Tumba de Hornos. Peal de Becerro, Jaén
En los distintos asentamientos de la vieja ibera, será a partir del siglo VI a.C. cuando se produzcan ciertos cambios que afectarán a las esferas más altas de la estructura social, las cuales habían regido la vida de sus ciudadanos hasta entonces. Con la decadencia de un sistema arcaico, las antiguas monarquías gobernantes sufrirán una notable pérdida de influencia y poder, sólo suplida por la aparición de una nueva clase emergente, la aristocracia local, que será la encargada de tomar las riendas de estos pueblos hasta su definitiva colonización.
Aunque no lo parezca, nuestra historia comienza mucho antes en el tiempo, en una noche otoñal del año 2000 cuando unos vecinos de la aldea de Hornos, en Peal de Becerro, dan aviso a las autoridades locales alertando de los sospechosos trabajos nocturnos que se están realizando en uno de los cerros próximos. Se estaba llevando a cabo un expolio.
La voluntad expresa de su alcalde por impedirlo pronto se puso de manifiesto. Después de dar orden para que se intensificara la vigilancia en el cerro y sus inmediaciones, no tardaría en ponerlo bajo conocimiento de la administración pública. Por su parte, la Delegación de Cultura de Jaén aceleró, en todo lo posible, la presencia de su arqueólogo en el lugar del delito, con objeto de iniciar urgentemente los trabajos de excavación y estudio.
Recreación de las dos urnas en el Centro de Interpretación de las Tumbas Principescas de Toya y Hornos. Peal de Becerro, Jaén.
En la cámara sepulcral aparecieron dos urnas junto a un enorme recipiente, varios platos y la hoja de una lanza. En su momento las dos urnas cinerarias debieron considerarse como objetos muy valorados por sus poseedores, tal vez como símbolo de identidad de algún linaje, pues presentaban sucesivas reparaciones sobre su superficie con la clara intención de poder aprovecharlos.
Los estudios realizados, con posterioridad, sobre los contenidos de dichas cerámicas mostraron al público las evidencias de un hombre, de unos veintiocho años de edad, y las de una mujer de unos veinte. Con respecto a los restos óseos analizados del varón, sus resultados desvelaron que este individuo, quizás príncipe o aristócrata de la ciudad de Tugia, presentaba claros signos de padecer ciertas enfermedades relacionadas con una precaria alimentación (osteoporosis, anemia), así como varios traumatismos en el momento de su fallecimiento. En cambio, los de ella fueron todos los resultados negativos, es decir, se trataba de una mujer aparentemente sana cuando murió. A parte de todo ello, también se llegaba a la conclusión de que se había excavado una tumba principesca íbera de mediados del siglo VI a.C.
Al parecer, la tumba fue construida de forma aislada con respecto al resto de otros enterramientos que se pudieran haberse realizado en este periodo, siglos antes de que la necrópolis íbera se trasladara a una nueva ubicación; tampoco aparecieron sepulturas clientelares junto a ella. Desde su situación, sobre un cerro elegido posiblemente por la pareja en sus días de vida o por uno de sus miembros, a dos kilómetros del primitivo oppidum, se controlaba el valle del río Tugia, marcando el límite del territorio dependiente de este príncipe. Entendemos que se buscara, intencionadamente, un lugar destinado a ser referencia en el valle, visible este desde cualquiera de sus rincones. Y para lograr tal objetivo, era fundamental monumentalizar la futura tumba.
Recreación de la cámara excavada en la Tumba de Hornos. Centro de Interpretación de las Tumbas Principescas de Toya y Hornos. Peal de Becerro, Jaén.
Para la construcción de la denominada Tumba de Hornos, los primeros trabajos que se llevaron a cabo fueron los de modelar, labrando la roca del pequeño cerro, una plataforma ovalada en la que se esculpió en su centro un túmulo de forma cilíndrica y con la piedra caliza reservada. Este debió ser el aspecto habitual de una tumba principesca en la Oretania de mediados del siglo IV a.C.
Realizadas las tareas previas de diseño, se procedió a cubrir el túmulo mediante una capa de enlucido rojo. De esta manera se conseguía identificar su presencia desde el punto más distante del valle.
En la misma cima del montículo cilíndrico resultante, elaborado en barro, se reservó un espacio donde levantar la pira funeraria que se emplearía en el momento de la cremación de los cadáveres. Para facilitar el acceso a esta especie de altar fúnebre, también se dejaron preparados dos escalones. Por otro lado, sobre uno de los laterales de la base del túmulo se excavó la cámara sepulcral. Las paredes quedaron enlucidas con yeso, construyendo un banco alargado en uno de sus laterales.
Recreación de urnas y cerámica en el interior de la cámara. Centro de Interpretación de las Tumbas Principescas de Toya y Hornos. Peal de Becerro, Jaén.
Tras el consiguiente fallecimiento de esta importante e influyente pareja de la sociedad tugiense, se procedería a realizar la tradicional ceremonia funeraria, facilitando con ello su paso al más allá. Debemos de entender que para el pueblo íbero la muerte no era el final de toda una existencia, sino el paso necesario a realizar para alcanzar la etapa de la eternidad.
