Muchas veces me he preguntado por qué se mitifica tanto la llamada "movida madrileña" y por qué se emplea con tanta facilidad la palabra cultura para definir esta clase de episodios.
Cierto es lo que siempre se dice, que una vez muerto el dictador Franco, del anhelo de libertad de la población surgió este movimiento espontáneo en el que cabían todas las formas de expresión. Sabido es que los años de represión han de tener una válvula de escape. En nuestro caso se llamó "movida" y se supone (yo era muy joven, pero algo pude captar del ambiente de aquella época) que esa fue nuestra particular respuesta a la censura, a la religión obligatoria y al militarismo.
Vista desde hoy día la movida parece algo muy anticuado, así son todos los movimientos que se esfuerzan en ser modernos, en romper radicalmente con el pasado y sobre todo, en tratar de escandalizar con todo tipo de excesos. No se trata de realizar obras de calidad, sino de llamar la atención como sea. De esa época quedaron un buen puñado de grupos y de buenas canciones, pero también una manera de ver el mundo que sigue influyendo de manera negativa en las presentes generaciones.
Muchos críticos de la movida afirman que fue un movimiento totalmente subvencionado desde el poder. No creo que sea una hipótesis descabellada. Desde siempre el ofrecer "pan y circo" ha sido la mejor medicina para que el pueblo se encuentre anestesiado y concentre sus mejores energías ociosas en tratar de divertirse y no le interen nada ni los entresijos de la política (las decisiones que se toman día a día y que padecemos como ciudadanos) ni la auténtica cultura, la de los libros y el arte. En realidad esto es lo que busca el poder (simplificando un poco, dicho sea de paso): fútbol para los hombres, programas del corazón para las mujeres y fiesta continua con abundante alcohol y drogas para los jóvenes. Las grandes reivindicaciones ciudadanas hace tiempo que dejaron ser cosa del pasado y hoy asistimos atónitos al principio de una gran campaña de recortes sociales sin que nadie mueva un dedo para protestar, más allá de los comentarios en los periódicos digitales. Una manifestación contra el paro atraerá como máximo a unos cientos de jóvenes. Un macrobotellón reunirá a miles o incluso a cientos de miles.
Aunque esté divagando, creo que todo este discurso viene muy a cuento respecto al cine de Almódovar, máximo representante cinematográfico de la movida que ha sabido reciclarse y adaptarse a los tiempos hasta hacerse merecidamente un nombre en el panorama internacional. "La ley del deseo" es una película de transición entre sus primeras locuras cinematográficas, realizadas sobre todo para transgredir y que han quedado absolutamente anticuadas y sus últimas realizaciones, mucho más elaboradas y académicas.
Lo primero que llama la atención del título que comentamos es un mal muy común que desde los años ochenta padece nuestro cine: simplemente que en muchas escenas, ya sea por mala colocación de los micrófonos, mala conjunción con la música o mala dicción de los actores, no se entiende lo que éstos dicen. Así de simple. Habría que ver alguna de estas películas con subtítulos para poder seguir cómodamente la trama.
"La ley del deseo" sigue los pasos de Pablo (Eusebio Poncela), un exitoso director de cine homosexual, asiduo a fiestas de las que está hastiado, quizá porque la gente que asiste a las mismas tiene un comportamiento tan borde como el suyo. Por supuesto el alcohol y las drogas tienen mucho que ver en su cansancio vital, pero quizá la solución a sus problemas venga de la mano de Antonio ( un magnífico Antonio Banderas, que sostiene gran parte de la película), un chico que parece haberse enamorado de él, dominante y decidido. La trama se complementa con la hermana de Pablo, Tina (Carmen Maura), una transexual absolutamente amargada, al parecer porque tampoco encuentra el amor. Su presencia es absolutamente innecesaria para lo que el guión pretende contar. Más bien parece una introducción al personaje que muchos años después Almodóvar desarrollaría en "La mala educación".
Así pues, tenemos una obra que oscila entre el primer Almodóvar, respecto a la presentación de personajes en una decadente fiesta nocturna en la que da la impresión de que los invitados intentan divertirse pero en realidad no quisieran estar allí y una convencional trama de suspense cuando se va desvelando el auténtico carácter de Antonio, pero a la que le falta ritmo. Y una cuestión que lanzo a quienes hayan visto la película: ¿existían en los ochenta las máquinas de escribir explosivas?