Resulta desconcertante, por no decir esperpéntico, que Camps deba acceder a la sede de su partido por el sótano, de forma vergonzante, como si se tratara del culpable de un asesinato infantil acudiendo al juzgado, temeroso de la ira de sus vecinos.
Existen dudas más que razonables sobre la honorabilidad de Camps, y sabemos que en la política las apariencias se elevan casi a la categoría de axiomas, por lo que no acabo de entender a que demonios esperan en el PP para extirparse este forúnculo que amenaza con convertirse ya en tumor.