Se trasladarían los cuerpos desde la acrópolis hacia la ciudad de los muertos, la necrópolis. Para el correcto tránsito entre los dos mundos era precisa una previa purificación de las almas. En este sentido, cruzar el lecho del río, un espacio fronterizo natural y sagrado, por uno de sus pasos vadeables, así como el baño en sus aguas, podría lograr el efecto deseado en el sentido espiritual de las ceremonias fúnebres.
Llegados a los pies del cerro santuario, y ayudados por los escalones previamente diseñados, se depositarían los cuerpos de los difuntos sobre una pira de madera fabricada a base de troncos de pinos y encinas. Bajo ellos se celebraran fiestas en su honor con un gran banquete, combates entre guerreros, danzas y música; unas melodías que recorrerían las amplias llanuras y los pasillos montañosos del valle del Guadiana Menor.
Y una vez concluidos los festejos, se procedería a iniciar el ritual de incineración encendiendo la pira funeraria y cremando los cadáveres de los dos jóvenes aristócratas oretanos. Transcurrido un tiempo, el fuego fuera apagado, muy posiblemente, con vino y las cenizas resultantes, así como los huesos no consumidos por las llamas, cuidadosamente depositadas en el interior de las urnas reservadas a este fin.
Las cerámicas cinerarias, junto al resto de ajuares que los acompañarían a la otra vida, además de algunas ofrendas de libres y ciervos, fueron llevados a la base del túmulo, al interior de la cámara sepulcral cuya entrada quedaba orientada al oeste como en la mayoría de las tumbas íberas. Al fondo de la misma quedaron depositadas las dos urnas, los ajuares y las ofrendas.
Reproducción de gran cerámica de cuatro asas hallada en la cámara. Centro de Interpretación de las Tumbas Principescas de Toya y Hornos. Peal de Becerro, Jaén.
Finalmente esta entrada sería sellada mediante una gran losa de piedra y marcada su posición con un betilo identificativo. Los asistentes a la ceremonia regresarían al oppidum de Tugia purificando nuevamente sus cuerpos en las aguas del río para el tránsito obligado entre los dos mundos.
En toda esta historia debemos tener bien presente que si no se hubiese detenido a tiempo el intento de expolio, nunca sabríamos nada de la misma; aumentar la vigilancia en el cerro, impidió que volvieran a actuar sobre él. Si no hubiese ocurrido de esta forma, el yacimiento habría quedado destruido, todos los restos arqueológicos desaparecidos en manos privadas (se cree que pudieran faltar piezas del ajuar), no se podría haber realizado ningún tipo de estudio sobre el enterramiento y su contenido y, por lo tanto, volveríamos a quedar privados de los elementos necesarios para seguir comprendiendo el origen de nuestro pasado.
Otros enterramientos análogos de la cultura íbera tipo túmulos los podemos encontrar en las cercanas ciudades bastetanas de Tutugi (actual Galera, Granada) y Basti (actual Baza, Granada), pero, tal vez, sea Tugia la que actualmente mejor explique los complejos procesos de transición interna acontecidos en la cultura íbera del periodo hoy tratado.
Como comentaba al inicio del artículo, tras efectuar las pruebas científicas pertinentes sobre los restos óseos encontrados en el interior de las urnas, se concluyó que pertenecían a dos individuos distintos e incinerados en el mismo momento. Uno de ellos correspondía a un hombre que no llegaba a la treintena y los otros al de una mujer mucho más joven. El primero presentaba indicios de enfermedad y traumatismo en el momento de su muerte, pero, por el contrario, los de la mujer apuntaban a que estaría sana cuando ésta falleció.
Recreación de las dos urnas en el Centro de Interpretación de las Tumbas Principescas de Toya y Hornos. Peal de Becerro, Jaén.
Entonces, ¿quién pudo ser esta mujer? Mejor aún, ¿qué pudo ocurrir para que, encontrándose en buen estado de salud, muriese al mismo tiempo que el hombre enfermo? ¿Tal vez una esclava obligada al sacrificio para continuar sirviendo a su señor en la otra vida? ¿Y si hubiese sido una dama íbera, esposa de este varón? ¿Aceptaría ella sacrificarse por propia voluntad para acompañar a su esposo al más allá?
¿Y si el motivo de su fallecimiento fuera otro mucho más mundano que todo esto? ¿Y si no fue más que una especie de entronización llevada a cabo por una aristocracia emergente dentro de los procesos de cambio antes señalados? Quizás lo que buscaran las nuevas élites fuera acabar con el antiguo linaje que aún pervivía a mediados del siglo VI a.C., representado el poder de la Tugia oretana en la figura de la joven mujer encargada de perpetuarlo.
Nota:
Para el presente artículo se ha optado por utilizar el material expuesto en el Centro de Interpretación de las Tumbas Principescas de Toya y Hornos, evitando la identificación del túmulo original, así como su geolocalización. Considero que es una responsabilidad de todos, no sólo respetar el patrimonio de nuestro país, sino el no dejar cualquier tipo de pista a los expoliadores que continuamente destruyen nuestra Historia en beneficio propio.
Bibliografía:
- Cartelería del Centro de Interpretación de las Tumbas Principescas de Toya y Hornos.
- El Valle de la Muerte: cuando la muerte habla de la vida (Manu Torres)
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