Siendo niña y después adolescente, despedía el verano en el mismo sitio donde estoy ahora, en mi pueblo de la playa, veía como poco a poco las calles se vacíaban de coches, como la playa se volvía más apacible y menos ruidosa y nos íbamos quedando los de siempre. Los días se acortaban, la noche llegaba pronto, el viento de poniente (como el de hoy) refrescaba un poco el ambiente. Y mi nostalgia aparecía, mientras escuchaba la canción.
Años después, ya siendo adulta, la canción me acompaña "el final del verano llegó, y tu partirás,...., yo no sé hasta cuando,....". Es una canción muy antigua, que se puso de moda un verano cualquiera siendo yo niña. Esta mañana me he sorprendido a mi misma tarareándola mientras contaba los días que nos quedan para marchar, mientras pensaba en qué comprar para comer, cómo organizar los días que restan.
Tarareando la canción he acudido a la playa, a una distinta de la habitual, con demasiada gente, demasiado ruido. Para todos ellos el verano sigue su curso, o quizá también sientan nostalgia.
Mañana acudiré de nuevo a mi playa medio salvaje, sin chinringuitos, donde nadie te agobia con su sombrilla o su toalla pegada a ti, donde el mar ruge más salvaje y el agua se atreve a lucir un maravilloso color turquesa. Y entonces, creo, sentiré aún más nostalgia. Pero estoy almacenando en mi mente sus ruidos, su olor, el romper de las olas, el aroma a sal, la sensación de la brisa en mi cara, el calor del sol. Todo ello me lo llevo, para seguir aprendiendo en mis clases de yoga, para meditar, para relajarme, para perderme en la inmensidad del mar aun estando en la asquerosamente asfaltada ciudad.
Pero no estoy triste, en absoluto, Madrid me espera con muchos nuevos planes, cosas por hacer, mi niño empezará su segundo año de cole, mi sobrina ya tiene un año, y tengo muchas ganas de empezar con las baterías cargadas. Será que leyendo a Clarissa Pinkola mi nostalgia es más honda, ....., no sé.