El FMI viene sugiriendo, desde hace días, que a la reforma laboral aplicada en España hay que darle otra vuelta de tuerca. Una que, entre otras bondades, termine de apretar el ridículo margen que separa el salario regular del mínimo interprofesional. La finalidad de esta medida es como la gracia de un chiste malo repetido por tercera vez; no hay un dios que se la encuentre. Las consecuencias, sin embargo, podrían ser enormemente graciosas, mayormente, por lo que tienen de gratis. Cuando el español medio venido a menos vuelve a ver la sombra de una mano sobre su cartera, empieza a hiperventilar y a preguntarse qué es lo que ha hecho el FMI por su persona para decidir cuestiones tan personales como lo que uno debe cobrar o con cuánto puede vivir. El ciudadano raso, qué cosas, con estos palos de la crisis, tiende a desconfiar de los que mandan. Sobretodo, si, ya de entrada, el solo nombre de ese "Fondo Monetario Internacional", que manda echarle el guante a sus honorarios, arrastra un tufo a banco que tumba de espaldas.
Armado hasta los dientes de prejuicios, el arrodillado español antes llamado mileurista acude de punta cabeza a la wikipedia porque no puede esperar que un especialista en la materia, como puedan serlo De Guindos o Rajoy, le resuelva determinadas cuestiones económicas, aunque tuviera opción de preguntarles. Mariano por ser quien es y De Guindos por ser sólo la salida de tiesto de un Mariano Rajoy enfrentado a la disyuntiva de entregar la cartera de Economía a un tecnócrata o a un político. A ver, Mariano, ¿café o té? Sí, sí, poleo menta. Con gente así, no se puede contar . Una termina acudiendo a la red y se entera de que el FMI es una suerte de institución creada un día para impedir que se repitiera una situación de crisis como la del 29. Inmediatamente, a una se le queda cara de no haber entendido pero no puede evitar rendirse a la simple asociación de ideas y preguntarse cuánto cobran los integrantes de la susodicha institución que han hecho tan bien su trabajo. Pues, como era de esperar, mucho. Y es que tenemos esa puntería. A los incompetentes, los elegimos carísimos.
Según los botarates del FMI, seguir por el camino de la reforma laboral de Rajoy servirá para reducir la insoportable tasa de paro que aqueja a España y que generó esta misma reforma laboral, seguramente, porque sabe el FMI que la mancha de mora con mora se quita, de puro insistir. Son estas mismas cabezas de huevo las que, tras arduas reflexiones, determinan que resulta imprescindible una nueva rebaja de los salarios que pagan nuestro trabajo para salir de esta crisis que ellos, dicho sea ya que estamos, no supieron predecir. De manera que, si no he entendido mal aunque todo es posible, los miembros del FMI están acreditados para decidir que yo, que me levanto a las seis de la mañana todos los días, incluso los días en que no he dormido, para cumplir de manera impecable con mi trabajo, tengo que cobrar un 10% menos de lo que cobro y seguir cumpliendo con lo mismo. Pero ellos, cuya labor consistía en equilibrar las balanzas de la economía para evitar una crisis que no evitaron, se pueden seguir subiendo el sueldo en función del aire que sopla de poniente si sopla bien y yo no puedo decidir si se lo merecen mucho o poco.
Si no fuera por esas cosas de la educación, por la nueva Ley de Seguridad Ciudadana y porque la justicia cae a plomo sobre el ciudadano del montón, una se liaría a delinquir casi todos los lunes. Pero resulta que hoy, que es lunes, han condenado a un año de cárcel a una twittera por difundir que habría que pegarle un tiro al ministro de economía y otro al presidente del gobierno, uno para cada uno. Vamos, que, en zapatillas de estar por casa hipotecada, ya no se puede disparar ni figuradamente. Mientras, los componentes del FMI, la cartera del gobierno, la cúpula directiva de los bancos y otras aves predadoras de a seis mil el traje pueden dispararnos a bocajarro en la puerta del estómago y no habrá quien criminalice estos delitos para no desestabilizar el sistema. Este montón de presuntos, de delincuentes, de chorizos, de violadores de los derechos humanos no se sentarán nunca en un banquillo a responder por sus atentados, aunque, puestos a echar cuentas, hayan disparado mucho más. El problema radica, supongo, en que estafar a los de abajo, privarlos de sus derechos o de su dignidad, condenarlos a la podredumbre, a la indigencia, a la desaparición es menos costoso que descargar hacia arriba. Que matar a los pobres no cuenta. Que disparar al montón sale gratis. Eso lo sabemos todos. Porque, si de algo se han ocupado bien, es de inculcarnos que una muerte es siempre una desgracia, pero seis millones de muertos son sólo una estadística.
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