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Llaves de una ciudad y un folklore milenarios
Si decir carácter es decir idiosincracia, matices psicológicos y físicos, sabor, el carácter de una ciudad depende en absoluto de su historia, y ésta, no menos considerablemente, de la posición que ocupa en su región, en su país, en su continente y por fin, en el mundo. Como en la vida de los hombres, las mutaciones y renovaciones cuentan mucho en la de una ciudad, pero, por radicales que sean, difícilmente llegan a acabar con todo: del pasado, algo al menos queda.
Tales verdades, perogrullescas pero aclaratorias, cobran en Cádiz un relieve muy singular, ya que también son muy singulares la situación de la ciudad y su historia especialmente "rara", llena de altibajos extremos, jalonada de cimas brillantes y de simas oscuras.
Sir james Frazer, en La rama dorada, alude a una afirmación del griego Filóstrato (siglos I al II) a tenor de la cual, en Cádiz, los agonizantes no morían mientras estuviese alta la marea; Frazer comenta que, según los elementales principios de esa filosofía de las atracciones y semejanzas, quienes habitan junto al mar no pueden por menos que sentirse impresionados por el incesante flujo y reflujo que los lleva a trazar "una relación sutil, una secreta armonía entre las mareas y la vida del hombre, de los animales y las plantas. En la marea creciente ven ellos no sólo un símbolo, sino una causa de exuberancia, de prosperidad y de vida, mientras que en la marea menguante disciernen tanto una fuerza decreciente como un emblema melancólico de decaimiento, debilidad y muerte".
La probable y recóndita, primitiva pero instintiva verdad de tales percepciones, señaladas por Filóstrato en los gaditanos antiguos, ha conservado acaso su poder en los posteriores, no menos insulares ni oceánicos, y en los que cabe destacar también cierta gracia, cierta fina rapidez emotiva y cierta afición a mezclarlo (no a confundirlo) todo, que la gitanería del Puerto, y para escándalo de mentalidades regladas y fijas, aplica a los vinos de la tierra.
Pues bien: la última e inquieta ambición que acabamos de apuntar y que no quiere ni puede renunciar a ninguno de los regustos y las variantes, más todos esos factores, simultáneamente claros y complicados, a que también nos hemos referido, se acumulan con palmaria evidencia en la manera que de crear o interpretar el cante flamenco tienen los gaditanos, según en su momento avistaremos.
"El primitivo cante flamenco se ha debido formar lentamente) siglos XVI al XVIII) en las provincias de Sevilla y Cádiz", se ha escrito y no sin fundamento.
Por lo que se refiere a los gitanos, con su llegada a España y, sobre todo, con su establecimiento en ella y en Andalucía durante el siglo XVI y siguientes, se inicia el fenómeno al que damos propiamente el nombre de "cante flamenco". Los gitanos se enamoran y se posesionan rápidamente del folklore andaluz, al cual imprimen un estilo y unas formas nuevas y del que hacen otra cosa: el flamenco -embrionario aún-, en el que suman a sus propias melodías, ritmos y sentido de la música (de remotísima procedencia hindú), todos o muchos de los acumulados, remanentes materiales musicales andaluces y españoles.
Durante todo el primer cuarto del siglo XX, la vida folklórica gaditana prolonga brillantemente la mayor parte de sus riquezas decimonónicas. Se cierran algunos cafés y centros de cante, pero nacen otros, como el de La Europa, que abría sus flamencas puertas en el corazón de la ciudad, en plena plaza de las Flores; Los Tres Reyes, entre Vea Muguía y Viudas...
Crecen ya por Cádiz, en edad y en buen arte, "los tres grandes", que serán luego los máximos representantes del neto estilo gaditano flamenco: Aurelio Sellé, Pericón de Cádiz, Manolo Vargas. Las grandes sombras de Paquirri, de Curro Dulce, de Fosforito, de Francisco la Perla y, sobre todo, de Enrique el "Mellizo" han fijado ya unos cánones imperturbables, dentro de los cuales se moverá, tanto desde el punto de vista de la sensibilidad como de la técnica, todo cante de Cádiz que en verdad se precie de serlo.
Porque, hasta cierto punto, puede hablarse de un determinado resurgir. Entendámonos: no es posible ni deseable una vuelta a la "edad de oro" del flamenco, puesto que no es ya Cádiz, por suerte, el Cádiz del Mellizo o del Paquirri, aquel Cádiz sugestivo y miserable, romántico y desamparado; es cierto que a veces daríamos diez años de vida porque cualquier "túnel del tiempo" nos devolviera una semana a sus ambientes, nos colocara, como en un sueño vivido, entre las calles, las gentes, los días y las noches del Cádiz que nuestra época se llevó. Pero también estamos seguros de que bramaríamos y se nos caería el alma a pedazos ante el fondo de olvidadas pobrezas, injusticias, desalientos y desesperaciones apenas ocultas tras el primer encantador y superficial telón del Cádiz que se fue: velas blancas y tracoma, manzanilla y grilletes, jipijapas y paro total, mucho cante y hambre a espuertas. La gran época del flamenco coincide con aquélla porque el gran flamenco es aquello, es también todo aquello, toda aquella suma de bello, trágico y máximo subdesarrollo, sentido, padecido y expresado a su modo por el pueblo, en sus penas y hasta en sus alegrías. No puede, pues, volver "la gran época", ni aspiramos a que vuelva; el resurgir de que hablaba es más reducido. Pero tal vez suficiente.
Todos los gaditanos y cualquiera de ellos deben, pues, de velar, aficionados o no, porque no se rompa esa cadena de felices síntomas conducentes al restablecimiento de una de las riquezas de su ciudad, verdadera "Florencia" o "Ávila" espiritual de una de las artes más españolas, mimadas y admiradas, ayer y hoy, a nivel mundial: el flamenco, cuya proyección artística y cultural cunde día a día en España y fuera de España; el flamenco ya presente, de un modo u otro, en la música de Rimsky Korsakov, Ravel, Falla y Toch, en la pintura de Picasso y Sergent, en la pluma de Rilke, Dos Passos y García Lorca...
Tú en una piedra y yo en otra.
tú en una piedra y yo en otra,
pa contarnos las duquelas
que las mías no son pocas.
Pasa po'r barrio Santa María.
Cómo se bailan por alegrías.
De cal y canto y arena.
"Flamenco d´anza", con Ana González
"Soy una superficie en el mar
soy una bocanada de aire,
el aire que envuelve mi contoneo