El fin del verano

Escaleras al azul
atalayando el cielo
mar índigo o añil
nubes vaporosas
trasparente velo
pintura zarca sobre tul.
Claridad cegadora.
Son gaviotas al viento
papalotes en libertad
ingrávidas y livianas
acróbatas revoltosas
inventando cabriolas
surfeando en la corriente
dibujando parábolas
de ecuaciones etéreas.
Son pitas y chumberas
sardinas en una playa remota
barcas de pescadores
salmonetes  calamares
fritura de pescado
espaguetis con langosta
vino blanco frío
ensalada griega.
Es el perfume del jazmín
la fragancia de la higuera
verde, lechosa y áspera
es el dulce aroma del algarrobo.
Es un barco hacia la infausta isla
donde encalló y yace Homero
en una bahía desolada
reino de brisas y céfiros
con rudas piedras
anónimas lápidas
en honor de los héroes
que volvían de Troya;
el mar Egeo los acoge
en su oscuro seno.
No llegaremos nunca a Itaca.
Quedan cientos de islas
con playas de arena dorada
acantilados inexpugnables
y cantos de sirenas.
Es tiempo a crédito para derrochar;
un helado en San Ginmignano
un paseo por las calles de Pompeya
exquisitos mejillones en Deauville
Masaccio y Lippi en Florencia
Brunelleschi y el renacimiento
horas de cola para entrar a la Sixtina en penumbra
—no se puede hacer fotos—
un hotel con las ventanas rotas en Marsella
Aida en el anfiteatro de Verona
Venecia Arlés Carcasona Siena
un picnic junto al lago Lemán
con avispas de Ginebra.
Frituritas de malanga
y masitas de carne de puerco
en la Playa de Santa María.
Los versos de Fernando Pesoa
frente al océano de los conquistadores
Oporto Vila do Conde Lisboa.
Viajes y recuerdos viejos
para las noches oscuras.
Es blanco de espuma
y moreno de tu piel.
Brama el mar profundo
lamiendo la orilla.
Naranja y rosa en el horizonte
cuando la tarde apura
y hiere la espada amarilla;
sangra poniente.
Es el fin: la noche empuja;
ausencia de olas.
Es tan breve tan ocioso
nítido fugaz efímero
que cuesta esfuerzo
la idea de su regreso
tras el largo y frío invierno.








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