandum.
Si algún que otro lector empieza a sentirse indispuesto tras leer las últimas líneas, que no se preocupe. Newton tenía otra alternativa. Según otros cálculos del eminente físico, el fin del mundo se retrasaría un poco y ocurriría a lo más tardar en el año 2370.
Fuente: La vida secreta de los números (George G. Szpiro)